En busca del mito de Detroit

Actualizado
  • 03/03/2013 01:00
Creado
  • 03/03/2013 01:00
PALABRA. C ada vez que Malik Bendjelloul, el director sueco de Searching for Sugar Man, intenta describir el impacto que tuvo en él la h...

PALABRA. C ada vez que Malik Bendjelloul, el director sueco de Searching for Sugar Man, intenta describir el impacto que tuvo en él la historia de Sixto Rodríguez, estalla en un entusiasmo casi infantil: ‘Esta es la mayor historia real que jamás escuché… Es una historia perfecta. Tiene el elemento humano, el aspecto musical, una historia de detectives y una resurrección’.

Bendjelloul se topó con la singular historia de Rodríguez en 2006, mientras recorría África buscando temas dignos para la creación de su primer largometraje. Searching for Sugar Man toma su título de la canción de Rodríguez Sugar Man, el sombrío retrato de un vendedor de drogas y sus clientes. Apareció en el disco inaugural de Rodríguez, ‘Cold Fact’, que salió en 1970. Sus canciones tocaban temas sociales y políticos, de sexo y drogas, de injusticia y desigualdad. Tal vez por ello, nos dice el filme, resultaron tan atractivos para los sudafricanos que vivían oprimidos por el doble cepo del apartheid y la asfixiante moral calvinista que lo prohibía casi todo.

Searching for Sugar Man es un documental cautivador, inteligente y enigmático, que persigue las huellas del sudafricano Stephen Segerman, quien en 1997 intentó averiguar si, como se decía, Rodríguez había muerto por mano propia en un escenario de Detroit o si todavía se encontraba vivo. El director Bendjelloul revivió las huellas del apasionado sudafricano y, mucho más importante aún, las huellas del propio Rodríguez. Para hacerlo utilizó película de 8 mm, hasta que poco antes de finalizar la película se quedó sin presupuesto y además le robaron la cámara, por lo que terminó filmando con una aplicación de su iPhone.

LA SIMPLE Y TORTUOSA VIDA DE UN MITO

Rodríguez nació en 1942, en Detroit. Lo bautizaron Sixto por tratarse del sexto hijo de la familia de inmigrantes que había llegado en los años 20 del siglo pasado a los Estados Unidos.

En 1967 lanzó un sencillo bajo el sello Impact. Luego vinieron tres años de silencio hasta que presentó su disco inaugural en Sussex Records. Al escucharlo, Clarence Avant, propietario de Sussex, quedó impactado. Con el tiempo Avant se convertiría en ejecutivo de la Motown y trabajaría con monstruos como Miles Davis e ídolos como Michael Jackson, pero nunca olvidaría a Rodríguez: ‘Si tuviera que hacer un top 10 de los artistas con los que trabajé, Rodríguez estaría entre los mejores cinco. Sin duda’.

Pero el escaso impacto en las ventas hizo que Rodríguez saliera de Sussex, rodeado de un indiferente silencio. Entonces, cambió la guitarra por el mazo y continuó siendo un habitante de la pobreza y un activista político, siempre ocupado en mejorar las vidas de la clase trabajadora de la urbe. Por eso se lanzó como candidato al Consejo Municipal de Detroit en 1989. Obviamente no ganó.

LA INOLVIDABLE NOCHE SUDAFRICANA

Rodríguez continuó su vida de ídolo desconocido, ignorando la incendiaria admiración que despertaba en la remota Sudáfrica, mientras él continuaba habitando las decadentes sombras urbanas de Detroit. Hasta que llegó 1997 y el tenaz seguimiento del sudafricano Stephen Segerman dio sus frutos. Cuando encontró a Rodríguez, le habló del impacto que su música tenía en Sudáfrica y lo invitó a dar unas presentaciones en Ciudad del Cabo.

Rodríguez pensó que tocaría en cualquier agujero inmundo. En el aeropuerto no podía creer las limusinas, los paparazzis, la atención desmesurada. En su cuarto de hotel optó por dormir en un sofá, dejando de lado la enorme cama king size. Y cuando salió al escenario con su guitarra, la primera noche, una multitud entregada al delirio lo ovacionó por cinco o diez minutos, sin dejarlo cantar. Durante aquellos minutos eternos, sólo podía escucharse el hondo latido de un bajo, el furioso clamor del público y el silencio de Rodríguez: poderoso como el mayor rugido. Luego se desplegó ante ellos la voz de leyenda, la voz del hombre que muchos habían creído muerto. Se decía que se había prendido fuego sobre un escenario, delante de su público. ¿Era él? ¿O se trataba de un astuto impostor de educada voz? Durante cinco noches, se reiteró la experiencia. El estupor. La admiración estrepitosa. La rendición ante la voz y la música del ídolo. La rendición ante las canciones del fantasma que retorna victorioso.

Luego de esa semana tan parecida a un sueño de gloria, Rodríguez retornó a su hogar, a Detroit. A una vida de pobreza y rudas exigencias físicas.

¿Y AHORA?

Todo siguió igual hasta que en 2006 apareció el documentalista sueco que daría nueva vida a esta historia. Por cuatro años Malik Bendjelloul filmó a Rodríguez, su familia, su entorno y sus fans sudafricanos; y el año pasado envió su apasionado documental al Festival de Sundance. Desde entonces, todo han sido triunfos en cuanto festival lo presentó. El más reciente y el más famoso, el Óscar obtenido apenas el domingo pasado. Rodríguez prefirió no asistir a la ceremonia de premiación, manteniéndose en un segundo plano para no ‘opacar los logros del director’.

No hace mucho, Rodríguez reveló a Rolling Stone que en los últimos tiempos ha escrito una treintena de canciones nuevas y que está conversando con su antiguo productor, Steve Rowland, sobre posibles grabaciones.

Mientras tanto, sigue viviendo en la misma casa, en el mismo barrio.

Para los próximos meses Rodríguez tiene conciertos pactados que abarcan los Estados Unidos, Francia, Australia o Nueva Zelanda, incluyendo algunos de los festivales más importantes de Europa, como el Sónar de Barcelona o el Glastonbury de Inglaterra.

Podríamos decir que el tiempo de Rodríguez ha llegado. Pero por si acaso y sólo por si acaso, Rodríguez aún no ha botado a la basura su atuendo de trabajador manual. No ha dejado de lado la posibilidad de volver a su labor en los ásperos mundos de la construcción o la demolición. ‘Uno nunca sabe’, dice con austera y parca sabiduría.

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