Necesidades maternales

Actualizado
  • 09/12/2018 01:00
Creado
  • 09/12/2018 01:00
Pienso en mis cenas de Navidad, en las de toda mi vida, y miren, la verdad es que no recuerdo que haya habido nunca un menú concreto

Gritaba ella arrebatada: ‘¡Tengo cinco hijos!', y que era madre soltera, apostillaba mientras manoteaba exigiendo lo que ella está convencida de que es su derecho: un jamón barato. Y sin hacer fila.

Ahora yo pienso en mi madre. La dignidad. La sobriedad. La elegancia. El saber estar. El haber nacido en una aldea pero el haber tenido educación, unos padres que le enseñaron el deber y la obligación y unos maestros que le enseñaron el resto. Las comparaciones son odiosas y me obligo a dejar de hacerlas.

Pienso en mis cenas de Navidad, en las de toda mi vida, y miren, la verdad es que no recuerdo que haya habido nunca un menú concreto. Algo que digas así como que qué bruto, si no hay besugo nos dará un faracho, por ejemplo. Pues no. Lo que sí recuerdo es que siempre estábamos todos alrededor de la mesa, lo que hubiera encima era lo de menos.

Pienso en mis hijos, ¿ofrecerles una tajada de jamón merece la vergüenza de ver a su madre en televisión siendo el hazmerreír de todos? No creo haberlos educado tan mal.

Y entonces empiezo a brujulear en medios de comunicación y redes sociales, y veo que hay gente que defiende a los que hacen filas perdiendo la dignidad mientras mendigan un jamón subvencionado. Los defienden como si fueran animalitos que, sin raciocinio, han de ser protegidos y mantenidos, como si fueran mascotas. Y me da mucho asco.

Tanto como me dan los que enarbolan la bandera del deber del gobierno de ofrecerles ‘proteínas baratas' a los pobres. ¿Tiene el gobierno ese deber? Vaya. ¿Desde cuándo? ¿En qué parte de la Constitución de la República dice que los panameños tienen el derecho de comer jamón en Navidad y los gobernantes la obligación de dárselo?

No, señores, no nos equivoquemos, el Gobierno, los legisladores, los representantes, la jarca política, en resumen, no regalan nada. Gratis el Sol, y hasta la seis, que decía un abuelo muy sabio y que tampoco aceptó jamás una de esas ‘donaciones'. Esos jamones baratos, en primer lugar, no están mejorando las condiciones de vida de nadie, están perpetuando el ciclo del paternalismo y la dependencia. Están castrando el ímpetu de superación y el desarrollo de la autosuficiencia en una parte importante de la población que solo se mueven si se les da, si se les regala, que lo quieren todo fácil, todo ‘donado', todo gratis.

Y en segundo lugar, esos jamones, señores, no son como el café de la cafetería de moda que los esnobs pagamos al precio que nos piden, porque ese café lo pagamos con nuestro dinero, (nuestro de nosotros, ganado con nuestro trabajo y que nos podemos tirar al culo si queremos), esos jamones los subvencionan con nuestros impuestos. Con el dinero de los que no tenemos cinco hijos porque no podemos mantenerlos, con el dinero de los que no tenemos tiempo de pasarnos siete horas parados en un fila para comprar un pinche jamón. Ese jamón que compró ‘barato' la madre soltera de cinco hijos, en realidad se lo pagué yo. Y ¿saben qué?, con ese dinero hubiera preferido pagarme un café bien caro en la cafetería de moda. O comprarles un libro a mis hijos, para que lean, para que lean mucho, y para que nunca jamás sean como los que hacen fila para comprar un jamón.

Y ahora que ponga punto final a esta columna creo que voy a pensar en el menú de Navidad. Quizás prepare lentejas, que dicen que dan buena suerte. O quizás una tortilla de patata, proteína barata. Y una cerveza.

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