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- 25/10/2025 00:00
El experimento “efecto Lucifer”, o el experimento de la prisión de Stanford, fue un estudio psicológico llevado a cabo por Philip Zimbardo en 1971. La investigación buscaba analizar cómo las personas se comportarían en una situación de simulación de prisión, asignando roles de guardias y prisioneros a sus estudiantes.
Durante la primera semana, el experimento se detuvo abruptamente debido a que el estudio demostró que, incluso en un entorno creado para simular una prisión, las personas pueden adoptar comportamientos descontrolados y violentos, especialmente cuando se les otorga autoridad o cuando se sienten despojadas de su propia identidad.
Los que hacían de guardias comenzaron a ejercer agresivamente su poder, mientras que los prisioneros se volvieron sumisos y desmoralizados. Esta situación provocó una degradación psicológica en los participantes que hacían de reos y llevó a realizar sesiones de control de ira a los que hacía de guardias. Todo el resultado, además de controversia, provocó reflexiones sobre la naturaleza humana y la influencia del entorno en el comportamiento.
Esto, ¿ha pasado anteriormente? Literalmente amigo lector, millones de veces y así lo hemos visto a través de la historia en los casos de la Segunda Guerra Mundial y los campos de concentración Nazi, en las cárceles de todo el mundo, en especial en las de Guantánamo y en aquellas que son parte de países hundidos en regímenes sádicos donde la ley y los derechos humanos valen cero.
Este estudio también demostró que no es necesario que un individuo tenga algún tipo de personalidad letal como psicopatía, narcisismo, maquiavelismo, megalomanía, border line o paranoia para que el poder corrompa su naturaleza. De hecho, el experimento de la Prisión de Stanford demostró que, al encontrarse en ciertos entornos, los individuos pueden actuar de maneras completamente inusuales.
La ciencia ha demostrado que el humano, animal de la especie homo sapiens, es el único capaz de ejercer el sadismo, es el único en deleitarse con él y, es el único depredador que puede repetirlo las veces que sea necesario si no se le pone un alto; muy a diferencia como los felinos que, si atacan, lo hacen directo al cuello para evitar que su víctima padezca o sufra y lo hacen solo para saciar su instinto de hambre.
¿Lo hemos visto en Latinoamérica? ¡Mil veces! Y hay casos muy documentados incluso en países que no están bajo regímenes dictatoriales y que las instituciones de derechos humanos o, policía, han tenido que intervenir ante abusos hacia indígenas, niños(as) en tutelares o albergues, personas de la tercera edad que son víctima de maltrato en centros de cuidados paliativos, enfermeros(as) en hospitales, sectas, incluso, en colegios donde los casos de bullying se han disparado alarmantemente.
El “Efecto Lucifer” explora cómo la deshumanización y la desconexión moral permiten a las personas justificar acciones inmorales. Al despojar a las víctimas de su humanidad y percibirlas como seres inferiores, a los perpetradores les resulta más fácil infligir daño sin sentir culpa. Es aquí donde nacen comportamientos sociales distorsionados como el “juega vivo” que no es más que abusar, irrespetar e ignorar las reglas sociales para buscan un bien personal y no común sin mediar las consecuencias de abusar del derecho de otro individuo.
Esta perspectiva enfatiza la importancia de fomentar la empatía y reconocer el valor intrínseco de cada persona. Anima a al ser humano a ver a los demás como seres que puede contrarrestar las fuerzas de la deshumanización y promover un comportamiento ético, íntegro y moral. Si la maldad no se frena entre los seres pensantes, esta se desborda.
Para ello, es clave la educación desde el hogar, es necesario mantener las materias de ética y moral dentro de todos los centros educativos sin importar el nivel académico y, es necesario ejecutar las leyes a cabalidad alrededor a este tipo de delito, para tener un control evidente dentro de un sistema judicial. Una sociedad sin reglas es, de hecho, una sociedad condenada al abismo del mal.
Las instituciones deben garantizar que la autoridad se ejerza de forma responsable y ética, protegiéndose contra las prácticas coercitivas. Esta concienciación es una de las lecciones clave y reveladoras que el experimento de Stanford extrae del análisis del comportamiento humano.
El liderazgo ético es fundamental para guiar el comportamiento en las organizaciones y sociedades. Los hallazgos del estudio también subrayan el impacto que tienen los líderes al establecer estándares morales e influir en las acciones. Un líder que carezca de integridad, moral y ética simplemente no es un líder legítimo.
Quienes priorizan la ética y la integridad pueden fomentar entornos que desalienten el comportamiento dañino y promueva una conducta positiva, para ello, los diálogos constantes son claves. Esta constatación resalta la importancia de crear sistemas que apoyen la toma de decisiones éticas. Para ello todas las instituciones deberían contar con un consejo ético.
La conclusión más grande a la cual este experimento llegó es que, en definitiva, TODOS dentro de la sociedad debemos escuchar el llamado a la responsabilidad personal y a la vigilancia ética. Cultivar un sólido sentido de responsabilidad personal y, el estar alerta ante las presiones situacionales, puede ayudar a las personas a navegar por paisajes morales complejos. Este llamado a la responsabilidad personal encapsula la esencia de las valiosas lecciones del experimento de Stanford.
Walter Risso dice: “Debemos establecer una ética personal que separe lo negociable de lo no negociable, el punto de no retorno porque, al final, un hombre sin ética es una bestia salvaje suelta en este mundo”.