Patricia Peña:

‘Si no hacemos consciente la narrativa machista, vamos a creer que es nuestra’

  • 18/11/2025 00:00
La creadora de contenido reflexiona sobre liderazgo femenino, vulnerabilidad creativa y el poder de contar historias propias durante su visita a Panamá para un encuentro con mujeres profesionales

Patricia Peña llegó a Panamá el 22 de octubre de 2025 para un encuentro íntimo con mujeres profesionales, invitada por su amiga Stephanie, una de esas aliadas que describen su vida entera: mujeres que la impulsaron a dar sus pasos más decisivos. La creadora de contenido, conferencista, coach y comediante dominicana ha construido un camino propio a punta de intuición, vulnerabilidad y una honestidad que, lejos de simular perfección, desnuda su propia historia como punto de partida para hablar de liderazgo femenino.

Con su voz cálida y ese humor inteligente que ha marcado su estilo, Patricia recuerda que la reinvención no llega como un relámpago, sino como un susurro que insiste cuando la vida no encaja. Hoy es una de las figuras femeninas más seguidas y escuchadas en su país. Y aunque solo lleva un año haciendo stand-up, su conexión con el público llegó a tal magnitud que uno de los programas humorísticos más importantes de República Dominicana la invitó sin casting. “Fue un efecto wow, una confirmación”, dice. Y esa palabra —wow— aparece una y otra vez mientras cuenta cómo las mujeres, al verse reflejadas en su historia, terminan también reconociendo la suya.

¿Hubo un punto de quiebre en tu vida que te llevó a dedicarte a tu propósito?

Sí, claro. Precisamente el no encontrarme yo y el necesitar reinventarme. Yo vengo de una familia muy organizada, que vino del campo a la ciudad, muy esforzada, con padres y hermanos con personalidades muy distintas a la mía. Yo era “la loquita de la casa”. Siempre está esa en la familia... esa era yo.

Como querían ayudarme, me decían: “Tienes que ser más organizada, hablar menos, ser más...” Y sin darme cuenta crecí tratando de mejorar mis debilidades, ignorando mis fortalezas. Eso me llevó a carreras que no eran para mí, trabajos que me desgastaban y no me hacían feliz. Yo decía: “Esto es lo normal”.

Hasta que una amiga —esas mujeres que siempre han estado para mí, como Stephanie que ahora me trae a Panamá— me dijo: “A ti te gustan tantas cosas, eres tan apasionada, pero no haces nada de lo que te gusta”. Y ahí dije: “Yo necesito hacer algo que genuinamente me guste”.

Dejé ese trabajo, encontré la marca personal —que hace 11 años ni existía como tal— y empecé de forma autodidacta a construir y diseñar. En ese camino descubrí que quería trabajar con mujeres, porque me llenaba ver cómo se reinventaban igual que yo lo hice. Ese fue el momento de quiebre: cansarme de vivir una vida que no era para mí y empezar a reinventarme.

¿La reinvención femenina es cambiar de rumbo o reconciliarse con una misión?

Reconciliarse con una misión. Lo trajiste espectacular. Yo comencé con marca personal y hoy soy básicamente una humorista que lleva el mismo mensaje, pero a través del humor. La risa es mi mayor recurso de conexión. Yo recibo a la gente desde ahí, es mi forma natural de conectar.

En mis rutinas de stand-up y en mis charlas con humor el mensaje siempre es el mismo: acércate más a quien verdaderamente eres, aunque te hayan enseñado a ocultar esa parte de ti. No se trata de cambiar, sino de integrar.

¿Siempre supiste que tenías una beta humorística?

No. Yo anotaba chistes que escuchaba o que leía dentro del periódico. Pero en nuestros países —en desarrollo— las carreras “serias” son las que se ven como progreso. El humor era un pasatiempo, una cualidad personal, no una carrera.

Mis amigos y mi entorno me decían: “Tienes que hacer stand-up, es tu superpoder”. Y yo: “¡No!”. Pero me atreví. Fue impresionante.

Tengo tanta gente, sobre todo mujeres, que me siguen en Panamá... yo todavía estoy sorprendida. Me lo habían dicho, lo veía en los números, pero llegar aquí y verlo... wow. Aquí comienza el stand-up hace un año.

Empecé a formarme con una mentora, a ir todos los martes en contra de mis deseos porque me daba miedo. Pero iba. Y lancé mi primer show producido por mí: Malgús. El stand-up es el sueño que no pensé que me iba a tocar vivir.

¿Cómo manejas el síndrome del impostor?

Todo a 200% activo, siempre. Está a mi lado. Se llama Altagracia, dominicana como yo. Cuesta mucho. Necesito mucha evidencia. Si tú me dices “Mucha gente te quiere ver”, yo tengo que decir: “Ok... es cierto”. Si me dejas sola, yo digo: “Bueno, tal vez...”.

Creo que tiene un lado bueno: te hace seguir trabajando, no te crees “la película”. Pero también me gustaría creer y celebrar un poco más.

Por ejemplo, no me creía graciosa ni que tenía técnica. Ya lo creo porque tengo evidencia. Que haya mujeres en otros países que quieran verme... todavía no lo creo del todo, pero estoy cerca.

¿Recuerdas una reacción del público que te marcó?

Sí. Una conferencia con humor hermosa. En el stand-up trabajo el crowd work, la improvisación. La conexión fue tan fuerte que me puse en la zona. El tiempo se fue.

Al final, una persona se me acercó. Era manager del primer stand-up comedian de mi país. Me dijo: “Vengo para que entres al programa sin casting”. Yo dije: “Wow”. Era la primera vez que hacía un show pequeño. Ese feedback fue un efecto wow. Una confirmación de Dios.

¿Cómo equilibras vulnerabilidad y estrategia en tu contenido?

Yo no asocio vulnerabilidad con estrategia. Para mí la vulnerabilidad es atreverme a ir a un open mic, a hablarle a mujeres panameñas, a hacer algo que puede salir mal. Decir “No me fue bien” y volver al otro día... eso es muy vulnerable para mí.

En redes, vulnerabilidad es hacer contenido nuevo o hablar de un tema que creo que la gente puede rechazar o que me puede funar. Yo quisiera que todo el mundo me amara, ¡qué lindo! Pero nunca uso la vulnerabilidad como estrategia. No pienso: “Si muestro esto, voy a conectar”. Pienso: “Tengo ganas de hablar esto. Tengo que atreverme a ser vulnerable para poder ser estratégica”.

¿Cómo puede una mujer construir su voz sin miedo al juicio?

Siempre va a haber miedo al juicio. Si tu voz es graciosa, fuerte, honesta, analítica, introvertida... da igual. Siempre vas a pensar en lo que dirán tus colegas, tu familia, la gente del público.

Y sí, te van a juzgar. Todo el mundo te va a juzgar. Pero también te van a comentar de lo bueno. Te van a decir: “Wow, cuánto necesitaba escuchar eso”.

El juicio que no quieres te empuja a crecer, aunque duela. Y cada vez que una mujer apaga su voz por el “qué dirán”, se neutraliza. No se atreve. Y así su vida se siente vacía.

¿Qué estereotipos pesan aún sobre las mujeres que lideran o emprenden?

El perfeccionismo. La mujer perfecta. Seas ejecutiva, creativa, artista o emprendedora, se espera que además seas buena madre, buena hija, esposa, delgada, bonita y complaciente.

Los hombres pueden hablar de sexo, usar jerga, expresarse libremente. A la mujer se le dice: “No seas vulgar”, “No seas sexy”, “No seas fuerte”. A la mujer libre se le teme.

Me gusta deconstruir eso desde mi comedia entendiendo que esas narrativas no son mías. Son sociales. Yo puedo decir: “Mi enfoque ahora no es la familia, es mi carrera”. Un hombre recibe admiración por eso; a la mujer se le juzga.

Deconstruyo cuando lo hago consciente. Digo: “Esto no es mío; esto es de la sociedad, de mi mamá, de mi papá, de lo que se espera de mí”. Y me atrevo a ver lo que pocas mujeres se atreven.

¿Qué te inspira del movimiento femenino en Latinoamérica?

Estamos en una etapa de mayor disposición a tener conciencia y abrirnos a nuevas narrativas. Todavía hay rechazo al feminismo, pero eso es fruto de una fórmula del patriarcado: pintarlo como algo horrible cuando no lo es.

La sororidad ha escalado muchísimo. Las mujeres emprendedoras se están juntando, apoyándose. Hay más apertura a decir: “Sí, esto es machista”. A cuestionar patrones aprendidos.

Pero hace falta más amor por el feminismo como movimiento humanista, más deseo colectivo, más compasión, más conciencia para que cada proyecto de una mujer pueda sumar a la vida de otras mujeres latinas.

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