Edwin Cedeño:

‘Edwin Cedeño: Si el Estado quiere que el panameño sea más culto hay que darle cultura’

El director y actor panameño, cuenta con más de 40 años de trayectoria en el teatro nacional. Ha dirigido y participado en más de 200 montajes, entre ellos The Producers, Víctor Victoria y Taxi, y ha recibido premios como los Aggie Awards, Kennedy Center y Escena. Combina su labor artística con la docencia, dedicado a formar nuevas generaciones de talentos en las artes escénicas.

Edwin Cedeño (Panamá, 1959) ha dedicado su vida al teatro. Confiesa a este medio que tiene el propósito de transferir su conocimiento a las nueva generaciones, ese será su legado. Mientras instalamos los micrófonos y damos los últimos toques técnicos para comenzar a grabar, cuenta entre risas que sus alumnos “son masoquistas” porque llenan el aula de clases a pesar de que él es muy estricto. Ahora, con seriedad revela que los descubre cuando usan inteligencia artificial, dice preocupado que les hace daño porque dejan de pensar.

Comienza la grabación. Llevamos a Edwin a recordar su infancia y habla de sus travesuras, las peores las cuenta fuera de cámara, al terminar la entrevista, ¡le guardaremos el secreto! Narra cómo fueron sus comienzos en el teatro, sobre la profesionalización de la carrera, lo que falta hacer en Panamá y hace un llamado al Gobierno.

¿Cómo era Edwin Cedeño de niño?

Tú esperas que me acuerde de eso.

Cuénteme lo que se acuerde

Mira, yo era muy travieso, pero muy travieso, muy travieso. Crecí en Chitre, mi mamá daba clases de maestra en Llano de Piedra, en Macaracas y me quedaba con mis abuelos. Era demasiado tremendo, tanto que a veces me tenían que amarrar a un palo. Era sumamente inquieto. También era independiente, no había que corretearme para que hiciera mis tareas. Me acostumbré a hacer tareas muy rápido porque ya salía de eso y me iba a jugar.

¿Qué quería ser de grande?

Yo quería ser trapecista. En Panamá había muchos circos y generalmente iban de gira por los pueblos. Entonces llegaba el circo al pueblo y era el gran acontecimiento. En el patio de la casa tenía trapecio, una soga con un palo y no te puedo explicar las matadas que me daba, porque lo que yo veía en el circo, lo quería hacer.

¿Cómo fueron esos primeros acercamientos con el teatro?

Eso ocurrió en mi adolescencia. Recuerdo que, cuando estaba en primaria, mis padres me inscribían en todas las actividades posibles: conjunto típico, coro, rondalla, entre otras. Ya en secundaria, cuando uno empieza a tomar decisiones con más libertad, estudiaba en el Instituto Fermín Naudeau y junto con mis compañeros creamos el Frente Cultural Naudeauista. Cada miembro debía asumir una responsabilidad, y a mí me asignaron el área de teatro.

Más tarde me gradué del colegio y considero que mi verdadero inicio en el teatro fue en 1977, el año de mi graduación. Por casualidad me involucré en el Teatro Rodante del INAC, dirigido por Eugenio Fernández, un grupo móvil que en ese momento presentaba una versión de Alicia en el País de las Maravillas por todo el país. Aquello fue un año de muchísima actividad teatral. Menciono esta experiencia porque gracias a ella, cuando me gradué me ofrecieron una beca para estudiar teatro y cine en Moscú. Sin embargo, no me dejaron ir.

¿Quiénes?

Mi familia. Me dijeron: ‘te van a lavar el cerebro, ¿cómo vas a estudiar teatro?. Me quedé. Entonces empiezo toda la diatriba para ver que estudiaba. Y tú te podrás imaginar hace qué casi 40 años cuántas opciones de carreras había. No es como ahora. Me metí a estudiar biología y ahí empezó mi recorrido por varias facultades. Terminé una licenciatura en publicidad, comunicación social.

Sustenté en el 88, en el 89 fue la invasión. Eso significa que cuando yo estaba sustentando la tesis, en la Universidad de Panamá, afuera estaban los doberman tirando. La crisis estaba en su punto más alto. Así que tuve que aceptar cualquier oportunidad que se me brindara para poder hacer la práctica profesional. Por dicha estaba haciendo teatro en la universidad y trabajando con producción publicitaria. Me gradué, me fui a Colombia a buscar suerte, no funcionó, regresé y seguí en producción publicitaria.

Fui dando tumbos, saltos, fui a esto, a aquello, continuamos trabajando y de ahí se me presentó la oportunidad de aplicar por la beca Fulbright y apliqué para estudiar teatro. Así que tuve la oportunidad de hacer uns maestría en teatro en Nueva York, regresé y no he parado.

¿Qué diferencia hay entre aquellos tiempos versus la actualidad?, ¿es más fácil para las nuevas generaciones?

Hay de todo. Hoy hay más oportunidades, no solamente a nivel académicas, sino de la profesionalización de la carrera. Por ejemplo, antes la gente decía: ‘voy a estudiar actuación’, ahora, una de las carreras es la dirección de escena o el stage manager. Hay carreras técnicas que se necesitan para todo, como la iluminación. Esa diversificación o profesionalización de la carrera permite, por supuesto, que haya más opciones de trabajo para la gente.

¿Cómo es Edwin el profesor?, ¿por qué dice que sus alumnos son masoquistas?

La educación artística es estricta. Mucha gente cree que basta con el talento, pero una carrera en arte exige compromiso, estudio y práctica. En teatro, por ejemplo, dos meses de ensayo significan memorizar el libreto, dominar movimientos, emociones y ritmo; en danza, la técnica también requiere precisión y disciplina. El arte corrige lo que está mal para que el resultado sea creíble, no para herir sensibilidades.

Además de la práctica, hay una fuerte carga teórica. En mis clases de historia del teatro estudiamos desde los griegos hasta hoy, lo que implica analizar escenografía, actuación y dirección a lo largo de los siglos. Los estudiantes deben leer alrededor de 20 obras para comprender la literatura dramática universal.

Creo que el conocimiento debe transmitirse a las nuevas generaciones para evitar brechas de actores, directores o profesionales del teatro. Por eso, en cada proyecto doy espacio a nuevos talentos, ya sea en escena, en asistencia o en el backstage. Desde la Facultad de Bellas Artes impulsamos alianzas con teatros como el San Agustín, El Círculo y La Estación, donde los estudiantes adquieren experiencia real, incluso en áreas como boletería o producción.

Muchos de ellos enfrentan dificultades económicas, pero su esfuerzo tiene recompensa: los músicos suelen ingresar a la Sinfónica o a la Red Nacional de Orquestas y Coros, y los bailarines al Ballet Nacional. Ese reciclaje de talento garantiza la continuidad del arte en Panamá.

Las bailarinas que pertenecen al Ballet Nacional tienen su salario por medio del Estado. La Orquesta Sinfónica también, ¿cómo está el teatro?

No existe una compañía nacional de teatro, lo cual no es necesariamente bueno o malo. En el mundo hay pocas compañías estatales, y su creación debe analizarse con cuidado: si contratas actores de planta, debes garantizar obras para ellos; lo mismo ocurre con los directores, que pueden tener estilos muy específicos.

En cuanto a los estudiantes de teatro, muchos trabajan incluso antes de graduarse. Algunos van a audiciones como actores; otros se dedican a áreas técnicas. Dos de mis alumnos ya hacen iluminación en teatros profesionales sin haber terminado la carrera. Otro, especializado en marionetas gigantes, ha encontrado contratos constantes gracias a su talento. Cada quien va descubriendo su camino según las oportunidades.

Además, en la carrera enseñamos producción teatral. La idea es que los egresados sepan desarrollar proyectos autosostenibles, sin depender únicamente de que los contraten. Opciones hay muchas: desde teatro callejero, donde se pasa el sombrero, hasta propuestas más experimentales o de vanguardia que pueden financiarse con fondos concursables, nacionales o internacionales. Lo esencial es que cada artista logre sostener económicamente su trabajo.

El teatro en Panamá

Este es un tema delicado: el Estado debe asumir más responsabilidad. El teatro no puede compararse con un negocio común. El turismo, por ejemplo, recibe beneficios; en cambio, el arte debe pagar impuestos sin contar con apoyo.

Recientemente leí aquí en La Estrella el caso de un exalumno actor que, en el último censo, llegó a mi casa como empadronador. Fue grato verlo, pero también doloroso saber que dormía en un albergue. Cada quien es responsable de sus decisiones, pero la pregunta sigue siendo: ¿qué hace el Estado por sus artistas?

En países como España existen pensiones para artistas desempleados. Aquí seguimos esperando atención y apoyo. Presentamos proyectos culturales y sociales, pero rara vez obtenemos respuesta. El Estado debería preguntarse qué tipo de ciudadano quiere formar. Pero, mientras le den circo tendremos personas bailando al son de la comparsa. Si el Estado quiere que el panameño sea más culto hay que darle cultura.

Un ejemplo positivo fue Maestra Vida, que llevamos a provincias donde rara vez llegan proyectos artísticos. El público en Chiriquí estaba emocionado. Esto demuestra la necesidad de descentralizar la oferta cultural, que hoy se concentra en la capital.

Necesitamos espacios en cada provincia, como palacios de Bellas Artes, que funcionen como centros de encuentro y de creación. El caso de Colón, con su nuevo centro cultural, es prueba de que la gente tiene hambre de arte y de que el artista local florece cuando se le brinda un escenario. Crear infraestructura cultural es, en sí mismo, impulsar una revolución social.

Lo vimos cuando se presentó Maestra Vida en el cuadrangular de Ciudad del Saber, ¿usted cómo ve esa respuesta del público?

Me sorprendió muchísimo. Le decía al productor que tenía miedo porque llenar el cuadrángulo de Ciudad del Saber era difícil. Sin embargo, empecé a notar que la gente llegaba temprano, con sus sillas, en familia, compartiendo antes del espectáculo. Desde la cabina solo podía ver hacia adelante, pero se notaba cómo el lugar se iba llenando.

Al final, cuando subimos al escenario a saludar, vi el espacio repleto hasta el fondo. Fue impactante. Más allá de la cantidad de personas, lo más hermoso fue que el público coreaba las canciones. La música terminaba y la gente seguía cantando. Fue un momento mágico.

Las próximas obras de Edwin

Estoy por estrenar con la Academia Breve de Panamá una obra llamada Nota Typical Broadway and Musical, que reúne ciertos montajes icónicos del teatro musical en una historia entrelazada. Después, en el Teatro en Círculo, estrenamos Taxi, una comedia llena de enredos que el público no se puede perder.

Luego presentaremos Fama en el Teatro Nacional, del 2 al 5 de octubre. Inspirada en la famosa película, este montaje busca dar visibilidad a las nuevas generaciones: el 80 % del elenco es nuevo, acompañado de reconocidas figuras del teatro musical local, todo bajo mi dirección.

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