Tropel de recuerdos desvaídos

  • 05/07/2015 02:00
Para liberarse del peso que nos impone la vida, es mejor dejar ir nuestras memorias más preciadas

Hoy quiero escribir una columna de recuerdos sueltos, de imágenes sueltas, de pensamientos sueltos. Para que luego la vida me suelte, que me deje vivir la vida, carajo. Que me suelte y me deje ser absurdo, tan absurdo como ella misma. El absurdo anda suelto y aquí voy.

Recuerdo al garete número uno: cuando me gradué del colegio había un enanito en la promoción; como era de esperar, al momento en que el maestro de ceremonias pronunció su nombre y a éste le tocó ir a recibir su diploma, la audiencia le aplaudió más que a todo el mundo. ¿Por qué? ¿Porque era buen estudiante?, ¿porque era brillante? No, le aplaudieron porque era enanito y nada más. Me quedé pensando en ello. Quise ser enano. O no. Mejor flaco y de estatura normal. No fuera a ser que me aplaudieran por nada.

Recuerdo número dos: Hace años descubrí, en un periódico gringo, la columna de un ambientalista. Este ambientalista solo hacía negocio con el ambiente. Escribía para una especie de gaceta oficial. Se descubrió después que exportaba madera ilegalmente. Lo procesaron, estuvo un par de años presos. Salió libre. Sigue escribiendo, pero ahora sobre derechos de los animales.

Recuerdo número tres: esta lectura: ‘En la mañana en que estalla la revolución francesa, mujer ordeña vaca, regresa a casa, ordena los cuartos y lee un libro. El esposo regresa del campo. Hace el amor con ella. Ven la tarde caer. La vida languidece sin pena y sobre todo sin gloria'. Parece de Galeano, pero no lo es. Es de un escritor anónimo.

Recuerdo número cuatro: conocí a un viejito que parecía un duende, o más bien un pequeño orco sacado de las mente imaginativa de Tolkien; un orco enano y arrugado, cascarrabias pero inofensivo. Al viejito le decían palomita Titibú, lo cual lo enfurecía no se sabe por qué razón exactamente, pero hay teorías: que porque la tenía del tamaño de un pajarito Titibú es una de las más obvias, por ejemplo. Con esa me conformo por ahora. Una vez el señor contó que bañarse en una quebrada daba ‘corrimiento', que, según pude indagar, es una especie de resfriado o trancazo. Por eso nunca se bañaba en quebrada y, ya para asegurar, ni en ríos ni lagos.

Recuerdo número cinco: el primer queso enrollado que me comí en Quesos Chela. No acostumbro a dar publicidad gratis, pero esto es algo especial, ya que Quesos Chela en realidad no necesita ninguna publicidad, ni en este periódico, ni en ningún otro medio. Quesos Chela es casi ya como decir ‘arroz con pollo', o ‘juro a Dios y a la Patria', o ‘sancocho'; es decir, es parte ya del imaginario y subconsciente colectivo de este país. Cuando sea grande quiero ser como Quesos Chela.

Recuerdo número seis: Una vez, de madrugada, entre dormido y despierto, escribí en sueños un texto literario que considero hasta hoy el mejor que he escrito; desafortunadamente el texto se esfumó de mi memoria tan pronto pude abrir mis ojos por completo. No recuerdo si era un cuento o un poema, un ensayo o un rotundo comienzo para una novela. Solo se que era perfecto. Es decir que esta columna sobre recuerdos la termino con un recuerdo que es olvido. Un absurdo, pues. Como la vida misma.

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