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- 09/08/2025 00:00
Bajo la taza de color oro, se esconde un sabor con notas a madera y lavanda. Un aroma que evoca, a mi paladar, una escena de una buena película o el cruzar el infinito para perderme entre mi amada.
El olor a café recién tostado circula por toda la nave de la capilla, al ver las ofrendas de vino y pan a mi Creador. Entre el sudor, corriendo por el alba, mi garganta pide un poco de agua ante el calor de los candelabros.
En medio de mi caminar, la palabra del Señor eleva su oración con el leccionario vivo, con la oración y el despertar de una vocación de servicio. Bajo este escenario, el café calentado con amor se transforma en plegarias a mi Creador.
Entretanto, el misal anuncia una devoción a la oración eterna, a nuestro progenitor, que es como un aljibe en medio de praderas sedientas de renovación. Un camino entre un buen café de altura y cultos que solo claman a tu nombre, amado Padre.
Una cruz que es difícil de romper ante las pruebas, y en la que tu huella de amor se magnifica al glorificarte. La grieta de esa cruz es como el color suave de un café con mucha agua, pero con el fondo lleno de frutos no propios de este elixir.
Esa compañía en familia es fiel a la palabra de un buen café, cosechado entre otras especies florales. Una compañía que debe realizarse con una cosecha no en una etapa pueril, sino madura y que sigue los designios de tu palabra.
Ese buen tinto, al recorrer la vida, puede ser amargo o con una nota de fresas, en medio de una huerta de naranjas frescas. En medio del camino de olivos, las rosas de color amarillo, como tu amistad, se muestran en pleno florecer.
Es difícil describir ese discernir, pero encuentra paz en la oración y en la esperanza de encontrar una salida a tantas pruebas.
Ese café, hecho como misionero, luego como monaguillo y ahora como académico, debe descifrar entre un americano hecho en guerra o un buen chocolate que celebra lo dulce de cosechar una nueva familia.
Claro, las pruebas estarán al orden del día, como esa espuma que brota del carnero en días de pascua —o peor— al reconocer, como hijo pecador, a un hermano que solo pide un abrazo para confortar su soledad.
Es esa premonición de esta nueva familia la que me lleva a anhelar esa oración y servicio con una dama que comprenda mis emociones a flor de piel, y una descendencia fiel al mandato de ese cafetal observado con los ojos del más sabio: el Señor.
No puedo olvidar a esa chitreana de mis amores, que lleva mis sueños a lo alto de la bóveda celeste, y, por tanto, del deseo de que me acompañe como esa hermana que decidió confiar en este imperfecto hijo.
Querido maestro, soy imperfecto pero trato de dar mi máximo esfuerzo en escribir estas historias y lo hago, siempre, en honra y gloria a tu nombre. Ver publicado mi tercer y último libro es uno de mis mayores deseos y contará la historia de ese café pecador, que se cosechó por manos con sabiduría familiar, en la periferia. Hoy, mi alma anhela un clima de esperanza y, sobre todo, de tolerancia, en Panamá, amparado por Nuestra Señora de la Asunción.