La depuración de los partidos

Actualizado
  • 21/07/2018 02:00
Creado
  • 21/07/2018 02:00
En una columna publicada originalmente en 2002, Carlos Iván Zúñiga Guardia ‘El Patriota' esclarece la diferencia entre la ‘limpieza' de los colectivos políticos y la abolición total de estos

Siempre se ha tenido como verdad sabida que la democracia como sistema se fortalece con la existencia de partidos políticos moralmente vigorosos. También se consolida la democracia gracias a la participación cívica de los grupos de presión. Los partidos políticos aspiran a gobernar y los grupos de presión a procurar los buenos comportamientos oficiales.

‘Una comunidad frustrada ante el comportamiento indeseable de los partidos políticos aproxima su discurso de reproche al discurso de los totalitarios. Los totalitarios son enemigos capitales de los partidos(...). Los totalitarios no quieren a ningún intermediario entre el pueblo y el poder'.

En cada ocasión en que los partidos se debilitan, bien por desechar los programas o bien por apartarse del bien común como objetivo, la democracia pierde estabilidad y los pueblos dejan de apoyar el sistema.

La mayor crisis de la democracia se observa cuando la sociedad rechaza el comportamiento incorrecto de los partidos o cuando censura a la clase política por incapaz o por corrupta. La crisis solo la pueden conjurar los mismos partidos depurando su membresía y democratizando su vida interna. Si los organismos políticos no se purgan a sí mismos, la democracia corre el peligro de sucumbir o vivir un largo periodo de anarquía y zozobra.

Ante el desprestigio de los partidos, la democracia debe contar con mecanismos de autodefensa. Esos mecanismos son fundamentalmente morales. También suelen ser judiciales. Cuando España fue gobernada por los socialistas, se dieron censurables casos de corrupción que afectaron seriamente el prestigio del Partido Socialista Obrero Español. La sociedad en su conjunto exigió la depuración de responsabilidades, y tal depuración fue asumida por los socialistas expulsando a los culpables o provocando la renuncia de los responsables de la desviación de la historia ética del partido.

FICHA

Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:

Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia.

Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé.

Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá.

Ocupación: Abogado, periodista, docente y político

Creencias religiosas: Católico

Viuda: Sydia Candanendo de Zúñiga

Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.

Los mecanismos de defensa de la democracia solo funcionan si la clase política y los partidos cuentan con una dirigencia consciente de los deberes de su liderazgo y de sus responsabilidades fiscalizadoras. En ese sentido, el caso de España es ejemplar, porque en el seno del partido socialista, ahora en la oposición, dejaron de tener vigencia los actores o responsables políticos de los errores cometidos cuando ejercieron el gobierno. La depuración fue tan intensa, que la mala imagen del pasado fue remplazada por la buena imagen de una nueva dirigencia incontaminada. En una dirección parecida se enrumba la democracia cristiana alemana, luego de los traspiés de su dirigencia política, y no menores esfuerzos hace el PRI mexicano para asumir plenamente sus responsabilidades por los errores tan censurados por la opinión pública mundial, cometidos durante 70 años de gobierno.

Ante la crisis de los partidos políticos, la democracia solo se salva si esos partidos se purifican, expulsando de su organización, drástica y sumariamente, a los corruptos que son reprochados con vehemencia por la sociedad.

Si no funcionan los mecanismos de defensa de la democracia, es decir, si en los partidos no se exigen las responsabilidades políticas, en tales casos se propician las condiciones para que, ante la fragilidad de la democracia, los totalitarios, los aventureros o los golpistas, siempre en acecho, ejecuten los golpes precisos para ‘erradicar el mal' con la resignada complacencia de la sociedad.

Una comunidad frustrada ante el comportamiento indeseable de los partidos políticos aproxima su discurso de reproche al discurso de los totalitarios. Los totalitarios son enemigos capitales de los partidos. El primer paso de los totalitarios al usurpar el poder es decretar la disolución de los partidos. Los totalitarios no quieren a ningún intermediario entre el pueblo y el poder. Los totalitarios sólo creen en la falsa yunta pueblo-gobierno. De modo que hoy el discurso político de la sociedad civil, que condena a la clase política y a los partidos, corre el peligro de confundirse con el discurso y con los fines del totalitarismo.

La legítima condena que hace la sociedad civil, como grupo de presión, contra los partidos políticos debe ser bien definida. La sociedad civil no puede postular la abolición de los partidos, sino la purificación de estos. Los partidos deben contar con códigos de ética docentemente divulgados entre su membresía, que sirvan de pautas o de correctivos permanentes ante cada infracción de sus normas. Ante la lesión que se comete en perjuicio de los intereses de la sociedad, los partidos deben estar prestos a exigir las responsabilidades políticas a los autores, cómplices o encubridores de los ilícitos señalados por la opinión pública.

Lo que debe estar muy claro es que la democracia no puede funcionar sin partidos decentes, o dicho en otra forma, la democracia no puede funcionar con partidos indecentes.

La sociedad en su conjunto debe exigir en esta hora gris que vive el Órgano Legislativo, la depuración de los partidos señalados como corruptos; debe igualmente exigir la transparencia en su manejo político y económico interno, y la reestructuración de todo el sistema electoral para que la participación ciudadana en la política no sea vista como un deleznable negocio, sino como un honroso servicio público.

Si los partidos políticos no toman, bien dosificado, el depurativo que reclama su organismo enfermo de cleptomanía y de gula, podría venir en acción recurrente el nocivo purgante totalitario que, además de extinguir al enfermo, se llevaría de calle a la precaria democracia obtenida con grandes sacrificios por el pueblo panameño.

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