Gusanos
Necesitamos aprender a pensar para podernos librar de esta marabunta de sabandijas, sanguijuelas y zánganos
A raíz de la tragedia de las últimas muertes de maestra y alumnos en la comarca ngäbe-buglé he tratado de encontrar algún adjetivo calificativo que sea adecuado para poder definir la calidad de las personas que se despliegan con capacidad de mando y jurisdicción en los organismos y órganos del estado responsables de este desastre. Y no soy capaz de dar con una definición que se ajuste a lo que pienso de ellos. El título de esta columna, (con el respeto debido a los gusanos, tan lindos ellos), no se acerca, ni mucho menos, al desprecio que me provocan en estos momentos. No, los rastacueros advenedizos que pululan por los pasillos de ministerios, Asamblea, y residencias presidenciales varias no merecen una comparación tan honorable. Los bellacos irresponsables, ruines y canallas que, por acción o por omisión permiten que tragedias como la que ocurrió esta semana sigan ocurriendo, no se merecen que sigamos permitiéndoles que disfruten sus canonjías. Los capullos vividores que cierran los ojos antes las necesidades acuciantes de aquellos a los que el juramento de su cargo les obliga a servir, no se merecen ni el aire que respiran.
No me sirve ya que esos, todos esos charranes, cantamañanas, calambucos, soplagaitas y meapilas, me vengan, a estas alturas, a echarle la culpa a los pillos y a los tunantes que se hicieron cargo de las administraciones pasadas. No me sirve, fulastres indignos, que se escuden en una u otra excusa chapucera y barata.
Su pobre desempeño, gurruminos del tres al cuarto, su incapacidad de ejecutar, organizar u ordenar han causado cuatro muertes, muertes que espero que caigan como losas sobre sus conciencias, si es que ustedes, barrabases incultos, tienen de eso. Y si no, espero que los fantasmas existan y de ser así, los de estos inocentes los persigan, los persigan maldiciéndolos por toda la eternidad.
Porque ustedes, no el río, ni el conductor, ni los padres que mandaron a los niños a la escuela, ni el huracán que sigue su rumbo por el Caribe, ustedes son los responsables directos de estas muertes. Y me alegro si sé que no pueden dormir por las noches.
Me alegraré si sé que las pesadillas invaden sus horas nocturnas, cobardes mastuerzos, porque hay cuatro seres humanos cuyos sueños se quebraron, y hay cuatro familias que solo pueden volver a abrazar a sus seres queridos en sueños.
Hace unos días, salió en las redes sociales la foto de una maestra que, en el camino a su puesto de trabajo, rodeada de lodo y apenas cubierta con un paraguas, a pesar de todo, sonreía. ¿No se les cae la cara de vergüenza? ¿Ni siquiera tienen la decencia de salir pidiendo perdón público, todos y cada uno de ustedes, funcionarietes de morondanga, chupópteros profesionales?
El pueblo panameño es demasiado bueno si no exige sus cabezas. No se merece estar gobernado por la caterva de majaderos, mezquinos, mequetrefes y merluzos que ha habido y hay.
Necesitamos una revolución humanística. Tenemos que enseñar a pensar, no a adoctrinar en la fe, no a mediatizar el pensamiento, no a entorpecer con falsas consignas. Necesitamos aprender a pensar para podernos librar de esta marabunta de sabandijas, sanguijuelas y zánganos que están aferrados con sus bocas babosas a la ubre de una vaca esquelética.
Las revoluciones no las deben iniciar las armas ni el fuego, las debe iniciar la educación mostrando el sendero que sale de la caverna para que los malos no puedan engañarnos nunca más con sombras, para que nuestros hijos nunca más tengan que morir por culpa de algún camandulero. Por eso los muy bastardos no construyen caminos hacia las escuelas.
COLUMNISTA
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