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- 06/07/2025 00:00
A menos que usted haya vivido fuera del mundo civilizado los últimos ochenta años el nombre de Akira Kurosawa (1910-1998) le resultará muy familiar. Considerado como el mejor director de la década de los cincuenta en Japón y uno de los mejores de todos los tiempos a nivel global, el maestro Kurosawa es un referente de la cinematografía japonesa.
Akira Kurosawa tuvo una infancia normal, su padre Isamu Kurosawa, cultivó en él desde pequeño su gusto por el cine, llevándolo por el camino que terminaría convirtiéndolo en su profesión. No fue el único, su hermano mayor Heigo, un famoso benshi —narrador de películas mudas— ayudó a transformar al joven Akira en un verdadero amante del cine, el teatro, e increíblemente, el circo.
Su carrera profesional inicia en 1936, cuando se une a la compañía cinematográfica PCL —que siete años más tarde cambiaría su nombre a Toho—. Los primeros cinco años trabajó como asistente de director y siguió el consejo de su mentor Kajiro Yamamoto: dedicarse de lleno a la creación de guiones cinematográficos, pues según Yamamoto: «un buen director necesita dominar la escritura de guiones».
En 1942, debutó como director y su primera película “La leyenda del gran judo” (Sanshiro sugata, 1943) adaptación de la novela homónima de Tsuneo Tomita, considerada un clásico del chambara —películas de espadachines— fue un éxito total: conquistó la taquilla, a los críticos de cine y aportó al novel director dos galardones el Premio Sadao Yamanaka y el Premio nacional de cine de Japón. No obstante, el gobierno imperial de la época la censuró y eliminó 18 minutos de metraje aduciendo que era muy “británica-estadounidense” para el Japón de la época. Después de la guerra fue censurada también por el Comando supremo de las fuerzas aliadas —SCAP—, regente del momento y encargado de eliminar cualquier cosa que según ellos pudiese alimentar el nacionalismo y militarismo japonés.
En sus cincuenta y cinco años como director, Kurosawa nos dejó un legado de treinta y una muy buenas películas en diversos géneros japoneses, pero por el que más se le recuerda es por el jidageki —drama de época— considerándole uno de sus mejores exponentes. Coincidentemente en siete de ellas actúa quien podría ser llamado su actor fetiche: Toshiro Mifune, el samurái por antonomasia en Japón. Gracias a diversas biografías sobre Kurosawa sabemos que la primera vez que vio a Mifune en una convocatoria de actores quedó impresionado, así lo plasmó Stuart Galbraith en su libro El emperador y el lobo: La vida y películas de Akira Kurosawa y Toshiro Mifune: “Soy una persona que rara vez me impresionan los actores, pero en el caso de Mifune quedé completamente abrumado.”
Mifune apareció en dieciséis de sus películas y fue precisamente un jidaigeki la que disparó al director a la fama internacional cuando en 1951 ganó el León de oro del Festival de Cine de Venecia con Rashomon (1950) adaptada de una historia de Ryunosuke Akutagawa. Pero ese sería solo uno de los más de setenta premios que obtuvo durante toda su carrera, sin contar las condecoraciones recibidas en Francia, Italia y su Japón natal.
Tal vez el atractivo que representa el mito del samurái y su representación cinematográfica hizo que los jidaigeki de Kurosawa sean muy recordados, sin embargo, el resto de sus producciones también son invaluables. Y es que Kurosawa no solo escribía, también adaptó grandes obras de la literatura mundial de autores como Tolstoy, Dostoevsky, Gorky y Shakespeare. Macbeth dio origen a la inigualable “Trono de sangre” (Kumonosu-jo, 1957) que contó además con Eiji Tsuburaya “El padre del tokusatsu” quien luego trabajaría en los efectos especiales de Godzilla y en la serie de televisión Ultraman.
Kurosawa parece haberse adelantado en el tiempo con “Escándalo” (Shubun, 1950), una historia de paparazzis, prensa amarillista y crónica rosa que imita la realidad de nuestros tiempos cuya fábula bien podría suceder en nuestra época.
La huella que dejó el director es profunda y muchas de sus obras influyeron en directores posteriores en nuevas creaciones, “La fortaleza escondida” (Kakushi Toride no San Akunin, 1958) inspiró a George Lucas para “La guerra de las galaxias” (Star Wars, 1977) y Rashomon no solo se transformó en una vaquerada con “Cuatro confesiones” (The Outrage,1964) sino que muchas obras adaptaron su hilo narrativo, destacamos “Los siete magníficos” (The magnificent seven, 1960) a pesar de que según Alfie Packham en su artículo: “Nunca he visto... Los siete magníficos” fue desechada por Kurosawa como “una decepción”.
Personalmente prefiero sus dramas de época y películas de samuráis, tanto sus primeras creaciones como dos de las últimas que admiramos de modo superlativo, “Kagemusha, la sombra del guerrero” (Kagemusha 1980) y Ran (1985). La grandiosidad de la puesta en escena de ambas es impresionante y esos grandes planos generales son una verdadera delicia. Sin embargo, la que siempre recomiendo es su antología de realismo mágico “Los sueños de Akira Kurosawa” (Yume, 1990) ocho historias sublimes y en ocasiones aterradoras, pero que nos muestran una cara del director que hasta ese momento era desconocida.
La buena noticia es que Criterion Collection ha hecho de esta última una remasterización en bluray y 4K que a pesar de no estar subtitulada en español vale la pena ver. Si usted no conoce la obra del maestro Akira Kurosawa, nunca es tarde para maravillarse de lo que este genio creativo hizo y de cómo su impronta fue heredada por otros directores.
Con Kurosawa concluimos los artículos sobre la triada dorada de los cineastas japoneses, Akira Kurosawa, Kenji Mizoguchi y Yasuhiro Ozu. En palabras de mi primo Aurelien Benefice, ¡logro desbloqueado!
Rolando José Rodríguez De León es Doctor en Comunicación Audiovisual y Vice-decano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Panamá.