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- 02/04/2009 02:00
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PANAMÁ. Cada año, el equinoccio de primavera es anunciado a la tierra maya de Chichén Itzá (“la tierra del pozo de los itzaes”, su traducción) por la llegada de Kukulcán, la “serpiente emplumada”, el dios sabio que llegó del poniente, por el mar, para traer su civilización y fundar a estos antiguos pueblos.
Kukulkán “la serpiente emplumada” es un dios solar, que siembra la tierra y peregrina como el astro sol, con muchas correspondencias con el azteca Quetzaltcoátl (la serpiente preciosa).
En Chichén Itzá, ubicada en el estado mexicano de Yucatán y a 100 kms. de Mérida, el dios maya cuenta con una pirámide en su honor, el Castillo de Kukulkán (los españoles le llamaron “castillo”, pero es un templo piramidal). Y allí la gente, en nuestros días, se reúne cada año para ver descender a la “serpiente emplumada” por la balaustrada de la escalinata de piedra” y llegar a la tierra cada equinoccio, junto con la primavera, el 21 de marzo y junto con el otoño el 22 de septiembre.
La sombra que se produce cuando la arista noreste de la pirámide intercepta los rayos del sol, al amanecer, se proyecta sobre la balaustrada de la escalinata norte y va dibujando triángulos isósceles (como la piel de una cascabel) que perfilan el cuerpo de la serpiente, y que van apareciendo o “descendiendo” por las escalinatas desde la mañana y a medida que avanza el día. El descenso se completa al llegar la sombra a la tierra.
Es entonces cuando se dice que el dios maya ha bajado para traer la primavera.
La gente acude cada año, como un ritual, desde el siglo pasado, cuando se advirtió este fenómeno y su coincidencia con el equinoccio, para contemplar un hecho que pone claramente de manifiesto los profundos conocimientos astronómicos del pueblo maya, que tuvieron que ubicar la pirámide de una manera muy precisa.
El año pasado, 2008, varias fuerzas caracterizadas cósmica y mitológicamente como dioses confluyeron en el lugar para coadyuvar o impedir el descenso de Kukulkán por la pirámide. Primero fue Kin, el dios del sol, que vertió sus rayos para hacer posible la “divina contemplación” a todos los turistas o peregrinos; después participó Ic, dios de los vientos, que celosamente empujó las nubes para que no se pudiera divisar la sombra de Kukulkán y, finalmente, Chaac, dios de la lluvia, que se negó rotundamente al descenso del dios emplumado ante la frustración de los visitantes.
Sin embargo, este año 2009, ni siquiera los nubarrones impidieron el descenso de Kukulkán, ante un auditorio de cerca de diez mil personas.
Se dice que las referencias más antiguas del mito proceden de los años 30 del siglo XX, porque no se han hallado datos sobre este fenómeno óptico en los registros mayas. Por lo tanto, se le considera, según algunos autores, un mito arqueoastronómico. Pero esto es una teoría.
Aplaudir en frente de la pirámide produce un extraño efecto acústico que fue descubierto por los guías del lugar, pues el rebote de los sonidos en los ángulos y escalinatas y paredes de la pirámide produce una distorsión de las ondas sonoras que se simula el opaco sonido del canto del quetzal. Algo que llama la atención y maravilla a los espectadores.
La llegada de las estaciones solía ser celebrada por los pueblos antiguos con diversos ritos asociados con sus períodos agrícolas de siembra y cosecha, o con el advenimiento de sus dioses. Este último ha sido el caso de Kukulkán, que además tenía caracteristicas agrícolas. En todo caso, la primavera, que acaba de llegar al hemisferio norte, sea con la sombra en una pirámide con los cerezos en flor, o de otra forma, es una estupenda forma de renovación de la vida del planeta.