No solo se vive de novela negra

Actualizado
  • 22/06/2014 02:00
Creado
  • 22/06/2014 02:00
Durante los últimos años ha surgido una sensibilidad, un tono diferente de narrar, que se está manifestando en la literatura islandesa

Cuando se habla de la novela nórdica contemporánea se la asocia casi de manera unánime con el género negro. Islandia no escapa a esta generalización. Y puede resultar comprensible si entre los autores cultivadores del popular género cuentan con el internacionalmente celebrado y prolífico Arnaldur Indriðason.

Desde 1997 Indriðason publica una novela por año. Desde su primera novela, titulada Las marismas (traducida a español en 2007), el personaje del detective Erlendur Sveinsson se hizo un hueco entre los adictos al género en España, una aceptación que se ha ido acrecentando y consolidando con La casa verde (2008) y, la más reciente, El invierno ártico (2012), todas aparecidas en el sello editorial RBA.

Su consagración definitiva se produjo en 2013 al recibir, por Pasaje de las sombras , el prestigioso VII Premio RBA de novela negra.

En esta ocasión me he propuesto traerles una muestra de lo que se publica en esta isla mágica –con el permiso del maestro Sinán– y no cae dentro del celebrado género. No dispongo de espacio para remontarme a la riqueza inusitada de la literatura medieval islandesa (preferentemente siglos XV y XVI), que tiene su expresión más excelsa en la sagas, narraciones en prosa de origen casi en su totalidad anónimo, y que cautivaron en su día al propio Borges, al extremo de dedicar un poema a Islandia.

Me gustaría, entonces, en esta ocasión presentarles una nueva sensibilidad, un modo, un tono, diferente de narrar, que se está dando en los últimos años en la novela islandesa, dado que, al fin, todas las novelas de crímenes se parecen, en algo o en mucho.

Rosa Cándida (Alfaguara 2011) de Auður Ava Ólafsdóttir es una de las novelas que instaura un nuevo prototipo de hombre, un anti-vikingo que rompe con el estereotipo del vikingo bárbaro. Arnljótur, un joven islandés de 22 años emprende, tras la pérdida traumática de su madre en accidente de coche, un viaje, dejando atrás a su padre, a su hermano gemelo autista, a su hija de siete meses y a la madre de ésta. Se refugia en un monasterio, en algún lugar no mencionado de Europa, para recuperar un tipo de rosal único, de ocho pétalos y ocho espinas, que su propia madre cultivaba.

Con una trama simple y un lenguaje sencillo la novela aborda con profundidad temas fundamentales como el amor, la muerte, la paternidad, y la relación con el propio cuerpo. El protagonista no viaja en este caso para expoliar, como sus antepasados, sino para para buscar, para restaurar y preservar la belleza; para dar, para darse. Su estancia en el monasterio se revela como un trayecto emocional fértil que deconstruye ideas preconcebidas.

En La mujer es una isla (Alfaguara 2012) la protagonista de 33 años es abandonada por su marido y, decidida a cambiar su vida, emprende también esta vez un viaje, pero ahora por parajes nacionales, por la carretera que circunda la isla, con el hijo de una amiga en apuros -llamado Tumi, sordo y con dificultades de visión-, dos muñecos de peluche y una caja de libros y cedés.

El mismo tono intimista e introspectivo de la anterior le sirve a la autora para narrar de nuevo el proceso de propia búsqueda de una mujer que ansía recuperar su libertad individual raptada por las obligaciones y las imposiciones cotidianas externas. Un mínimo recorrido geográfico, pero inmenso y fecundo en lo emocional, siguiendo la máxima de que ‘tienes que saber quién eres antes de querer o amar a otro’.

En este caso subyace una honda reflexión sobre qué significa ser madre, pues en la novela se muestran varios modos de afrontar la maternidad, sin que ninguno de ellos prevalezca por encima de otro; pues, lo que viene a decirnos es que no hay decisiones buenas o malas, solo verdades individuales ante los retos que la vida nos va poniendo delante.

En La excepción (Alfaguara 2014), considerada por la crítica como su mejor hasta el momento, la protagonista debe asumir el inesperado abandono de su marido por otro hombre, lo que conlleva decidir, entre otras cosas, si desea seguir adelante en solitario con una adopción que había sido planeada en pareja; una revolución afectiva que coincide con la aparición en su vida de su padre biológico, y también con su muerte repentina.

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