Puñetazos en la cara

Actualizado
  • 13/05/2018 02:00
Creado
  • 13/05/2018 02:00
Los rufianes se esconden en las zonas grises y tibias de la masa adormilada para seguir creciendo

El protagonista de esta columna puso su foto en las redes sociales para que se viera su rostro, los ojos tristes, los labios tumefactos.

Hace un par de semanas conté un caso parecido contra una extranjera, un puñetazo en la cara solo por tener un acento diferente. No se hicieron esperar los comentarios cuestionando el dónde, el cómo, y los porqués, señalando a la víctima como culpable, algo estaría haciendo, hay muchos otros que se merecen un tanganazo, quizás ella no, pero otros sí… Atacándome a mí, por extranjera, por malhablada. Como si el haber nacido más alla o más acá de una línea imaginaria te restase autoridad para distinguir a la canalla. Como si una palabra malsonante disminuyese en algo el horror de la violencia gratuita.

Simples distracciones de débiles morales que prefieren atacar al mensajero antes de enfrentarse con su podredumbre ideológica. Si no eres capaz de entender que atacar a un desconocido en la calle, solo porque es lo que es, es una bajeza que no se puede calificar con buenas palabras, tienes la misma catadura moral que él. Los rufianes se esconden en las zonas grises y tibias de la masa adormilada para seguir creciendo y engordando su discursito de odio y estrechez mental.

Hoy me levanto asqueada de nuevo, otro ataque a otro inocente, sin provocación previa, solo por ser diferente. Quizás solo por ser decente.

Pienso en todos los ataques que debe estar habiendo, en aquellos que los sufren en silencio, por no buscar más problemas, por miedo. En los insultos, las burlas, las agresiones veladas de bromas que se dicen inofensivas.

Soy la primera en defender el derecho al humor, los chistes son chistes, y si son inteligentes hasta yo me río de los chistes de gallegos. No hablo de eso, hablo de que se está gestando algo muy feo delante de nuestras narices y no queremos verlo. No queremos hacerle frente porque eso significa tener que entonar un mea culpa. Y es muy difícil reconocer que tanto peca el que mata como el que tira de la pata. Que tan culpable es el que suelta el puñetazo como los padres que inculcaron esas creencias, los maestros que no lo educaron, el pastor que desde su púlpito infunde ideas, los líderes que enarbolan banderas de rechazo y odio. Los payasos que desde la cómoda tribuna de las redes sociales azuzan hogueras de odio y señalan con el dedo.

Pero la gente de a pie también tenemos culpa. Porque no salimos en defensa del inocente. Porque nos parapetamos para no tener que enfrentarnos a los malos, porque esperamos que venga otro y que lo haga. Y no, señores, los superhéroes no existen. Solo existen los héroes comunes, los de la calle, los que ven los problemas y las injusticias y se hacen eco, se ponen delante, no temen por su vida y ponen su pecho para defender al que no puede defenderse.

De esos, al parecer, en este país andamos escasos, así que los malos ganarán, ganarán los que atacan a los extranjeros, y a ustedes les da igual porque no son extranjeros; ganarán los que atacan a los homosexuales, y a ustedes les da igual porque no lo son… Pero mañana quizás irán a por usted y ¿saben quien los defenderá cuando alguien le pegue un puñetazo a su hija o a su hijo en plena calle? Así es: nadie. Y se lo tendrán bien merecido.

P.S: Destaco que hoy no he escrito una sola palabra malsonante, a ver si así no se distraen con el medio y se concentran en el mensaje.

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