• 15/03/2020 06:00

Humanidad y egoísmo

No, no insistan en creerlo. El ser humano no es bueno por naturaleza. Como dice Camus: “Bien sé que el hombre es capaz de acciones grandes, pero si no es capaz de un gran sentimiento no me interesa”.

No, no insistan en creerlo. El ser humano no es bueno por naturaleza. Como dice Camus: “Bien sé que el hombre es capaz de acciones grandes, pero si no es capaz de un gran sentimiento no me interesa”.

Pero el ser humano está preparado genéticamente para sobrevivir como especie y para reproducirse no importa cómo ni en qué circunstancias. Por eso se dispara el deseo sexual en momentos de peligro, aunque sepamos que este peligro es falso, (ya saben, caballeros, las películas de terror son las mejor elección para iniciar un acercamiento sexual). Por eso las mujeres siguen pariendo en medio de conflictos y hambrunas. Y no, el ser humano no es solidario por naturaleza. En general somos unos cabrones desalmados. Por eso es tan fácil ridiculizar al otro, minimizarlo, animalizarlo, por eso existe la esclavitud. Por eso una persona acapara diez botes de alcohol y treinta de toallitas con cloro y le importa un ardite que tú te quedes con cara de pendejo. Y por eso dos entes son capaces de liarse a golpes por un quítame allá ese papel higiénico.

Ahora bien, el ser humano también es un ser cultural, y es un ser que necesita encajar en su grupo y su tiempo, como bien nos demuestran las modas absurdas exacerbadas por las redes sociales y la angustia de ser aceptado; y este tiempo complicado en el que nos está tocando vivir, dicta valores contradictorios: por un lado está de moda ser solidario y apoyar las causas de los más desfavorecidos, condolernos con los terremotos y las masacres, (todos fuimos París), pero por otro lado seguimos siendo egoístas. Queremos que se acabe la esclavitud en las maquilas tercermundistas, pero no queremos pagar varios cientos de dólares por unos bluyines confeccionados en un país del primer mundo, con empleados con sueldos de primer mundo y prestaciones de primer mundo. Por un lado, queremos un mundo de paz y amor y pajaritos piando y unicornios volando, pero por otro lado queremos quemar vivos a cuarenta muchachos que han llegado a su país desde una zona infectada y exigimos que nos los alejen. Y clamamos por saber quiénes son y dónde viven los posibles contagiados. ¿Para qué? ¿Para rezar por ellos? Es posible, pero rezar de lejitos porque mi salud y la de mi familia es primero.

Porque ahora, y a toro pasado todos somos toreros, hay muchos hablando como expertos y declarando que fue una irresponsabilidad permitir los carnavales, pero estoy segura de que a ninguno de los que ahora sueltan babosadas se les ocurrió enclaustrarse. Que podían haberlo hecho, ¿eh? Miren, yo estuve todos los carnavales en mi casita. Sin salir y casi sin ver a nadie. ¿Ven? Es fácil, no se necesita a papá Estado para que nos diga qué hacer.

Sobre todo si luego los todólogos van a cuestionar todas y cada una de las decisiones que se toman, que yo lo sé mejor dónde va usted a parar que mi prima es amiga de una señora que trabaja en la décima planta de un hospital en la ciudad que queda según escupes a la izquierda de donde vive el tío segundo el cuarto contagiado y le ha dicho que lo mejor es introducirse vinagre por una fosa nasal y sacarlo por la otra mientras recitas tres padrenuestros y dos yopecador.

El ser humano es un espécimen curioso, capaz de lo mejor y de lo peor.

Aún estoy esperando a ver si aquí en Panamá el jinete del caballo amarillo nos hace sacar nuestra mejor cara o si, como parece estar ocurriendo, esto se va a convertir en un pandemónium.

Columnista
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