• 06/02/2022 00:00

No somos nada

Todo pasa y nada queda y como decía el poeta lo nuestro es pasar haciendo caminos sobre la mar de nada que se abre ante nosotros.

Quizás esa frase ha sido lo que ha marcado mi forma de entender la vida. 'No somos nada', se repetía en los funerales y los velorios, frase demoledora que se convertía en la muletilla para dar el pésame. 'Lo siento', o 'Te acompaño en el sentimiento', también se escuchaban, aunque tenían mucho menos peso específico que ese 'No somos nada', memento mori para los vivos. No somos nada, apenas un soplo, de nada sirven los afanes. No somos nada. Durante estos dos años nos han golpeado las noticias, a veces buenas, (la vida sigue, aunque nos neguemos a creerlo), a veces demoledoras. Pero no nos entusiasmemos. No somos nada.

Comencé esta columna pensando en qué podría decirle a aquel que necesita un empujón para seguir o a aquel que debe decir unas palabras de aliento y no sabe por dónde empezar. Aquí me encuentro, enfrentada a la hoja en blanco y pensando que no somos nada.

Pero no se equivoquen, precisamente por no ser nada, todo nos parece poco. La luz del sol chocando contra una pared blanca y haciendo brillar millones de hadas diminutas y empolvadas. Somos el olor a savia fresca, a tierra mojada. Somos el sabor de un higo maduro. Somos todos los libros que hemos leído, las páginas que hemos escrito. Somos las flores que hemos bordado. Los bizcochos calientes enfriándose sobre la meseta de la cocina. Somos nada. Nada que se condensa en risas, en niños, en perros, en caballos, en mar, en cierzo. Somos una nada que sobrevuela todo, que confluye en sangre que perdura. Somos nada más que egoísmo heroico. Somos nada absoluta y todo lo demás es nada.

La pérdida no es nada. No se pierde la juventud, se apura hasta el fondo y ahí queda, en el baúl del alma, como se guarda también allí el dolor de la madurez y las alegrías que llegan y pasan. Todo pasa y nada queda y como decía el poeta lo nuestro es pasar haciendo caminos sobre la mar de nada que se abre ante nosotros.

Duele sentir que no somos nada, que nuestros seres queridos se escurren entre nuestros dedos como si nada fueran. Pero esto tampoco es cierto, la nada a la nada vuelve y ellos siempre están delante de nosotros, a nuestro alrededor, como el océano de nada. Nadie reniega del placer de bañarse en el mar, aunque sepa que nunca podrá poseerlo, así nadie debería negar la vida, aunque sepamos que nunca saldremos vivos de ella. Mientras estamos en esta playa infinita tenemos varias opciones, podemos quedarnos acurrucados al pie de un cocotero, a la sombra, renegando del brillo del sol, del rielar de la luna, del sonido infinito del mar contra las rocas, protestando porque la sal está salada y el agua fresca. Podemos pasarnos el día de playa enfadados porque algunos entran en el mar para no volver a salir o podemos agradecer el sol en la cara, el frescor del agua transparente, podemos nadar de espaldas, estilo perrito o acuclillarnos allí donde apenas llega la resaca simplemente a disfrutar de la arenilla escurriéndose entre los dedos de los pies.

Nada de lo que hagamos será relevante. Al que se queda al lado del cocotero un coco le reventará la cabeza; al que se interna nadando con ahínco y luchando contra la resaca, la nada lo engullirá, y al pusilánime que apenas se atreve a mojar los dedos en la espuma llegará un tsunami y se lo llevará por delante.

Porque no somos nada, pero mientras estemos en esta playa deberíamos disfrutar como niños, sin pensar en nada.

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