Viaje de Chitré a Panamá con Carlos Iván Zúñiga

Actualizado
  • 14/11/2013 01:00
Creado
  • 14/11/2013 01:00
PANAMÁ. Lo escribo como lo recuerdo, no necesariamente busquen rigor histórico. Eran los años ochenta del siglo pasado, tiempo anterior ...

PANAMÁ. Lo escribo como lo recuerdo, no necesariamente busquen rigor histórico. Eran los años ochenta del siglo pasado, tiempo anterior a la elección en que corrió Guillermo Endara Galimany. Los liberales organizados en el Partido Liberal Auténtico, de oposición a la dictadura, tenían un evento político, probablemente una convención, un domingo en Chitré. El lugar fue el Teatro Fénix, uno de esos cines teatro de viejo cuño, con destellos art decó, en la línea de los antiguos teatros Imperial de David y Bella Vista de Panamá. Lo decoraron con podio, globos en racimo, banderas y guirnaldas al estilo de la vieja política. Mirando hacia atrás, me parece ver la escenografía en blanco y negro, parecida a los ambientes de los discursos políticos de Charles Foster Kane, en la película de Orson Welles o de Mario Moreno Cantinflas en: ‘Si yo fuera diputado’.

El Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia estaba invitado como líder del Partido Acción Popular, también de oposición, con el cual yo simpatizaba. Los liberales estaban en su salsa: César Pereira Burgos, Joaquín Franco, Ezequiel ‘Chichilingo’ Rodríguez y otros. Se sucedieron los discursos efusivamente aplaudidos contra la dictadura militar. En su momento el Dr. Zúñiga subió al podio y puso en práctica una oratoria florida, motivadora, propia del estilo limeño de sus años peruanos, un nivel diferente e ilustrado donde hasta citó frases de George Bernard Shaw. Muy probablemente fue la primera y única vez que alguien ha citado a Bernard Shaw en un discurso político en Chitré. El cierre de oro lo dio Arnulfo Escalona Ríos con otro estilo, también impactante, sobre todo respaldado por su caja de resonancia natural con cuyo apoyo literalmente puso a temblar las paredes del teatro. Estaba claro: si el asunto era por el talento de la oratoria, la dictadura estaba derrotada.

En los saludos finales por pura casualidad quedé en un grupo a quienes el Dr. Zúñiga nos ofreció llevar a Panamá. Obviamente aceptamos la invitación. Para mí era mucho mejor irme en su camioneta, que en la ‘primera clase’ de Transporte Inazun. Pasamos a la casa de mi padre a buscar mi mochila y los libros de Derecho que fueron a pasear a Chitré. Antes de salir de la casa revisé el diccionario ilustrado Pequeño Larousse para ver quién era George Bernard Shaw, me despedí y me sumé al grupo. Al Dr. Zúñiga lo acompañaba su esposa, la poeta chiricana Sydia Candanedo.

Desde que salimos de Chitré el vehículo se convirtió en una tertulia rodante. Yo más bien escuchaba. Se comentó el evento político. Cuando cruzamos Aguadulce y pasamos al lado del cerro El Vigía, el Dr. Zúñiga se transportó mirando al cerro y los llanos cercanos y comenzó a contarnos, como si lo hubiese vivido, que en ese lugar se dio, en 1902, uno de los choques armados claves de la primera batalla de Aguadulce en la tercera invasión liberal en la Guerra de los Mil Días, por parte del Ejército Unido del Cauca y Panamá, al mando del General Benjamín Herrera, contando con la División Panamá liderada por Belisario Porras al cual apoyaba Victoriano Lorenzo. Nos contó cómo la toma del cerro El Vigía y el resto del área controlada por los conservadores, le correspondió principalmente a la División Panamá, ya que Herrera y la División del Cauca habían atacado exitosamente a los conservadores por el flanco de Pocrí. Batalla en toda regla, incluso luego casa por casa en el pueblo, triunfo liberal pero a cambio de un par de cientos de muertos y heridos.

Quedé sorprendido. Había pasado muchas veces por allí y solo veía un cerro común y corriente con unas antenas. Desde entonces, gracias al recuerdo de ese viaje con el Dr. Zúñiga, cada vez que conduzco por la recta de Aguadulce, ignorando el límite de velocidad, suelo mirar al cerro El Vigía con otros ojos y no me es extraño imaginar la batalla de la Guerra de los Mil Días, muy parecida en mi mente a aquellas batallas de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos (‘Yankees in blue v. Rebels in gray’), soldados con banderas, cornetas y fusiles subiendo la ladera, disparando agachados y gritando a voz en cuello: ‘¡Liberales a la carga!’, resaltando entre todos desde lejos el famoso tableño, Dr. Belisario Porras Barahona, vestido con levita, sombrero, bastón, chaleco y corbatín, con el outfit clásico de un puro rolo bogotano de principios de siglo XX, en pose formal, como un ‘caballero de la mano en el pecho’, dando órdenes a la tropa en medio del calor y la balacera.

Hablando de la batalla de Aguadulce la conversación derivó en Victoriano Lorenzo y el debate sobre su injusto fusilamiento luego del final de la guerra. El Dr. Zúñiga habló de unas gestiones que había realizado personalmente para hacer correcciones en el Registro Civil sobre algunos datos del cholo guerrillero. Podría ser algo referente a su nombre correcto o su fecha de nacimiento. Lo cierto es que pensé que el Dr. Zúñiga tenía que ser una persona especial al dedicar tiempo a temas como ese.

Cruzamos Natá y, luego de silencios, cuando ya avizoramos Penonomé, nos habló de la ocasión de su infancia cuando a Penonomé llegó el primer radio. Según recuerdo, contó que fue algo así como el Municipio quien lo compró y lo ubicó en un lugar público donde se acercaba la gente a escucharlo como un evento social. Nos narró que escuchaban maravillados las emisoras de Cuba y los fogosos discursos del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán desde el altiplano de Bogotá. La radio los hacía viajar desde Penonomé hacia el mundo.

Todavía con la mente en su Penonomé de la infancia también nos compartió aquel momento decisivo en que se encontró con su padrino de bautismo, frente al cual se arrodilló para pedir la bendición tal cual era la costumbre de la época que su madre le había inculcado, para su sorpresa el padrino le dijo: ‘Levántese, que los hombres librepensadores no se arrodillan ante otros hombres’. Su padrino era Octavio Méndez Pereira. Desde ese día, nos dijo el Dr. Zúñiga, él se convirtió, a su corta edad, en ‘el librepensador de Penonomé’.

Y así nos fuimos. De cuento en cuento hasta Panamá. No sentí la distancia. Algunas de esas historias las volví a escuchar cuando posteriormente fue mi profesor de Derecho Penal, durante unas amenas clases donde se hablaba de todo, hasta un poco de Derecho Penal. Sin embargo, nunca fue mejor que escucharlas mientras las contaba al paso de los lugares que despertaban sus recuerdos.

A propósito de la muerte de Belisario Porras en 1942, Diógenes de la Rosa escribió una semblanza en cuyas líneas iniciales nos dice: ‘los personajes sobresalientes no lo son solo por sus excelencias y a pesar de sus defectos, sino íntegramente: con unas y otros.’ Tenía razón. En el caso particular del Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia, tengo la impresión que cualquier biografía seria debe considerar entre sus excelencias ese profundo apego a la Historia de Panamá, la cual conocía y le apasionaba hasta el punto que había desarrollado la capacidad de evocarla como algo cotidiano, como una referencia constante e irreemplazable del presente. Asimismo es evidente que también se debiera consignar su profundo amor por su tierra coclesana y por su indiscutible papel en el devenir nacional.

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