Las entrañas del Nicolás Solano: el ‘matadero’ del oeste

  • 10/09/2025 00:00
Testimonios de pacientes y denuncias médicas revelan la crisis de atención en el centro médico de La Chorrera, un recinto saturado por la desidia estatal y la falta de especialistas

La madrugada aún se sentía por los pasillos abiertos del hospital Nicolás Solano, en La Chorrera, cuando Madeleine intentaba dormir bajo una cobija rosada. Eran las 9:30 de la mañana y llevaba más de ocho horas esperando los resultados de sus exámenes. La joven de 30 años conocía demasiado bien lo que significaba estar ahí: no era su primera vez.

“Yo tenía 17 años cuando vine por apendicitis. El doctor me dijo que era una infección urinaria. Me mandaron antibióticos, pero el dolor seguía. Volví y el médico me dijo que era ‘llorona’. Fue entonces cuando se me reventó el apéndice. Si no hubiera llegado el especialista de turno, yo no estaría aquí”, relató con la mirada perdida mientras se acomodaba bajo la manta.

Madeleine recuerda ese episodio como una marca en su vida. Hoy tiene 30. Ha pasado más de una década, pero los pasillos y las horas de espera siguen siendo los mismos. Ahora está allí por problemas en la vesícula. Había llegado a la 1:00 de la mañana y todavía esperaba el informe de un ultrasonido.

Su dolor no se limita a su propia experiencia. Aún le pesa la muerte de su madre, Diana, ocurrida en diciembre del año pasado. “Ella entró el 13 de noviembre con problemas en los riñones. Aquí decían que no podían hacer nada, que había que trasladarla a la capital. Allá nos dijeron que tenía la vejiga perforada. Pero ella llegó bien. Algo pasó aquí”, narró con voz quebrada.

Diana, de 56 años, vivió un mes de agonía. Del traslado al hospital Santo Tomás a la cirugía, todo se convirtió en un laberinto de esperas, explicaciones a medias y un desenlace fatal. “Nunca nos explicaron bien qué le hicieron. Solo nos decían que había complicaciones. Mi mamá murió el 17 de diciembre. Nunca salió del hospital”.

Madeleine acaricia la cobija mientras habla. Su historia no es aislada. Es la radiografía de cientos de familias que, cada día, llegan al Nicolás Solano con la esperanza de encontrar alivio y terminan enfrentando un sistema saturado y desbordado.

El hospital que no creció al ritmo de la población

El hospital regional de La Chorrera Dr. Nicolás A. Solano abrió sus puertas en el año 2000, durante la administración de la presidenta Mireya Moscoso, con el objetivo de atender a 300.000 habitantes de Panamá Oeste. Hoy, un cuarto de siglo después, recibe a más de 700.000 personas, según el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC).

En sus pasillos se mezclan vendedores de lotería en la entrada, paredes con la pintura descascarada, ventanas abiertas porque no hay aire acondicionado, y un ala de urgencias que apenas cuenta con tres consultorios para los casi 5.000 pacientes que recibe mensualmente.

De acuerdo con la Contraloría General, en 2023 el hospital contaba con 295 camas y 108 médicos. Atiende especialidades como anestesiología, cardiología, ortopedia, oncología y gineco-obstetricia, pero muchos de sus especialistas no permanecen en la institución por mucho tiempo, según contó el director médico regional de Panamá Oeste, Jorge Melo.

El resultado es predecible: los pacientes en estado crítico deben ser trasladados a la capital, y muchos mueren en el camino o presentan dificultades letales al llegar ahí.

La voz de los médicos

Ante esta situación, la Asociación Médica Nacional de Panamá emitió un comunicado, hace una semana, en el que urge al Ministerio de Salud actuar de inmediato: “Cada día que pasa sin acción significa más vidas en riesgo y más familias destruidas por la negligencia institucional. Es hora de que las promesas se conviertan en hechos concretos: el hospital Nicolás Solano necesita intervención ahora y no mañana”.

La presidenta de la Asociación, María Helena Arango, y el vicepresidente, Guillermo Kennion, denunciaron la falta de especialistas esenciales y la ausencia de autonomía en la gestión del hospital. “El Nicolás Solano posee un enorme potencial docente debido a la complejidad de la patología que maneja y los excelentes médicos que allí laboran. Con respaldo suficiente, podría formar especialistas para cubrir el déficit nacional”, señala el documento.

Muertes en espera

El 13 de agosto de 2025, un paciente murió mientras esperaba atención en la sala de urgencias. El hecho provocó una investigación administrativa ordenada por el Ministerio de Salud.

“El objetivo es esclarecer los hechos, garantizar que se agoten todas las diligencias y establecer responsabilidades”, indicó la institución en un comunicado, en el que se comprometió a colaborar con el Ministerio Público.

La sala de urgencias del hospital atiende más de 67.000 casos al año. Solo en los primeros ocho meses de 2025 ya habían pasado por allí más de 38.000 personas.

El director regional de Salud, Jorge Melo, reconoció que los tiempos de espera son el principal reclamo: “Superan las ocho horas en la mayoría de los casos. Se tiene un plan aprobado para ampliar la sala de urgencias y contratar más personal”.

La postura del ministro

El ministro de Salud, Fernando Boyd Galindo, fue enfático en su última visita al hospital: “Yo no protejo ni voy a proteger a nadie. El que no cumple con sus horarios, el que atiende mal a las personas, hay que denunciarlo y sacarlo del sistema”.

Recomendó instalar buzones de quejas y reiteró que la medicina es una profesión basada en la vocación de servicio. Pero los buzones, en medio de pasillos descascarados y salas saturadas, parecen apenas un gesto simbólico frente a un colapso mayor.

Por su parte, el centro médico no se ha quedado de brazos cruzados y tomó cartas en el asunto al suspender los turnos de un profesional de la salud involucrado en el procedimiento en el que un paciente sufrió quemaduras mientras se le limpiaba una herida en el abdomen.

‘El matadero’

En Panamá Oeste, muchos lo llaman “el matadero”. Es una expresión cruel, pero repetida por pacientes que sienten que entrar al hospital es jugarse la vida.

Las familias esperan en pasillos abiertos, entre vendedores de lotería y el calor sofocante, mientras adentro los médicos hacen lo que pueden con recursos limitados.

“Yo aquí perdí a mi mamá”, dice Madeleine con los ojos humedecidos. “Y ahora estoy aquí de nuevo, esperando por mi salud. ¿Cuántos más tienen que pasar por lo mismo?”.

Una deuda con la vida

El hospital refleja el estado de un sistema de salud pública que se quedó detenido en el tiempo. Mientras la población creció exponencialmente, el hospital se convirtió en una olla de presión: demasiados pacientes, muy pocos recursos, especialistas insuficientes y un edificio que se deteriora cada día.

El drama de Madeleine y de su madre es solo una historia entre miles. La diferencia es que, al contarlo, humaniza las cifras, pone rostro al dolor y convierte la estadística en un grito de urgencia.

El Nicolás Solano nació como una promesa para Panamá Oeste. Veinticinco años después, es un símbolo del abandono estatal y de la precariedad en la atención médica.

Los pasillos llenos, las muertes evitables y las denuncias por mala praxis son heridas abiertas en la memoria de un país que aún no logra garantizar lo básico: el derecho a la salud.

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