Sin colgar las zapatillas

Actualizado
  • 05/07/2009 02:00
Creado
  • 05/07/2009 02:00
E S SÁBADO POR LA TARDE. El silencio domina el interior de la Academia de Danzas. Dentro de un par de horas, el vestíbulo y la sala de...

E S SÁBADO POR LA TARDE. El silencio domina el interior de la Academia de Danzas. Dentro de un par de horas, el vestíbulo y la sala de ballet se verán colmadas por decenas de niñas y jóvenes bulliciosas, cuya vivacidad y gusto por el baile les imposibilita el permanecer quietas. Cuando María Eugenia de Victoria —mejor conocida como Maruja Herrera— las observa, seguramente recuerda su infancia, transportándose a las años en los que asistía a la Escuela Nacional de Danza.

“Cuando tenía 17 años, mi profesora de ballet, Raisa Guitiérrez, le preguntó la edad a todas las niñas de la clase, menos a mí. 'A ti no te pregunto porque nunca vienes', me dijo. Más nunca falté”, rememora la que fuera la primera figura del Ballet Nacional.

A partir de ese momento, Herrera comprendió que la carrera de bailarina es “5% talento, 95% trabajo”. A su disposición innata para la danza adicionaría una entrega total que la llevaría a buscar la perfección en esta disciplina.

Hoy en día, Herrera es quien le llama la atención a las alumnas que faltan a clases en la Escuela de Ballet que lleva su nombre y que abrió hace un par de años. A ellas les transmite las enseñanzas adquiridas a lo largo de una carrera que comenzó a los 17 años, cuando decidió ir a contrapelo de los deseos de su familia —quienes veían en el futuro de esta talentosa y alegre muchacha algún título de abogada o financista— y tomó la decisión de convertirse en bailarina profesional. “Hay chicas que abandonan el ballet porque las madres no las dejan, porque se siente frustradas en un momento dado o se consiguen un novio. Lo que ellas no entienden es que para poder seguir en esta carrera hay que tener un corazón de hierro. Hace falta ‘cañaña’, como decía mi maestra”, sostiene.

Actualmente, Herrera se prepara para poner a prueba la tenacidad y perseverancia adquiridas durante sus más de 15 años en el Ballet Nacional. El miércoles pasado, esta experimentada bailarina llevó a cabo lo que tal vez haya sido una de las cabriolas más desafiantes de su carrera: el brinco de los escenarios a la dirección del Instituto Nacional de Cultura (INAC).

ENCUENTRO CON EL “ICEBERG”

Durante los años que estuvo en el Ballet Nacional (fue su directora 2004-2007) pudo atisbar algunos de los problemas y limitaciones del INAC, conocimiento que sin duda le será de utilidad al momento de asumir las riendas de la institución en uno de los momentos más álgidos de su historia, cuando por los amplios salones de su sede en la Plaza de Francia corren los rumores de una posible fusión con la Autoridad Panameña de Turismo (APT).

Antes de que asumiera el cargo como directora, Herrera tuvo la oportunidad de conocer más a fondo varios proyectos de la institución, como por ejemplo una propuesta de ley cultural que recomendaba concederle al INAC participación en el Consejo de Gabinete.

“No estamos listos todavía para ser un ministerio. Primero es necesario realizar una reingeniería completa”, opina frente a este proyecto que fue propugnado por Anel Omar Rodríguez Barrera, cuya diligente labor al frente del INAC fue interrumpida por su asesinato el pasado mes de marzo.

En su opinión, Rodríguez Barrera logró hacer una “revolución” durante el poco tiempo que ocupó el cargo. “Lastimosamente, en un año no puedes hacer nada. Menos si han pasado 30 años en los que se ha hecho muy poco”, indicó.

Reconoce que el ex director dejó una “brecha muy importante” por la que ella habrá de transitar, confrontando debilidades que van desde el lamentable estado de los museos y las escuelas de bellas artes a nivel nacional, hasta una paralizante burocracia.

“Es como un iceberg hacia abajo”, describe aludiendo al organigrama de la institución, conformada por múltiples departamentos que tienen que atender una multiplicidad de temas, que van desde la salvaguarda del patrimonio histórico de la nación hasta la educación artística.

Consciente del desafío que le espera, la admiradora de bailarinas como Margot Fonteyn de Arias y Sylvie Guillem, entre otras, apostará por elevar la calidad de los espectáculos artísticos que se ofrecen a los panameños. “Es necesario encantar al público”, asegura quien ha seducido audiencias con su participación en obras como “La Bella Durmiente del Bosque”, “Giselle”, “Romeo y Julieta”, “El Quijote” y “El Cascanueces”.

EL SACRIFICIO DE NO DANZAR

Mientras realiza ejercicios de calentamiento, la bailarina contorsiona su esbelta figura, haciendo gala de una flexibilidad que, como ella misma asegura, solo es posible obtener a lo largo de una vida de trabajo. Estira una de sus piernas sobre la barra de ballet, dejando escapar uno que otro quejido. “Tengo tres semanas sin ponerme las zapatillas”, explica, mientras su profesora, Amparo Brito, la anima a continuar con sus ejercicios.

El dolor le hace recordar las muchas lesiones padecidas a largo de los años. “Tengo todo roto. Cada vez que sufro una lesión debo volver a comenzar como si fuera el primer día”, manifiesta la bailarina de cejas pobladas.

Comenta que nunca había dejado pasar tanto tiempo sin entrenar, lo que atribuye a las exigencias de su nuevo cargo. No obstante, está convencida de que el sacrificio de alejarse de las tablas le permitirá concentrarse en una labor que contribuirá al desarrollo, no sólo del ballet, sino de la cultura en todos sus ámbitos, aunque esto signifique que debe buscar nuevos horarios para entrenarse.

A medida que la música evoluciona, su baile recupera poco a poco su gracia y soltura habitual. Con los años aprendió a confiar en lo que llama la “sabiduría del cuerpo”, a no forzarlo excesivamente, a dejar que el sólo vaya recuperando el ritmo que la hizo brillar sobre escenarios en Estados Unidos y Europa. Desde muy joven tuvo que domar su espíritu alegre y festivo, aprendiendo el valor de la constancia y la disciplina. Aunque sus nuevas responsabilidades consuman la mayor parte de su tiempo espera tener la oportunidad “de ponerse las zapatillas una par de veces más antes de colgarlas definitivamente”.

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