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- 03/04/2009 02:00
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A lo largo de la historia del cine, han surgido representaciones magistrales que valen la pena apreciar, en la que la conjugación de la trinidad fílmica: libreto, actuación y dirección se han mezclado con precisión para brindarnos expresiones dramáticas honestas e impactantes en diversas películas, que sólo un buen actor, ante una situación específica y con un buen guión y libreto en mano pueda ofrecer.
Son los famosos monólogos, que se nutren de la literatura. Para los cineastas constituyen una herramienta de gran utilidad, a través de la cual se puede establecer ese carácter único en los personajes, manifestado abiertamente sus más profundos pensamientos cargados de sabiduría y reflexión.
Se abordan demandas, meditaciones y hasta declaraciones tanto de amor como de odio. El tono varía: puede ser retórico, peyorativo, sarcástico o cómico. Eso sí, siempre matizado por algo verdaderamente significante y lleno de valor y esperanza por lo que nuestros oídos deben estar muy atentos en el instante de cualquier proyección.
Y escuchamos cosas como: “No permitas que nadie diga que eres incapaz de hacer algo, ni siquiera yo. Si tienes un sueño, debes conservarlo. Si quieres algo, sal a buscarlo, y punto. ¿Sabes?, la gente que no logra conseguir sus sueños suele decirles a los demás que tampoco cumplirán los suyos”, Will Smith en “The Pursuit of Happyness”(2006).
También son célebres los discursos cargados de ironía. “Quieres que te diga la verdad.. no sé si mi mujer me dejó porque bebía, o bebo porque mi mujer me dejó”, Nicolas Cage en “Leaving Las Vegas” (1995).
Monólogos sencillos y puntuales, otros extensos y destacados. Pero debe existir esa disposición en un actor para ser convincente y convertirse en nuestro héroe de turno en la película. Aún así, quien se debe llevar el mayor crédito es el cerebro detrás de cada una de esas líneas, creadas y escritas para elevar la espiritualidad de los personajes escénicos.
Quizás uno de los hombres que reunió toda la capacidad de dirigir, actuar, y escribir sus propio parlamento fue Charles Chaplin, que con su película “El Gran Dictador” (1940), logró aprovechar la introducción del sonido en el cine, y junto a su personaje, ofrecer uno de los más grandes discursos que poco se ven en la pantalla grande, una crítica y una declaración de principios en una época de ideologías atroces.
Este genio del séptimo arte podía combinar el drama más absoluto con su ingenioso humor gracias a su particular modo expresivo, a través de su mítico personaje “Charlot”. Su lenguaje universal e inteligente recorrió el mundo antes de ser silenciado en el momento que el cine se abría paso en el tecnicismo sonoro.