El nacimiento de una estética del horror

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Actualizado
  • 13/07/2014 02:00
Creado
  • 13/07/2014 02:00
En 1920 el dadaísmo alemán organizó una de sus polémicas exposiciones en Colonia

Con la guerra el arte dejó de lado su más preciado atributo, la belleza, y los visitantes de exposiciones y galerías tuvieron que acostumbrarse a una estética de lo grotesco, lo ilógico y lo sombrío. Pero el arte no se limitó a hacer el infierno visible ni a narrar el desorden mental y emocional que enloqueció a los soldados.

En 1920 el dadaísmo alemán organizó una de sus polémicas exposiciones en Colonia. Para entrar a la sala atiborrada de cuadros había que pasar por los orinales de una cervecería. Dadá –según los propios artistas– era una vanguardia que disparaba a los sentidos, hería el olfato, el tacto y la vista y desorientaba al sujeto. ‘El nuevo arte era chocante –dice Millicent Vladiv-Glover, profesora de la Facultad de Artes de la Universidad de Monash-. Imitaban los efectos de la guerra y destruían a la audiencia como una bomba.’ Era la estética del sufrimiento.

Desilusionados con el arte burgués que había llevado a la humanidad a destruirse a sí misma, Dadá encarnaba la antiestética y rompía toda lógica. El propósito de esta vanguardia era unir el arte con la vida cotidiana y llevar a las personas a reflexionar sobre la locura que se había tragado el mundo.

Estos artistas dejaron de lado el efervescente nacionalismo europeo y se dirigieron a todos los hombres y mujeres. Por su parte, el surrealismo, convencido de que la guerra era producto del exceso de racionalismo heredado de la ilustración, investigaba las infinitas posibilidades del subconsciente y se apartaba de la violencia.

Después de la guerra el arte ya no podía definirse como lo bello y lo armonioso y una vez más hombres y mujeres se vieron obligados a indagar por su esencia. En la literatura, la pintura y la poesía predominaban los experimentos, los ejercicios introspectivos del artista y su irreverencia.

Las reglas del pasado habían quedado atrás y ahora cualquiera podía imponer las propias. La introspección y la curiosidad por probar cosas nuevas se han mantenido en el arte a lo largo de los años. Lo que no duró mucho, a pesar de haber pisado fuerte, fue el radicalismo y la utopía de las vanguardias que se propusieron cambiar un mundo que los tenía desilusionados. Un esfuerzo tan digno de admiración como fugaz.

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