Miradas al mañana

En el atrio del antiguo caserón que una vez albergó el colegio Santa Familia, en el Casco Viejo, el rumor de la lluvia que mengua se confunde con el alboroto de los infantes que retoman sus clases. En el camino de regreso al salón, dos colegialas reparten saludos y sonrisas, con la efusividad que sólo se da de forma espontánea durante la niñez. El sol, todavía renuente después del aguacero, se asoma en un cielo que se esfuerza en recobrar su plácida faz, su luminosa compostura.

Súbitamente, una niña sale en una torpe carrera por el pasillo anegado, con una mueca de espanto en su pequeño rostro. ‘Se están peleando en serio’, comunica alarmada al coordinador del proyecto ‘Enlaces’, Neftalí Montenegro, quien, tan rápido como se lo permite su corpulencia, abandona su silla y la plácida contemplación de la Calzada de Amador y el Puente de las Américas, e irrumpe en el aula. La bronca termina de forma tan abrupta como empezó, con Montenegro sujetando a cada uno de los traviesos pugilistas por el brazo. No los soltará hasta que retorne a su oficina, donde el paisaje marino lo espera todavía por más que ahora le resulte imposible encontrar solaz en él.

La maestra tranca la vetusta puerta de madera, como para dejar afuera el caos, la fastidiosa interrupción del ordenado proceso pedagógico. Entre las niñas se manejan varias versiones acerca de cómo empezó la trifulca. Unas dicen que se trató de un papelito que fue lanzado con poco tino. Otras insisten que todo fue en retribución de un arañazo. Tal parece que para los niños que participan de los talleres artísticos y educativos que realiza la Fundación Calicanto, en los que se les enseña, entre otras cosas, a moverse al ritmo de ‘passa passa’ (baile popular jamaiquino) y la danza clásica, no es fácil escapar de la violenta realidad de sus barrios, sacudirse del todo la tensión de las calles que diariamente deben recorrer para entrar y salir de sus hogares. +3D