Durante su paso por Panamá, el trío conversó con La Estrella de Panamá sobre su evolución artística y el significado profundo que encierra su nombre y...
- 25/10/2025 00:00
Es un hecho lamentable y evidente que vivimos un mundo lleno de conflictos. Son tantas las corrientes en pugna y tan frecuentes las confrontaciones sangrientas que ya como que todo resulta natural.
Cuando se inició la barbarie en la antigua Yugoslavia, ¿quién no se llenaba de pavor ante los cuadros de inhumana carnicería entre pueblos hermanos? Al comenzar los bombardeos contra los iraquíes, ¿quién no se estremeció con el sacudimiento mortal de las bombas?
La guerra ha seguido su curso en el oriente medio y cada día nos presenta terribles escenas de dolor, pero ya la reacción del mundo es de tibia o escasa solidaridad con los que sufren, dando la impresión de que lo inverosímil mortal ya no causa el espanto y la tristeza de los primeros tiempos, como si la sangre que fluye de tantos inocentes no es producto de lo insólito sino de una rutina miserable. La acuarela homicida que pintan los guerreristas del siglo XXI de pronto se matiza con lo inaudito.
El Congreso de los Estados Unidos, por ejemplo, aprobó una ley que prohibía el uso de la tortura en la investigación de los delitos, creo, de lesa humanidad y el Ejecutivo norteamericano la vetó ponderando la necesidad de la tortura.
Aquello fue un paso atrás de siglos. El procedimiento criminal, así como la norma positiva penal son instrumentos legales protectores del delincuente contra la arbitrariedad y el capricho del poder.
Ese veto se colocó en el tiempo antes de la revolución estadounidense de 1776 y antes, por supuesto, de la revolución luminosa de 1789. Y ante el veto, como respuesta sólo hubo un rumor de sorpresa en algunos círculos humanistas y no se ha escuchado, como se esperaba, un atronador vocerío mundial de repudio.
Esa misma acuarela de factura guerrerista resulta bárbara e inhumana al llevar en su lienzo a centenares de figuras atrapadas en el infierno de Guantánamo, sin abogados, sin jueces, sometidos al pudridero del fuego de la desesperanza.
Lo doloroso para nosotros es que la acuarela yanqui no es original. Tiene sus antecedentes vergonzosos. Al inicio de la dictadura militar de 1968 todos los presos políticos no tenían sumarias contra ellos, ni fiscales, ni jueces, ni previas actuaciones judiciales del porqué del arresto y sin poder hacer uso de los recursos históricamente humanitarios, como el habeas corpus, porque se encontraban igualmente pisoteados por el absolutismo castrense.
Y para que este artículo no pierda coherencia, la acuarela guerrerista mundial que quiso deambular por la frontera de América, ha comenzado a presentar, para vergüenza de los guerreristas, hermosos tonos de paz. Es decir, otros pintores pacifistas han comenzado a pintar su propio paisaje de convivencia humana.
En efecto el domingo último, domingo de ramos, ocho cantantes famosos del mundo se reunieron en Cúcuta y brindaron un concierto por la paz.
El color blanco de la paz y el color azul del cielo profundo y espiritual de Rubén Darío hizo posible que el pentagrama del concierto recogiera la voz vital y vibrante de todo un pueblo, inmenso, saturado de jóvenes que entonaron ante centenares de miles de venezolanos, colombianos, ecuatorianos y otros latinoamericanos el himno de la paz.
Unas semanas antes los batallones de la muerte de Chávez enseñaros sus dientes afilados a esos pueblos niños que quieren jugar o retozar con la paz, porque los que vivieron la guerra hace ya un par de centenares de años los hicieron para darnos la libertad.
El compromiso de los descendientes de los libertadores es consolidar y robustecer la paz y no, nunca, actualizar el sufrimiento de ayer, aunque fuera glorioso el resultado.
El concierto de la paz rebela que muchas veces el canto silencia y desprestigia el trepidar de los cañones. Es el canto con letras que ponderan la armonía y rechazan la vulgaridad y la incitación de las pasiones.
Saber hacer uso oportuno de ese instrumento pacifista es saber espantar con los símbolos superiores las prepotencias de la fuerza. ¡Qué hermoso es saber usar los símbolos de la paz ante los abusos arrogantes de los amantes de la fuerza! ¡Es grande el valor de los símbolos de la paz y del amor!
Cuenta un escritor colombiano, cuyo nombre he olvidado, que, pasada una sonada revolucionaria, los vencedores se dedicaron a requisar de todos los domicilios las camas para darlas a la soldadesca vencedora.
Tocaron la puerta de la residencia de una venerable señora y le pidieron todas sus camas, a las buenas o a las malas, la señora les dijo: “Suban que tengo una sola cama, la cama de Cristo”. Suben y la señora les entrega una hermosa cruz y les dice: “¡Tomen, esta es la cama de Cristo!”. La soldadesca depuso su altanería y tomó la cama de Cristo como símbolo de una paz fundada en el derecho a la vida.
Esa cama de Cristo, el domingo de ramos, fue entregada en un concierto de la paz a los seres sin entrañas que quieren la guerra. Es la nueva acuarela que vienen pintando los jóvenes pacifistas de América. Aquello fue un acto de simbolismo sublime que recuerda a un hombre, Cristo, que todo lo quiso con amor y en paz.
Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:
Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia
Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé
Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá
Ocupación: Abogado, periodista, docente y político
Creencias religiosas: Católico
Viuda: Sydia Candanedo de Zúñiga
Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.