Al servicio del poder

Actualizado
  • 09/11/2014 01:00
Creado
  • 09/11/2014 01:00
Un hombre de poco más de metro y medio de altura lo ha visto todo en el Palacio de las Garzas, pero prefiere callar

La primera vez que faltó al trabajo fue porque se rompió la cabeza. Durante el gobierno del expresidente Ricardo Martinelli, Augusto Valiente Darío se ausentaría por primera vez desde que empezó a trabajar en la Presidencia. ‘Estaba pintando la casa y me caí del techo’, dice y ríe —por un momento, la severidad en su rostro desaparece—, como si la pérdida de su récord de asistencias como salonero presidencial se hubiera dado a raíz de un contratiempo absurdo.

Valiente Darío, quien fue escogido como abanderado del 4 de noviembre por el actual mandatario Juan Carlos Varela, cumplió el pasado 27 de marzo 42 años sirviendo en el Palacio de las Garzas. Su rostro es el de un hombre que se levanta siempre antes que el sol. ‘Todos los días estoy a las seis de la mañana aquí’, dice. Cada palabra que sale de su boca tiene la contundencia de un golpe, como si buscara despachar en la mayor brevedad posible las preguntas que lo distraen de su rutina de trabajo. El presidente de la República acaba de salir a una reunión, lo que significa que el encargado de servirle la comida dispone de media hora para conversar con Facetas .

DE COCINERO A MAYORDOMO

Valiente Darío aprendió el oficio de salonero en la Zona del Canal. A la capital llegó luego de decir adiós a Playón Chico –una porción de tierra de 3 mil habitantes ubicada a cien metros de tierra firme, en San Blas, la isla que lo había visto nacer y crecer–.

Su búsqueda de trabajo lo condujo al entonces Club de Oficiales, en Amador. ‘Los oficiales siempre llegaban a desayunar –recuerda–. Ahí el mayordomo me preguntó si quería ser ayudante de salón. ‘¡Cómo no!’, le dije’. Esa fue su primera escuela. Allí sirvió por más de siete años, hasta que decidió volver a San Blas, en 1962.

Ya nuevamente en Playón Chico se unió a su esposa, con quien tuvo una hija en 1964 y un hijo cuatro años más tarde. En 1972 el tercer embarazo de su esposa lo hizo retornar a la ciudad, buscando proveer a sus hijos de una mejor educación.

Desde que pisó la urbe hasta que su mujer dio a luz al segundo varón de la familia pasaron dos meses. Fueron 8 semanas vividas de cara al desempleo y la presión por sacar adelante a su creciente familia.

Con su tercer hijo en brazos, Valiente Darío consiguió un empleo en una casa familiar, pero sabía que no sería suficiente. Tenía un poco más de dos semanas laborando cuando, un día, mientras estaba en un parque ‘tirado por ahí, pensando en buscar un mejor trabajo’, un amigo lo llamó y le preguntó si quería trabajar en el Palacio Presidencial. ‘Búscame dos indios más –le dijo el entonces presidente Demetrio Basilio Lakas al mayordomo Elio Herrera–, porque yo sé que ustedes son trabajadores’. ‘En ese tiempo nos llamaban a nosotros (los gunas) indios’, aclara Valiente.

La decisión estaba tomada. Valiente Darío dejaría su trabajo en la casa familiar y se enlistaría como ayudante de cocina en el Palacio de las Garzas, un 28 de marzo de 1972. ‘Lavaba platos y ollas. Estuve así como 6 años, hasta que el presidente (Arístides) Royo llegó y el mayordomo me llamó’, rememora el hoy salonero de 72 años. Durante un almuerzo para 20 personas que organizaba el presidente nacido en La Chorrera, Valiente Darío había sido llamado junto a otro salonero para atender la mesa. Incluso le mandaron a hacer un saco. Desde entonces ha atendido personalmente a más de 14 presidentes panameños.

RECOMENDACIÓN PRESIDENCIAL

‘Todo bien –responde parcamente Valiente, cuando le preguntan qué tan difícil fue su labor durante la invasión–. A nosotros nunca nos toca eso. Cuando tumban a un presidente, nosotros seguimos aquí, todos los empleados de salonería y de cocina se quedan’. Mientras responde suelta los hombros, como si buscara aligerar, aunque sea por un segundo, la carga de servir al hombre que se sienta en la silla presidencial.

Durante la invasión norteamericana recuerda haberse presentado al Palacio de Las Garzas a las seis de la mañana, como todos los días. Y en la Presidencia encontró las huellas de un saqueo. ‘En ese tiempo había pavo, jamón… y se llevaron todo eso. Dicen que encontraron hasta una silla allá afuera… Pero sí, hombre’.

Entrado el gobierno de Mireya Moscoso, en 1999, la idea de la jubilación rondaba por su mente. Cuando se acercaba a las seis décadas de edad, Valiente le hizo una nota a la presidenta para renunciar. ‘Parece que la señora la leyó cuando estaba desayunando, porque me llamó y me dijo: ‘Valiente, qué tú dices de seguir trabajando conmigo hasta que termine mi período’. Su respuesta no fue inmediata, sino que le dijo a la viuda del ex presidente Arnulfo Arias Madrid que debía consultarlo primero con su familia.

El entonces sexagenario salonero llevaría la propuesta presidencial a casa: terminar de atender el gobierno de Moscoso a cambio de un aumento salarial. ‘No papa, para qué –fueron las respuestas de sus hijos–. Váyase a San Blas a cuidar el negocio’. Valiente Darío replicó que aún se sentía bien. ‘Yo puedo trabajar hasta quince años más’, les dijo y los convenció, por lo que en los días siguientes ya firmaba un nuevo contrato en el Palacio Presidencial.

Después, en 2004, llegaría el gobierno de Martín Torrijos. Para las fechas del cambio de gobierno el ex presidente Ricardo De La Espriella —uno de los mandatarios que más recuerda — se presentó a almorzar con el gobernante recién electo a quien se dirigió: ‘Señor presidente, aquí está el señor Valiente, él fue mi salonero privado y de mi confianza, te lo voy a recomendar, que siga trabajando contigo’, rememora el veterano mayordomo. La firma de un nuevo contrato volvía a postergar su jubilación.

El período de Torrijos terminaría en el 2009, y la historia se volvería a repetir con la entrada de Ricardo Martinelli, quien fue invitado por el presidente saliente al Palacio de Las Garzas. ‘Presidente Martinelli, él es mi salonero privado, así que va a seguir trabajando con usted’, señaló Torrijos, a lo que el presidente del partido Cambio Democrático respondería afirmativamente. El empresario ya conocía a Valiente Darío desde los gobiernos de Pérez Balladares y Moscoso, en los que había desempeñado cargos políticos. ‘(Martinelli) se portó bien conmigo, me ayudó bastante. Un día me dijo, ‘Valiente nos vamos a tu isla’. Me mandó la hamaca de él, yo la llevé, la puse y le dije: ‘Ya está tu hamaca ahí esperando’. Hasta la fecha no ha ido, pero si le digo él se echa a reír, él sabe qué es lo que estoy diciendo’, enuncia Don Augusto.

De recomendación en recomendación, Valiente Darío permanecería en la Presidencia, después de haber visto pasar a 13 mandatarios.

Durante el gobierno de Martinelli, su vicepresidente Juan Carlos Varela se le acercó y le dijo: ‘Valiente, voy a ser candidato a la presidencia, cuando gane, tú vas a seguir trabajando cinco años más’. El perspicaz mayordomo pensó que el líder del Partido Panameñista le jugaba una broma de pasillo presidencial. ‘No, no, estoy hablando en serio, señor Valiente’, le insistía el actual mandatario. ‘Cuando ganó, me dijo, Valiente ya sabe, me espera’, recuerda el mayordomo.

SECRETOS DE PALACIO

‘Valiente, ya sabe, el trabajo de usted es muy delicado, porque usted no va a trabajar con cualquier persona, ministro, secretario privado o asesor, usted va a atender todos los días al presidente, así que somos sordos, mudos y ciegos’, le aconsejó su superior inmediato en una ocasión. La frase marcaría al salonero cuando recién se acostumbraba a usar saco todos los días. ‘Yo tengo unas historias muy grandes, si ustedes me quieren entrevistar tienen que ser como dos días, cómo vi a los presidentes… —comenta entre risas Valiente, quien salvo por una ausencia debido a una rajadura en el cráneo, mantiene un récord de asistencias tan impecable como su conducta—. Mi trabajo es muy delicado. Pero es verdad, yo soy sordo, mudo y ciego frente al presidente’.

Ni el presidente, ni la primera dama le han reprochado el trato que tiene Valiente con ellos. ‘Todos son muy cariñosos’, agrega. Y para él, dentro del Palacio de las Garzas, no existe partido político que influencie su labor. ‘Yo soy salonero de todos los presidentes de Panamá, no de uno solo. Aunque venga otro presidente de otro partido, es mi presidente, y tengo que atenderlo como atendí al pasado. He sido así con todos los presidentes. Aunque tenga a un pobre como invitado, a un negro, o a un chino, tengo que atenderlo como si estuviese atendiendo al presidente, porque es su invitado’.

Si bien los mandatarios panameños tienen la costumbre de viajar frecuentemente, Valiente Darío recuerda que al único presidente que acompañó durante un viaje al extranjero fue a Arístides Royo, quien lo llevó a Costa Rica. Rememora que cuando Evo Morales visitó Panamá, lo hizo junto a su propio salonero y cocinero. ‘Antes de llevar la comida a la mesa, mi salonero tiene que probarla primero’, explicó el gobernante sudamericano en aquella oportunidad. El entonces presidente de Panamá, Martín Torrijos, le preguntó, ‘¿Y tú, Valiente?’, a lo que el mayordomo dejó claro que se trataba de una costumbre que formaba parte de su oficio. ‘Antes de llevar la sopa, yo tengo que probarla, porque es mi presidente, y lo estoy cuidando. El que muere primero es el salonero, para que vean si lo están envenando’.

En cuanto a las exigencias de cada presidente, Valiente Darío no hace diferencias entre todos los que ha servido. ‘Casi todos son iguales’, asevera. Añade que, con excepción del actual mandatario de la República, que a veces sugiere ‘corvina o langosta’ en el menú, todos los demás han ingerido lo que ha servido en sus mesas, sin reclamos ni solicitudes particulares.

Cuando no está sirviendo en el inmueble ubicado en la calle séptima del Casco Viejo, Valiente Darío –trabaja de lunes a lunes, desde las seis hasta que se vaya el presidente, es decir, entre 10 de la noche y 1 de la madrugada–. Su tiempo libre es escaso, y lo invierte en limpiar y pintar su casa. A sus 72 años, su vocación de servicio lo obliga a seguir desempeñando su oficio, hasta que llegue el día en que finalmente se enferme y no se levante más. Tal parece que solo en su trabajo, tan solo entre el silencio y la diligencia, Valiente Darío logra encontrarse a sí mismo.

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