Vulgo

  • 30/06/2019 02:00
El problema, estimados lectores, no es que los niños sepan cómo es el cuerpo humano 

Si ya lo decía el gran Lope de Vega, allá por el siglo XVII, cuando lo criticaban por escribir sus comedias en un lenguaje pedestre y barriobajero: ‘pues como las paga el vulgo es justo / hablarle en necio para darle gusto'. Y eso que a muchos de los que se precian de haber leído algo más que las instrucciones para preparar los macarrones con queso de cajeta les hace fruncir el ceño y arrugar la aquilina nariz como si oliesen fó, otros lo han entendido a la perfección y lo usan y lucran con ello.

A mí me cuesta, se lo reconozco, me cuesta asumir que a millones de personas la diferencia entre hay, ay y ahí se les hace tan obtusa como la teoría de cuerdas, pero lo acepto y lo asumo. Y creo que con la edad estoy empezando a aceptar que los ignorantes son más, que los necios son más, que se conjuran y que siempre terminan ganando.

Ganan los que vociferan que con sus hijos no se metan. Ganan los que se desgañitan berreando que nunca jamás de todos los jamases permitirán que un retoño suyo entre a un baño donde haya podido entrar antes una persona que no presenta la imagen que ellos consideran adecuada para representar al genotipo con el que nació. Y sigue perdiendo la civilización.

Pero hoy no voy a salir a defender nada, si los que deben hacerlo no se ponen los pantalones y son capaces de mantener su posición, ¿de qué sirve que yo me ponga a pontificar? ‘¿¡Se imagina el horror si yo llevo a mi hija a ese baño y hay allí un hombre con su pene afuera!?', fue uno de los comentarios que leí a raíz de la discusión que se suscitó en días pasados sobre los baños unisex. A ver, respetados, hay estudios que nos dicen que la edad estimada en la que hoy en día la infancia candorosa empieza a ver porno son los 11 años. Y si nos fiamos de la experiencia que tuve con uno de mis hijos y una niña de su salón incitándolo a ver un canal donde a partir de las 9 de la noche ‘ponían sexo', puede ser bastante antes. ¿Ustedes se pensaban que los aparatos electrónicos sólo les servían a sus hijos para buscar documentales sobre encantadoras abejitas? Pues piénsenlo otra vez. ¿Que qué quiere decir esto? Pues que su princesita seguramente ya sabe que los hombres tienen un badajo entre las piernas y para qué sirve. Que su junior ha visto a sus trece años más sexo en grupo del que usted ha imaginado en toda su vida.

El problema, estimados lectores, no es que los niños sepan cómo es el cuerpo humano y qué se hace con él (eso, si ustedes son buenos padres, ya debieron habérselo mostrado desde que eran bebés), el problema es que no quieren, o no saben, o no pueden enseñarlos a defenderse, a distinguir entre un cuerpo ajeno y un abusador hurgando en el propio. Porque donde existe obscuridad y misterio se esconden los malvados. En el secreto se escabullen los demonios.

No, fanáticos, no. El problema nunca será la integración y el respeto hacia aquellos que son iguales. El problema es su cerebro sucio, sus incongruencias y su ignorancia.

Yo tampoco quiero que mis hijos se junten con ustedes, pero sé que ustedes, señores fanáticos, tienen derechos y hay que respetárselos, así que, como sé que mis retoños van a encontrarse en la vida con exaltados, intolerantes intransigentes, ignorantes y burdos extremistas, en lugar de exigir su despiece, enseño a mis hijos a soportarlos y a sobrevivir.

COLUMNISTA

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