Atrapado entre la realidad y el mundo virtual

Actualizado
  • 03/08/2014 02:00
Creado
  • 03/08/2014 02:00
Estoy en casa, encerrado en mi cuarto. Leo e investigo. Internet: magia. Internet: maldición

Viajo por todo el mundo por medio de la lectura, trato de entender, trato de informarme para posteriormente llegar a conclusiones y si es posible ser un agente de cambio. Leo y viajo. Estoy en Israel, cruzo un puesto de control y estoy en Palestina. Luego caigo en el este de Ucrania, luego en Chiapas, luego en Rusia, luego en las reservas de indígenas en Estados Unidos, luego en el Río Bravo. ¿Voy a las comarcas de indígenas panameños? No, allí iré en carro, pronto; cuando tengo tiempo. Internet: el mundo a mi disposición. La abstracción del mundo en una pantalla. El mundo: dolor, sangre, indiferencia. Redes sociales: me gusta, compartir, comentar, ciento veinte caracteres.

Leo y viajo. Leo y viajo. Con la vista cansada ya, apago la computadora, salgo del cuarto y voy al patio trasero de mi casa. La paja está alta y ya es hora de conseguir a alguien que la corte, puede haber culebras y otras alimañas. ‘Alimaña’, palabra que connota. Saco mi libreta de apuntes y anoto: ‘Escribir ensayo sobre la palabra alimaña’. Voy adonde la vecina y le pregunto si conoce a alguien que limpie patios. Me dice: dile a Jorge Cholo, el tiene máquina; o, si no, dile al señor Pedro, él te la corta pero con machete, al modo de antes. Gracias, le digo.

Me voy a la casa de Jorge Cholo. No está. Luego voy a buscar al señor Pedro para que, aunque sea con machete, me corte el patio. Llego adonde yo creo que vive el señor Pedro. Resulta ser la casa de la hermana, donde, una que otra vez que he pasado por ahí, lo he visto desayunando en el portal o justo saliendo con su caballo a empezar la faena. No, él no vive aquí, me dice la hermana, pero sí, aquí viene a desayunar todas las mañanas y a veces deja el caballo amarrado al pie del palo; él vive más allá abajo, llegando al río, pero ahora no está allí, se levanta todos los días a la cinco de la mañana para irse a trabajar temprano y terminar como a las nueve; limpia patios y hace otros trabajitos, de eso vive desde que es muy niño, toda una vida trabajando en eso, mire; y allí está el viejo, parao y fuerte. ¿Qué edad tiene el señor Pedro?, le pregunto. Tiene setenta y nueve años, mire, pero parece más nuevo que yo que tengo sesenta. ¡Setenta y nueve años!, exclamo. Sí, mire, fíjese que en un par de meses cumple ochenta, y trabaja en el campo desde que tiene cinco, así que son setenta y cinco años trabajando sin parar. ¡Uf!, son muchos años; en fin, le dice que vine a buscarlo para que me limpie el patio. Me voy. Entro en mi cuarto y miro la computadora. ¿Me voy? ¿Viajo? ¿Contrato a un señor casi octogenario para que me limpie el patio trasero, un señor con el que nunca he hablado en mi vida y que apenas he saludado con la mano cuando pasa con su caballo frente a mi casa? ¿No será mejor que compre una máquina y limpie el patio yo mismo que estoy joven y no me duele nada? No, mejor contrato al señor Pedro y le pregunto si alguna vez fue a la escuela. ¿O no? Y ¿si se ofende? No le pregunto nada, pero igual lo contrato, se puede ganar una platita.

¿Me meto en la ‘compu’ y me voy a Medio Oriente? Por lo menos el señor Pedro puede ganarse unos dólares tirando machete, pienso, no está nada mal, tiene el derecho de la autodeterminación de la que tanto se habla. ¿Estará cobrando su cien a los setenta? Espero que sí. Supongo. En todo caso, he visto al señor Pedro, está fuerte, el trabajo en el campo le ha hecho bien. Se ve que tiene salud. Tiene un caballo. Bueno, me voy. Mañana limpiará el patio. Espero no lo pique una culebra.

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