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- 12/10/2025 18:02
El sueño de Camila (nombre figurado) no es ficción, es un hecho real: las aves, cual depredadoras, se asientan cerca del lugar donde pernoctan; una bebé descansa en los brazos de su madre venezolana, en el corazón de un refugio para migrantes en Panamá.
Quizá no muchos se han puesto a pensar: ¿en qué lugar duerme la niñez migrante? Para Camila, el contraste entre la inocencia del sueño y la crudeza del entorno, convocan a una pesadilla.
El 20 de enero, madre e hija quedaron atrapadas en la encrucijada de un bloqueo que les impedía avanzar. La migración inversa, como fenómeno inesperado, supuso un desafío no solo para las autoridades, organismos, y organizaciones no gubernamentales, por tanto, la desprotección a las personas en retorno conlleva la vulneración de su bienestar.
El refugio en Lajas Blancas, Darién, parecía un mal sueño: olores fuertes, ruidos, rostros agotados. Adrianyela, la madre de Camila, rememora las precarias condiciones:
“Dormíamos en casitas de madera; pusimos cartón y las cobijas que nos daban. El calor era insoportable. Mi hija desarrolló una pañalitis muy fuerte, parecía una quemadura. Había muchos zancudos, basura acumulada, malos olores y hasta culebras alrededor. Estuve 22 días allí. En general la condición era deplorable”.
El regreso a la selva del Darién era un golpe inesperado. Madre e hija en un albergue temporal, sin poder salir, mientras esperaban decisiones del gobierno panameño para ajustarse a las medidas anti-migratorias impuestas por Estados Unidos. Así, cada día se sentía como un kilómetro, más en un camino que parecía interminable.
Cuenta la madre, que para el desayuno servían arepas duras con huevo frío, jamón y queso; muchas veces esa comida le caía mal a su hija y la vomitaba. “Esto fue difícil porque detalló que “durante los días de semana hubo atención médica, pero los fines de semana no había personal médico; las personas migrantes quedaban con la compañía de guardias.”
La niña enfermó varias veces en ese tiempo. Tuvo fiebre, resfriado, mucha tos y aquella pañalitis donde la piel se le infectó, botaba sangre y pus. Adrianyela señaló este episodio como bastante angustiante. “Yo intentaba cuidarla: la bañaba, le quitaba el pañal para que no se rascara, le daba su leche y la entretenía con el teléfono”. Recuerda a lo lejos ver a niños y niñas en los juegos con el personal de Unicef.
Y así, entre el zumbido de los mosquitos, la repetición de los platos y las miradas perdidas de los adultos, Camila seguía durmiendo. Soñaba, aunque su entorno fuera más pesadilla que descanso.
Otro sueño americano fallido que golpeó la vida de una niña de dos años en su inocencia, como aturde la vida de 3 mil 717 menores de edad que han cruzado el territorio panameño hasta septiembre de 2025, —según cifras oficiales del Ministerio de Seguridad—, sin comprender el miedo ni el agotamiento que arrastran sus padres.
Todo comenzó en Lajas Blancas, donde logramos establecer contacto telefónico con quienes vivían el cansancio del viaje y la incertidumbre del destino. Calles polvorientas, albergues improvisados, noches sin dormir: cada instante estaba marcado por la angustia y la espera.
Es una historia de coraje, supervivencia y esperanza en cada recorrido: desde México hasta el Darién, y más allá, atravesando otra ruta hacia Venezuela. Cada paso, revela la fuerza de quienes no se rinden, la fragilidad de la infancia, dejando una huella imborrable en quienes viven un sueño tantas veces inalcanzable.
Adrianyela explicó que cuando surgió la idea de dejar Venezuela e irse a Estados Unidos. trabajaba limpiando casas y así buscaba el pan de cada día para darle de comer a sus hijos, y casi nunca alcanzaba, la comida era poca. Entonces decidió llevarse solo a la hija más pequeña; los otros estaban grandes y, como ella recalcó “gracias a Dios, contaba con el apoyo de mi mamá.”
Detrás de cada migrante existe un porqué. De tal forma, confesó otro motivo de fuerza para migrar, el reencontrarse con su pareja, quien le animó hasta que finalmente tomó la decisión. Sin embargo, solo llegó hasta México, él le había prometido reencontrarse en Estados Unidos.El cruce por el Darién con su hija en brazos, fue duro: lluvias, barro, personas muertas arrastradas por los ríos, accidentes. Ella solo le pedía a Dios fuerzas para salir de allí con su hija. Salió hacia Colombia por San Antonio, luego llegó a Necoclí. Era de noche; al día siguiente se compraban las cosas y salían.
En la selva había varios campamentos; ellas durmieron en dos de ellos. Allí los recibió un guía y comenzaron el trayecto para entrar a la selva. Al principio, viajaba solo con su hija, pero en el camino se organizaron en un grupo: seis mujeres y tres menores más.
Económicamente era costoso. Solo el paquete de viaje desde Necoclí hasta Acandí costó 350 dólares. En la selva estuvo dos días y medio. Había lluvia, barro, mosquitos, malos olores, basura, ropa botada y, tristemente, cuerpos en descomposición. Incluso llegó a pisar a un niño fallecido. “Fue muy impactante”. Este episodio le afectó bastante, pero siguió adelante.
El viaje entre Colombia y Panamá fue entre el 26 y el 27 de octubre del año pasado, por la selva del Darién por donde caminaron 267,929 personas según estadísticas migratorias de nuestro país. Luego de transitar las fronteras centroamericanas, llegó a Tapachula, México en 15 días. En suma, estuvo en México unos cuatro meses.
La supervivencia de una mujer migrante junto a su hija, es como un videojuego, cargado de sorpresas y tensiones. Cruzando Centro y Suramérica, el periplo exigía resiliencia y coraje, pero también dejaba ver la fragilidad de la infancia frente a un mundo que no da tregua. Al llegar a México, la recibió una compañera que ya estaba allá. Al día siguiente buscó un apartamento y dio, gracias a Dios. Todo ese tiempo su pareja le enviaba dinero para cubrir los gastos.
Un buen día el dinero dejó de llegar, otra prueba. La madre de Camila lloraba pensando qué iba a hacer, cómo alimentaría a su hija o cómo pagaría el alquiler. Además, para el 20 de enero de 2025, ya habían cerrado la frontera estadounidense y muchos venezolanos perdieron la esperanza de entrar a dicho país. En medio de esa zozobra, y como ella repite “Gracias a Dios”, un mexicano y su pareja le ayudaron. Fue así que vivió un tiempo con ellos y luego pude avanzar un poco más.
La creatividad de salir adelante la hizo vender dulces y otras cosas en algunos lugares para sobrevivir. Lograba ganarse 300 o 400 pesos, que apenas alcanzaban para comida y pañales. Aún así, nunca les faltó comida en dicho país. “Ella era tan pequeña que no entendía lo que pasaba, y eso me dio fuerzas para seguir adelante”, aseguró Adrianyela.
El amor prometido del hombre se extinguió en una comunicación telefónica, quedando todo a la suerte y el amparo de Dios.
El regreso fue como despertar de un sueño insólito. Después del veinte de enero, inició un proceso largo: pasó en inmigración desde antes del amanecer hasta entrada la noche, esperando que le dijeran algo de un avión que les llevaría de México a Caracas.
Les hacían mostrar papeles y pasaportes una y otra vez, les mentían diciendo que si los tenían, algo bueno pasaría. La espera para la madre fue como una película de terror, y de repente, comenzó a sentirse fatal, buscó ayuda y poco a poco, pudo llegar a Costa Rica.
En esta aventura, le acompañaba una madre venezolana que llevaba a sus tres hijos menores de edad, y en el camino se hicieron amigas de otras migrantes, se juntaron en grupitos para no sentirse tan solas.
En Paso Canoas, Costa Rica les recibieron en el albergue del CATEM donde les dijeron que Panamá tenía un convenio para enviar migrantes mediante un vuelo humanitario a Caracas. Allí permanecimos 20 días; recibieron alimentación, ropa, cobijas y atención médica. Después informaron que debían salir hacia el aeropuerto de Panamá. Así fue que abordaron autobuses que les devolvieron al refugio de Lajas Blancas.
“Éramos solo mujeres con nuestros hijos, todas buscando cómo protegernos mutuamente. Así, con mi compañera de viaje compartimos lo poquito que teníamos: un bocado de comida, un sorbo de agua, un poco de ánimo. El camino era difícil, hasta que retornaron al Darién, noches enteras sin probar bocado, la niña con fiebre, el hambre que calaba hasta los huesos”, dijo conmovida la madre de Camila, quien tenía la certeza de que experimentaba momentos difíciles con cada paso de este viaje de regreso, que resultaba tan duro como cuando empezó la travesía.
Un primer informe de Fe y Alegría Panamá, del primer trimestre de 2025, reflejó que llegaron migrantes “en goteo”, un aumento del llamado flujo inverso (norte-sur) que quedó atrapados entre Panamá y México. En esa ocasión se estableció “una zona de retención” desde Darién, donde se vivió un “estado de excepción” no declarado, donde los derechos de los migrantes y nacionales estuvieron en riesgo.
La política anti migratoria cerró la válvula a miles de personas que nunca pudieron llegar a Estados Unidos. Lo que produjo el paso por Panamá de 18 mil 275 personas este año 2025, de ellas 17 mil 132 de origen venezolano, un 20 por ciento se trata de niños, niñas y adolescentes.
Las vivencias de Adrianyela en la ruta quedaron plasmadas en la mirada de su hija, como si fueran un eco distante. Ella evoca los instantes de travesía como “Muy duros”. En una ocasión, por ejemplo, carecían de fondos para alimentarse. Les tocó pernoctar en las afueras de una estación, a la intemperie. Allí, un joven hondureño les obsequió una pizza, y al día siguiente, algo de dinero para seguir adelante. Fueron noches en la calle, sin asearse.
La gente siente compasión al ver a un niño con hambre o sucio. En diversos lugares, cuenta la madre de Camila, obtuvieron asistencia humanitaria de individuos: les ofrecieron comida, les llevaron a un hotel para asearse y proseguir. “No fue obra de organizaciones sino de ciudadanos solidarios”, aclaró.
En tanto, Camila, ante estos eventos reaccionaba con melancolía. Lloraba con frecuencia, indagaba: “¿Dónde está mamá? Manifestaba que ese sitio no era su hogar, y preguntaba por su abuela y hermanos, con el ánimo desplomado. Adrianyela no siempre sabía qué contestarle, y para serenarla, la estrechaba, la mimaba, le proporcionaba su leche, la aseaba cuando podía. También le reproducía caricaturas en el móvil. La niña permanecía aferrada a ella.
La psicóloga clínica Edith Shiro, especialista en crecimiento postraumático y resiliencia, explica que este tipo de experiencias en la niñez dejan huellas profundas, incluso cuando no se expresan de forma evidente. Los niños, dijo, absorben lo vivido y lo incorporan en su desarrollo emocional y cognitivo. Los vómitos, las dolencias físicas o los cambios de conducta no son simples síntomas aislados: son, muchas veces, la manera en que el cuerpo manifiesta un trauma que no encuentra palabras.
En el caso de la niñez migrante, Shiro sostiene que, se aferran con más fuerza a sus cuidadores como única garantía de seguridad. Esa búsqueda de cercanía y protección se convierte en un ancla que les permite resistir la vulnerabilidad e incertidumbre del camino.
El retorno forzado de cientos de migrantes conlleva un entramado de políticas y carencias estructurales. Las defensorías de Panamá, Costa Rica y Colombia en su informe 2025, advierten que el endurecimiento de medidas en Estados Unidos, sumado a la falta de coordinación entre los países de tránsito, ha empujado a miles a regresar sin garantías mínimas de seguridad ni dignidad. En ese trayecto inverso, la vulnerabilidad se convierte en terreno fértil para redes criminales que aprovechan el vacío institucional.
El informe recomienda crer mecanismos permanentes de coordinación, con participación de organismos internacionales y sociedad civil, que atiendan de forma integral la movilidad. Solo así, insisten, se garantizará la protección real, acceso continuo a servicios esenciales y rutas seguras para quienes se ven obligados a volver sobre sus pasos.
En medio del caos y ansiedad en Lajas Blancas, semanas presa en la idea de que nunca les sacarían de ese albergue con un vuelo humanitario. En un de repente, un barco se puso a disposición para la repatriación, con un precio de 150 dólares por persona, los niños pagaban la mitad, además, les pedían sin discriminación de edad, muchos no lo tenían. Y como en un juego del azar, quien lograba juntar la plata se embarcaba, pese a los riesgos.
“No podía esperar más; necesitaba irme a casa y estar con mi familia e hijos. Hice esfuerzos para pagar y así salir”, detalla Adrianyela.
El viaje arrancó en Miramar, hacia donde fueron trasladados desde Darién a Colón. En la tarde subieron al barco y pasaron la noche en alta mar, camino a La Miel, aguas turbulentas de la comarca Güna Yala. En el trayecto el barco se movía un montón y casi nadie pudo pegar un ojo, la comida estaba incluida, narró. De ahí, tomaron una lancha hasta Capurganá, Colombia, donde el mal tiempo los tuvo esperando dos días antes de poder seguir para Necoclí.
Llegar a Capurganá alivió las lágrimas brevemente. Un baño de mar pareció solventar lo perdido en la extensa marcha. Fueron minutos de felicidad para Camila, un respiro en medio del miedo, donde el juego con las olas devolvió la sonrisa robada por la migración.
Los recuerdos se entrelazaban cada tanto, desde el adiós a los hijos al irse, la navidad sin la familia, con un plato solo en la mesa, encerrados entre cuatro paredes, y en la selva, la promesa de que “faltaba una hora” a cada rato, mientras pasaban tres, cuatro, cinco horas y solo veían monte.
Las ganas de volver a casa y estar con la familia eran más fuertes que el cansancio. Ahora la madre de Camila miraba atrás, con su bebé en brazos, y rememoraba cada paso. Hoy, de vuelta en Venezuela, la vida se iba reconstruyendo de a poco.
“Yo dije: yo voy a salir a buscar trabajo, no me puedo quedar de brazos cruzados, tengo que seguir luchando por mis hijos. Bueno, gracias a Dios metí mi currículo y un domingo en la noche me escriben para empezar a trabajar. Hoy día tengo cinco meses de haber llegado a Venezuela y gracias a Dios sigo en el mismo trabajo, confirmó la Adrianyela. Llegaron un miércoles y la vida ya tenía trazada su victoria. La resiliencia fue la clave para superar los problemas. Adrianyela y su hija son parte de las personas que entre febrero y abril reflejaron el regreso de 6 mil 562 personas por vía marítima, según un informe de Movimientos Mixtos Frontera Col-Pan.
Los datos se dividen entre los informes migratorios colombianos y los aportados por una fuente oficial de Seguridad de Panamá. Este trabajo hizo la solicitud por Ley de Transparencia y Acceso a la Información, al Servicio Nacional de Migración, donde no se respondió sobre las estadísticas del retorno inverso.
En la ruta migratoria de Adrianyela y su hija estuvo acompañada por una red humana tejida por la familia, personas bondadosas, periodistas, manos que brindaron cada acción, comentario y asistencia inesperado, que significaron un respaldo significativo para no rendirse.
“Cuando veía a las personas desprendidas que me ayudaban, yo dije: Dios, gracias por ponerme esas personas tan maravillosas. Créeme realmente, yo no lo esperaba”, confesó la madre de la niña.
Todo inició en México cuando su caso se hizo público por una familia hondurela, luego en Panamá otra persona, y a través de ellas se crearon vínculos con organizaciones y medios informativos. Fue por una oenegé que conoció a quienes la entrevistaron para un portal de noticias. “Me hicieron muchísimas entrevistas varios periodistas. Me grabaron un vídeo, me preguntaron infinidad de cosas”, rememoró.
El recorrido también se caracterizó por la conexión con los seres queridos, incluso a distancia. El padre, aunque lejos, brindó apoyo en medio del viaje. Esa red, en la lejanía física, sostuvo la esperanza de seguir adelante.
Para Fe y Alegría, los puntos de atrapamiento social migrante seguirán creciendo desde México hacia el sur impactando a países como Costa Rica y Panamá, de igual manera, a los países que recibirán a sus connacionales deportados o retornados. En total, la Organización Internacional para las Migraciones -OIM, estimó que el 37% de estas personas reporta necesidades económicas críticas, frente al 13% registrado en la ruta sur-norte.
Adrianyela tiene 26 años, una bebé y una historia que contar. Es fuerte, soportó el camino... “Si, una hace ejercicio, se quema la grasa y hace mucho... Panamá dejó una marca agridulce en esta madre e hija: país de paso, país de regreso, país testigo. Allí los peligros eran una constante: “Mucha gente fue asaltada, violada, asesinada. Las cosas estaban difíciles. Y la pequeña Camila estuvo cerca de todo eso.
Camila hoy duerme como cualquier niña. ya no en tránsito, al menos más segura. Al llegar a Venezuela, la emoción de su abuela desbordaba en lágrimas. Ella tan pequeña, no tuvo palabras, sus ojos hablaban sobre su gozo. “Fue un buen encuentro: la vez triste, a la vez feliz”, concluyó Adrianyela.
La doctora Edith Shiro advierte que los traumas en la niñez suelen ser invisibles al inicio, pero con el tiempo se revelan en ansiedad, depresión o miedos irracionales. Estas experiencias afectan la confianza y las relaciones futuras, por lo que requieren acompañamiento constante. Subraya que una niña de dos años necesita apoyo emocional y orientación cercana de los adultos para sobrellevarlo. “Esas experiencias tan difíciles, duran para toda la vida, eso hay que observarlo, eso hay que sanarlo”, recalcó.