La soledad del viajero errante

Actualizado
  • 09/12/2009 01:00
Creado
  • 09/12/2009 01:00
Durante su reciente visita a Panamá el joven autor Andrés Neuman presentó y leyó fragmentos de “El viajero del siglo”, una controversial...

Durante su reciente visita a Panamá el joven autor Andrés Neuman presentó y leyó fragmentos de “El viajero del siglo”, una controversial historia de amor que reflexiona sobre los enigmas de la cultura europea del siglo XIX. Conviene exaltar la importancia de esta magistral obra literaria cuyo núcleo narrativo lo constituye una intensa historia de amor, narrada en una notable prosa. Se trata de una novela tierna, densa, elaborada, inteligente y poética. Partiendo de un fondo musical, el autor trabaja sonidos y ruidos.

El joven escritor narra la historia de una mujer en el siglo XIX. Se trata de un texto marcado por la evocación: los salones literarios, la intelectualidad, la moral, la ética. Neuman se vale de un montaje escénico maravilloso, en el que aparecen lugares increíbles como La Taberna Pícara.

“El viajero del siglo” es una reflexión sobre fantasías, ideales y desencantos. Se desdobla en novela histórica decimonónica escrita en el siglo XXI. La obra consta de 532 páginas distribuidas en cinco capítulos. Está ambientada en la ciudad imaginaria de Wandernburgo, un sitio multidimensional y mágico, donde todo cambia constantemente.

Esta urbe errante, vagabunda, laberíntica, se ubica entre la fantasía y la realidad, ya que realmente no es Alemania, sino un símbolo del occidente moderno, un destino caracterizado por el amor y la aventura. Para no perderse en Wanderburgo, el protagonista, una viajero llamado Hans, debe elegir el camino más largo.

Neuman intenta bosquejar la vida a través de los encuentros entre Hans, viajero errante en busca de emociones, y un viejo organillero. La música de Schubert sirve como fondo a la narrativa. “A mi lo que me gusta de Wandenburgo es que está usted. Usted, Álvaro, Sophie. Son las personas, ¿no le parece? las que hacen la belleza del lugar”, señala Hans.

El autor argentino exhibe las intimidades del amor romántico, epistolario. El amor con sus diversas caras, que puede ser erótico, doméstico o carnal. El universo del cortejo amoroso, pletórico de gestos y palabras de doble significado. Resalta el juego de los amantes que, ante la imposibilidad de actuar libremente, se entregan al estimulante juego de enamorarse a través de los espejos: “Antes de vestirse volvieron a mirarse. Sophie dijo: Me gusta tu rodilla. Y se agachó a lamerla. Hans sintió que el pudor le subía por las piernas y al llegar a la cabeza se transformaba en alegría. De pronto se fijó en el muslo de Sophie. En un punto del muslo donde había una mancha alargada como un trazo de lápiz. A mí me gusta tu mancha. Odio esa mancha, dijo ella cubriéndose la pierna. Pero el insistió: Esa mancha te mejora, menos mal que la tienes“. Es la vida de los errantes, los extranjeros, los apátridas. Hans desconoce su destino.

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