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- 08/12/2009 01:00
- 08/12/2009 01:00
La destrucción creadora que menciona Schumpeter es un proceso continuo que sucede en la economía, donde los recursos escasos son asignados por los precios del mercado: cuando colapsan los precios del caucho en la década del 60.
En la Amazonía la destrucción creadora significó que miles de personas debían vender sus tierras y cambiar de empleo.
Se trataba de un ajuste forzado por los precios, que “Chico” Méndez combatió. No existen los cuentos de hadas académicos: no se puede suponer que todas las economías tienen la misma adaptabilidad ante cambios en los precios. El caso hubiera sido distinto si en vez de campesinos pobres y analfabetos se hubiera tratado de empresas con acceso al crédito internacional.
¿Qué se supone que iban a hacer los campesinos si no estaban capacitados para nada más que recolectar caucho? Estos conflictos nacionales que ponen a los gobiernos en una encrucijada para que decidan entre una industria naciente y prometedora, o una industria en declive, son completamente artificiales.
Continuando con el ejemplo de Brasil en los tiempos de “Chico” Méndez, el gobierno tenía que decidir entre otorgar los permisos para comprar y vender tierras en el Amazonas, que serían dedicadas a la ganadería, o proteger la industria del caucho, que era el sustento de miles de personas y su impacto ambiental era menor.
El problema es artificial por dos razones muy importantes: primeramente, con la masiva deforestación necesaria para la ganadería, es de esperar que en el futuro el impacto ambiental sea grande, y se necesiten gastos sociales mayores para remediarlo (gasto que no pagará el comprador internacional).
En segundo lugar, al privar a miles de personas de trabajo, en el corto plazo todo ese capital humano se desperdicia, con lo que estamos nuevamente frente a un gasto social alto, sin mencionar la catástrofe humanitaria.
Es decir, que el gobierno no está respondiendo o minimizando un gasto, sino que simplemente lo transfiere en el tiempo: lo pagamos temprano con el desperdicio de la vida de miles de personas, o lo pagamos tarde con el impacto ambiental de la deforestación.
Hay que utilizar las formas eficientes de reducir el impacto ambiental y social de la economía mundial como una totalidad, y para eso debemos deshacernos de las prácticas industriales que son particularmente intensivas en el uso de recursos. No hay otra salida que cambiar nuestros hábitos alimenticios, y hacer más eficientes los procesos de producción y consumo.
El cuento de hadas económico que dice que los países salen de la pobreza y esto los hace más eficientes, es pura retórica improvisada. En este momento, los líderes mundiales las negociaciones para la conferencia climática de las Naciones Unidas en Copenhague, y deberíamos estar alerta porque el debate no sea sólo en cifras: las estadísticas pueden ser modificadas fácilmente.
Lo que necesitamos es que se incluya un cambio inducido por los países en los hábitos de producción y consumo. Un buen lugar para comenzar es en nuestras ciudades con sus medios de transporte obsoletos y reglamentación edilicia desfasada.