• 14/06/2020 00:00

Fábulas

Si pudiéramos leer nuestra propia historia dentro de doscientos años, cómo nos reiríamos de todas las ridiculeces que se contarán

Hace ya varios años, exactamente en mayo de 2010, y ustedes perdonen por la autorreferencia, escribí en un Aullido de Loba titulado 'Mentiras y verdades' lo siguiente: “Los hechos generalmente están hechos de traición, intriga e intereses galloferos. Por eso los políticos, los historiadores y los ideólogos han decidido que es más bonito mostrar a sus héroes a caballo con el brazo en alto y la espada desenfundada. No queda nada bien mostrarlos en retaguardia, sobresaltándose cada vez que cae un cañonazo cerca de ellos, o negociando crudamente, con una copa de coñac en la mano, jugando con las vidas y las fronteras de los que estaban peleando, creyendo hacerlo en nombre de la libertad.

Si pudiéramos leer nuestra propia historia dentro de doscientos años, cómo nos reiríamos de todas las ridiculeces que se contarán. Lo malo es que dentro de cien años todos estaremos calvos y alguien contará nuestra historia como le venga en gana. Las calaveras no tienen lengua, por eso es por lo que un diálogo con ellas se llama monólogo”.

A los seres humanos no nos gusta la realidad, lo prosaico, lo descarnado nos da repelús. Queremos comer el filete limpiecito y sin grasa, pero no queremos pensar en la res convulsionando mientras muere, cagando sin control su última comida, el cadáver colgado en un gancho y el matarife abriendo en canal mientras las tripas se desploman en el suelo.

Queremos vivir bien, con las espaldas cubiertas, sin preocupaciones, pero no nos interesa saber los tejemanejes y la mierda que los políticos se lanzan y luego barren debajo de las alfombras en los pasillos de presidencias y congresos. Queremos creer que nuestros políticos son impolutos, educados y decentes. Que su moral es intachable y que anteponen los intereses del pueblo antes que los propios. Y nos rasgamos las vestiduras cuando descubrimos que no es así.

Es precioso creerse las fábulas históricas. Por eso nos emocionamos cuando leemos que en pleno centro de Seattle se ha creado una comuna anarquista, donde todos son veganos, donde no hay policía mala y cruel que mate a las personas de color.

Pero la realidad es una hija de puta. A la realidad le importan muy poco los unicornios con los que tú sueñas y le importan aún menos las fábulas que nos cuentan para adormecernos. La realidad es que las utopías no duran, que los mendigos te roban la comida, aunque tú pienses que estás peleando contra una sociedad que los empujó a ser mendigos y por eso ellos deberían portarse bien contigo. La realidad es que, en dos días, el macho alfa gorila lomo plateado se erige en el mandamás del cotarro y decide que él es el que va a poner orden, de manera que no aceptas a la policía, pero en la práctica tienes a unos matones que son la policía. Capitol Hill se cubre de paragüitas rosados y deben proteger su utopía sin fronteras con barricadas. Ruegan para que alguien les done comida (vegana, por favor) y hacen un cine al aire libre mientras descansan después de intentar plantar algunas verduras en un huerto comunal improvisado encima de un parterre. Huerto que, de haberlo visto mi abuela, hubiera sido razón de más para darles de zurriagazos en los lomos por inútiles y zotes.

Y si sobreviven al hambre (inserte sarcasmo aquí al leerlo, por favor), y al asedio, (pfffffff…) los habitantes giliprogres de la Zona Autónoma de Capitol Hill?, (también conocida como Free Capitol Hill), podrán contarles a sus nietos, si es que la naturaleza falla y se reproducen, que vivieron en un maravillosa utopía.

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