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- 06/12/2025 00:00
La basura en las calles es un error de diseño: la gran mayoría de nuestros residuos se sacan de nuestros edificios en bolsas, se apilan en las aceras y se depositan a mano en camiones. Pero esto no tendría por qué ser así, de acuerdo con lo que describe la ‘Guía de diseño: basura cero’ (2017), elaborada por el think thank Centro para la Arquitectura de Nueva York.
La ciudad de Panamá es el escenario vivo de este error de diseño, atrapada entre un pasado de rigor sanitario, -impuesto por los norteamericanos durante la construcción del Canal-, y un presente de colapso logístico en el manejo de los desechos. Para entender la magnitud de nuestro retroceso, debemos mirar a una época donde la gestión de desechos era el eje central en el diseño de la ciudad.
Bajo el Artículo VII del Tratado de 1904, Estados Unidos asumió la responsabilidad del saneamiento en Panamá y Colón, debido a la amenaza que la malaria y la fiebre amarilla representaban para la construcción del Canal. La solución fue logística y coercitiva. Para garantizar la higiene, se impuso el uso obligatorio de recipientes de metal galvanizado, diseñados específicamente con tapas de madera ajustadas y sin bisagras, colocados sobre bases de concreto para facilitar la limpieza y evitar el vuelco por animales. No había lugar para la improvisación: los propietarios de edificios estaban obligados por decreto a proporcionar estos contenedores, cuyo costo rondaba los $5.25.
La recolección era diaria en las viviendas y hasta tres veces al día en hoteles, una frecuencia que hoy parece una utopía en muchas partes de la ciudad. Más allá de la recolección, existía una visión incipiente de reciclaje de materiales. En Colón y la Zona, la basura se tamizaba antes de la incineración para recuperar cobre, botellas y madera, cuyos ingresos se reinvertían en los departamentos de construcción.
Hoy, más de 100 años después, esa disciplina se ha evaporado, dejando a la metrópoli panameña sumida en una crisis estructural. El sistema actual de gestión de desechos en los distritos de Panamá y San Miguelito se encuentra en un estado de fallo funcional sistémico. La generación de residuos oscila entre las 2,500 y 3,000 toneladas diarias, un volumen que ha desbordado la capacidad de respuesta de la Autoridad de Aseo Urbano y Domiciliario (AAUD) y de concesionarios privados. La crisis no es solo de recolección, sino de almacenamiento.
La omnipresencia de los ‘pataconcitos’, -esos vertederos improvisados que adornan esquinas y paradas de bus-, no debe leerse simplemente como un síntoma de incultura ciudadana, sino como la respuesta adaptativa de una población ante la incertidumbre de un servicio disfuncional. Cuando el camión recolector incumple su ruta por más de 72 horas, la capacidad de almacenamiento doméstico colapsa, y el ciudadano, por necesidad sanitaria, expulsa los residuos al espacio público.
Esta disfuncionalidad se agrava por un marco institucional fracturado y una crisis financiera, -donde la cartera morosa de la tasa de aseo en el distrito de Panamá superaba los 116 millones de dólares en septiembre de 2025-, según la Autoridad de Aseo Urbano y Domiciliario (AAUD). La Ley 276 de 2021, que prometía una gestión integral y economía circular, permanece en gran medida como letra muerta, mientras el 95% de los residuos sigue terminando en el vertedero de Cerro Patacón, colapsado y propenso a incendios tóxicos.
En el centro del problema se encuentra el uso indiscriminado de la bolsa plástica y su colocación en las aceras para su posterior recolección por el camión de la basura, lo cual no es un problema exclusivo de Panamá, sino, una crisis compartida con ciudades globales como Nueva York, aunque con trayectorias distintas.
En la Gran Manzana, el problema tiene sus raíces en la Huelga de Saneamiento de 1968. Antes de esa fecha, la ciudad utilizaba latas de metal, pero tras los disturbios laborales y buscando eficiencia para reducir las lesiones de los recolectores, se permitió y normalizó el uso de bolsas de plástico directamente en la acera. Lo que se vendió como una mejora operativa se convirtió, medio siglo después, en una catástrofe sanitaria.
Las montañas de bolsas negras en las aceras neoyorquinas se transformaron en un ‘bufete libre’ para las ratas, precipitando una crisis de salud pública y calidad de vida que obligó a la administración actual a declarar una ‘guerra contra las ratas’. Para afrontar esta crisis, la ciudad de Nueva York ha emprendido un proceso masivo de contenerización obligatoria para recuperar el espacio público y la salubridad de la ciudad. A partir de noviembre de 2024, se prohibió que los edificios de 1 a 9 unidades residenciales colocaran bolsas en la calle, exigiendo el uso de contenedores rígidos con tapa segura.
Para junio de 2026, será obligatorio el uso del ‘NYC Bin’ oficial, un contenedor estandarizado diseñado para ser levantado mecánicamente por los camiones, reduciendo el esfuerzo físico de los trabajadores, -cerrando así el ciclo de la demanda laboral de 1968-, y cortando la fuente de alimento de los roedores.
Para los edificios grandes, se están implementando contenedores estacionarios en la calle, sacrificando hasta 150,000 plazas de estacionamiento en toda la ciudad. Esto debido a que estos espacios serán utilizados para colocar los contenedores para la disposición de los desechos y facilitar su manipulación por los camiones recolectores. Esta decisión política de priorizar la limpieza y la salud sobre el estacionamiento de vehículos privados demuestra que la solución requiere valentía administrativa y un rediseño de la infraestructura urbana.
Sin embargo, la implementación de estos cambios enfrenta una barrera crítica: la planificación urbana y la recolección de desechos han operado históricamente como esferas divorciadas. La gran mayoría de nuestros residuos sale de los edificios en bolsas, apiladas en las aceras para ser lanzadas manualmente en camiones. Dado que su presencia se considera temporal, los planificadores urbanos tradicionalmente han omitido la logística de recolección del diseño de nuestras calles.
El fallo sistémico que se refleja en la basura en las calles hay que abordarlo desde tres escalas críticas: en la creación de productos y empaques diseñados para un solo uso que priorizan la conveniencia inmediata sobre la recuperación; en el diseño de edificios que, aunque gestionan meticulosamente la energía y el agua, carecen de la infraestructura espacial para separar y almacenar los flujos de materiales sólidos; y en la planificación urbana que frecuentemente ignora la logística inversa necesaria para la recuperación de recursos, forzando la acumulación de basura en las aceras y perpetuando sistemas de recolección ineficientes e insalubres.
El esfuerzo de la ciudad de Nueva York por cambiar el uso de las bolsas negras de basura por contenedores para la disposición de la basura muestra la importancia que tiene el abordaje de los aspectos más cotidianos de la vida diaria en la solución de las crisis sociales y ambientales que viven nuestras ciudades. Harían bien las autoridades urbanísticas, sanitarias y ambientales panameñas en tomar nota y evaluar la implementación de soluciones similares para afrontar la crisis del mal manejo de los desechos que ahoga actualmente a la ciudad de Panamá.
Para más historias sobre la evolución de la ciudad de Panamá visita el blog: https://metromapas.net/