Diciembre, otra vez...

  • 06/12/2015 01:00
Al menos ahora no estoy solo, que de eso se trata, de no estar solo en las desgracias

De nuevo diciembre, y de nuevo el burrito sabanero de la hostia que lo parió (tuqui tuqui tuquituqui, tuqui tuqui tuquitá, apúrate mi burrito que ya vamos a llegar); y de nuevo los peces que beben en el río y que si noche de paz noche de amor y todo malditamente brilla alrededor y ha llegado navidad, la familia alegre está celebrando noche buena en la paz del santo hogar, etc.; y si ahora de tan solo leer estas palabras queda usted con el gusano melódico en el cerebro todo el día, ni modo, pido perdón, me disculpo sinceramente; al menos ahora no estoy solo, que de eso se trata, de no estar solo en las desgracias; si no, entonces ¿para qué escribir esta columna? Acompáñeme en las penurias, queridísimo lector.

En fin, otra vez este mes de tranques, compras, compras, compras y más compras y villancicos y hasta de recuerdos de clásicos del regué de los ochentas de la voz del legendario Chicho Man, esa que dice llegó Navidad, y yo, sin ti, en esta soledad, recuerdo el día en que te perdí. Una joya de lo cursi.

El que haya leído mi columna de diciembre del año pasado dirá que decía lo mismo y me quejaba de lo mismo. Yo respondo que cómo no voy a hablar de lo mismo y allá afuera sigue lo mismo. La estupidez humana por excelencia, la hipocresía y el consumismo. Diciembre es el mes más detestable del año. Lo único tal vez, y que no tiene que ver exclusivamente con diciembre, es el vientecito de verano que de cuando en cuando irrumpe. Ese vientecito que en la niñez significaba vacaciones, verano, río, playa, juegos, trompo (sí, no soy tan viejo, pero sí que alcancé a jugar al trompo y al yoyo y a las canicas y otros sanas actividades que hoy en día han dado paso al PlayStation, Wii, iPad, entre otras pantallas que anestesian la vida y matan la creatividad.

Parezco un viejo hablando. Lo soy, probablemente. Recuerdo que en una navidad me sentía tan lejano de todo que escribí el siguiente texto: ‘El 24 de diciembre me levanté de la mesa sin darle explicaciones a nadie, ni siquiera a mis hijos. Caminé fuera del pueblo y fui al cementerio. Faltaban pocos minutos para que dieran las doce medianoche. Cuando entré a aquel depositario de huesos y quietud, noté que por encima de las tumbas, por encima de la calma, se veían todavía las obstinadas luces de diciembre. Las luces temblaban. Yo también temblaba, pero no de miedo, sino de frío, pero luego el viento soplaba fresco y una música salía de la tierra, una música que era como un valle, o más como un abismo. Sobre el cemento crecían musgos y hongos y olía a tiempo carcomido. Allí, bajo la tierra, no había nadie que yo hubiera conocido, sin embargo me sentía en familia. Recuerdo que me acosté al lado de una tumba cualquiera y abrí la botella de ron ponche que había traído bajo mi brazo.

Fue una navidad de terso silencio, hierba húmeda, telarañas, árboles de almendro y viento; una navidad llena de vida, junto a los muertos'. Es apenas un texto ficticio, pero creo que este año se me cumplirá aquello de desaparecer y compartir con los del más allá. Ya viene siendo hora. Salud.

POETA Y MÚSICO

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