Literatura, memoria y transitismo

Actualizado
  • 27/08/2023 00:00
Creado
  • 27/08/2023 00:00
La escritora panameña Nicolle Alzamora analiza cómo la identidad transitista no comulga con las complejidades de nuestra memoria histórica, y cómo este hecho ha incidido en el ocultamiento oficial de la historia reciente del país
Escritora panameña Nicolle Alzamora.

La escritora panameña Nicolle Alzamora tenía una inquietud desde sus años de bachillerato: ¿Acaso era tan poca la producción literaria local, tal como se le mostró en la escuela? Algunos años después y ya inmersa en el mundo literario, la pregunta se hizo más compleja: ¿Por qué el tema de la dictadura y de la invasión tenían tan escasa presencia no solo en la literatura, sino también en la propia cotidianeidad?

“Cuando estuve en la escuela no recibí suficiente formación sobre literatura panameña. Me gradué en el 2009 y, en ese momento, el consumo que teníamos de literatura panameña era… Digamos que leí Gamboa Road Gang”, una novela escrita en 1960 por Joaquín Beleño (1921-1988), y uno de los varios textos que retrata las tensas relaciones entre Estados Unidos y Panamá durante el siglo XX, a propósito de la presencia de la Zona del Canal.

Nacida en 1992, Alzamora es de esa primera generación de panameños que supo de la invasión de Estados Unidos a Panamá, ocurrida el 20 de diciembre de 1989, por lo que le contaron sus familiares y conocidos, porque desde el Estado se ignoró por completo este hecho histórico durante más de 30 años, y desde el sistema educativo el acontecimiento era abordado de forma escueta en los libros de texto.

Alzamora también forma parte de la generación, como ella misma cuenta, que tuvo poco acceso a la literatura panameña en el bachillerato, tal vez porque, luego de la invasión, los títulos clásicos panameños se reemplazaron por otros de carácter más comercial. Con los años, y ya siendo escritora, Alzamora descubrió que la realidad era muy distinta: que existe muchísima literatura panameña y una cantidad importante de obras que abordan no sólo el tema de la invasión, sino todo el periodo dictatorial (1968- 1989) que terminó, precisamente, con la intervención estadounidense.

“Recuerdo que lo primero que pensé es por qué yo no sabía esto… Por qué no es de conocimiento común que se sepa sobre la producción literaria de estos temas tan complicados, y por qué no hay una formación a nivel escolar sobre la dictadura o sobre la invasión”.

Fue este vacío lo que la motivó a postular a una beca en el Centro de Investigaciones Históricas, Antropológicas y Culturales de Panamá (CIHAC AIP), para buscar obras que abordan estos temas. En total, revisó 101 cuentos y novelas publicados a partir de 1989 y premiados en distintos certámenes locales, además de tres libros de autores de referencia como Tristán Solarte, José Franco y Enrique Chuez. De este total, 28 hacen referencia a los temas de la dictadura y la invasión.

¿Qué encontraste en ese primer acercamiento a la producción literaria panameña?

Lo primero que me gustaría decir es que la dictadura y la invasión tienen que ir juntas, especialmente ahora que tenemos la ley que establece el día nacional de duelo cada 20 de diciembre. Precisamente por esto, hemos empezado a ver una muy incipiente conmemoración de la fecha, y esto es un primer paso. Lo otro que debo decir es que la producción cultural antecedió a todo esto.

En general, las conversaciones que suelen haber en Panamá sobre la invasión se vuelven polarizadas, en el sentido de que si hablamos de la invasión, necesariamente tenemos que hablar de la dictadura, y esa es una conversación que se vuelve incómoda, porque si hablamos de Manuel Antonio Noriega hablamos de un enemigo del país, pero al mismo tiempo estamos hablando de Estados Unidos, el país invasor. Hay poco espacio para matices, precisamente porque no hemos hecho un trabajo de memoria que nos haya permitido tener una conversación matizada sobre el tema.

¿La literatura ha logrado ser un poco más conciliadora, si es que ese es su papel? ¿Ha hecho un abordaje menos polarizado?

Más que conciliadora ha sido más “complicadora”. Con CIHAC hice una exploración de qué es lo que se había escrito, y revisé obras de Dimas Lidio Pitty, Gilma Noriega de Jurado, de Neco Endara, Pedro Crenes Castro, Javier Stanziola, Arturo Wong Sagel y Carlos Fong, entre otros. Con los más jóvenes, aquellos que nacieron justo antes o durante la dictadura, me encontré con voces múltiples, trabajadas desde las complejidades de la memoria. Escritores ya formados en 1968, como Dimas Lidio Pitty, Pedro Rivera y Diana Morán, tienen una posición más clara sobre el golpe y la dictadura.

¿Piensas que los escritores panameños han cumplido su papel con el registro de estos momentos históricos?

Lo que puedo decir es que se ha escrito más de lo que la gente cree. Mi análisis inicial se basó en obras premiadas, porque tenía poco tiempo y no podía hacer un análisis mucho más exhaustivo. Pero aún fijándose solamente en obras premiadas del Miró, del Sinán, del José María Sánchez, del Premio Sagitario Ediciones y del Octavio Méndez Pereira, una se da cuenta de que hay una producción importante.

También creo que el panameño no tiene suficiente acceso a la producción literaria local, y esto se relaciona con la forma como se maneja la memoria oficial sobre la invasión, es decir, que a nivel del Estado y del sistema educativo no nos hemos relacionado lo suficiente con este tiempo, y asumimos que, como no hay recordación desde el Estado, no se hace en ningún otro espacio. Esto está cambiando lentamente.

¿Piensas que hay intención política con estas omisiones?

Parte de lo que estoy trabajando ahora en un doctorado es cómo se relaciona el discurso de identidad del panameño con la concepción de país de tránsito. Ana Elena Porras nos habla, por ejemplo, de la cultura interoceánica, una cultura que se fundamenta en estos mitos de emporio comercial, estabilidad y progreso. ¿Cómo interactúa esto con las memorias complicadas que tenemos? La hipótesis con la que estoy trabajando es que nuestras memorias complicadas no se llevan bien con la identidad transitista, porque a la identidad transitista no le convienen las memorias de tensión y violencia.

Es muy decidora, por ejemplo, la forma cómo ha reaccionado el Estado después de la invasión. No solo es la agresión del Estado estadounidense, sino también del Estado panameño que decidió poner esto bajo la alfombra, porque no nos sirve para la identidad que tenemos y para el proceso de reversión del Canal que venía después de la invasión; una invasión que mostraba el país como un lugar inestable, violento y en transición post dictatorial.

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