Responde, por favor

  • 24/03/2018 01:01
V ioleta miraba lánguida por la ventana cuando él le contó la noticia de su viaje. Esa escena —esa chispa— le atiza la mente

V ioleta miraba lánguida por la ventana cuando él le contó la noticia de su viaje. Esa escena —esa chispa— le atiza la mente mientras recorre el Reina Sofía y observa un cuadro: la misma silueta ensimismada y a contraluz, el marco natural de la ventana, similar habitación desprovista de muebles y objetos, semejante figura de piernas esbeltas y cabellos ensortijados. Lleva los cascos del iPod bien puestos, no le interesa contaminarse con la historia oficial del pintor. «Muchacha en la ventana» además es una obra que le fascinó desde que lo vio en un libro del colegio.

Le sorprende ser testigo de cómo una imagen de inicios del siglo pasado se puede asemejar a la miel de un reciente recuerdo. «Es la megalomanía de Dalí», se dijo.

Aunque sea por un instante, cualquier vivencia actual trae de regreso a Violeta. A pesar de que trajina distraído conociendo nuevos lugares, nuevas mujeres, la piensa durante los días y en las madrugadas su nombre se mezcla entre sus sueños. Pero no como antes, no con miedo ni resentimiento. Lo ha superado. Si quiere escribir, debe garabatear basándose primero en sus experiencias con ella.

Retiene la imagen del museo hasta que llega a su piso. Ingresa desesperado por encontrar papel y un bolígrafo. Comienza la explosión.

Había esperado el último momento de su encuentro para contarle que se iba a Madrid. Estaban en la habitación oscura del hotel que frecuentaban, entonces acompañados de una cama diminuta e incómoda, una mesa de noche solitaria, un televisor anticuado y una ventanilla que daba a unos edificios descoloridos desde donde subían ruidos domésticos. Muy distinta a la vista del cuadro de Dalí.

Como la fuente de los recuerdos es un dédalo que se dilata, Yonny evoca también el inaugural momento cuando recorrió entre las piernas de Violeta, en la misma penumbra. Ella lo aceptó, quiso ocultar el dolor, aferrando las rodillas desnudas al macizo talle, reprimiendo unos sollozos que él creía eran de placer. Aún retiene en la yema de los dedos la sensación, la entrega trémula: una niña que huyó por completo. La ve partir con los brazos sobre el rostro. Aún conserva en las papilas de la lengua el sabor amargo de la típica pregunta de hombre: «¿Te gustó?»

La memoria lo revive. Nunca se olvida al amor que desprende su inocencia. Es más, uno espera que continúe inoculando. Trata de plasmarlo en sus primeros versos, en una alabanza encarecida:

Te contemplo por primera vez, entre muros de cemento /desmigo esa ignota carne /yo, áspero por las cicatrices, extinto de diálogos, /bebo de los senos que medran y /en el oprobio, prevaricando los husos del mundo, /atravieso unos labios desastrados: sin disimulo ni misterio, /sin truco ni sigilo. /—al hondón de todas las escatologías—

Piensa en la última estrofa. Le da vueltas. Escribe:

Y los nuevos vientos punzan crímenes y jaulas, /mi gratitud: un tiempo sin dominio /tu infinitud: un deseo sin estación, /en el mullido esplendor de lo agreste.

Ella, en teoría, vive en Miami. Le sigue sin responder desde que mandó esos emails : su celular apagado, su usuario de Skype no aparece y el chat del BlackBerry —tanto trabajo que costó conseguir su PIN— tiene solo la D. Pareciera que se evaporó.

La última opción: llamar al número de teléfono de su casa en Lima. Necesita saber de ella. El final ha quedado inconcluso. Sobre todo, por lo que ella supuso. Busca la tarjeta que compró en el locutorio. Llama. Tiembla.

—¿Aló?

Reconoce la voz gutural de inmediato.

—Hola. ¿Puedes decirle a tu hermana que me responda, por favor?

—¿Quién es?

—Yonny.

Silencio. Escucha al otro lado murmullos. Alguien cuelga el teléfono.

Después de vagar alrededor del cuarto, corrige el poema. Hace algunos cambios en la adjetivación y las rimas. No está conforme con el resultado: empieza sin fuerza. Aunque han interpretado un poema con todos los elementos, no está complacido con lo descrito. La cicatriz del recuerdo le oculta el camino de la composición.

Espera que algún día ella lo salve. ¿O estará destinado a añorar su retorno, a reprimir las sospechas y nunca tenerla?

Vuelve la imagen de la muchacha en la ventana. Ella seguirá ahí, perdurando. Más allá del propio contexto, que representa el ambiente con la que la mujer da la espalda. La protagonista anhela horizontes lejanos, no se conforma. Igual Violeta, quien sigue un destino sin él porque comprende lo que está bajo las buenas intenciones.

«¿El arte, como el amor, también está marcado por las falsas promesas, por la fatalidad?», se pregunta desesperado. Y lo que atiza su mente es la respuesta humillante de aquel día: «La primera vez nunca es la mejor».

ESCRITOR

‘Aún retiene en la yema de los dedos la sensación, la entrega trémula: una niña que huyó por completo. La ve partir con los brazos sobre el rostro. Aún conserva en las papilas de la lengua el sabor amargo de la típica pregunta de hombre: «¿Te gustó?»

LEYLES RUBIO

@checherule

Nació en el Callao, Perú, en 1986. Contador de historias con maestría en Comunicación Corporativa por EAE (España).

Ha desempeñado cargos de liderazgo en áreas de mercadeo, comunicación y responsabilidad social, para empresas multinacionales.

Participó en diversos talleres de escritura facilitados por reconocidos escritores latinoamericanos y en el Diplomado de Creación Literaria de la UTP (Panamá).

Tiene textos divulgados en diversas antologías, revistas y publicaciones digitales. Su primer libro es ‘Bailando descalzo por Madrid' (2016).

‘Dos de enero' es el cuento con el que arranca su ópera prima.

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