A merced de las olas

Actualizado
  • 22/06/2019 02:00
Creado
  • 22/06/2019 02:00
Una ola de terror me invadió, pasamos frente a la librería y pude ver a mis amigos que miraban a través de las ventanas la carrera, con sorpresa

Poco a poco despierto. Estoy mareado. No me puedo mover. Me encuentro rodeado de cuerpos. Amontonados unos sobre otros. Algunos permanecen quietos y otros se mueven intranquilos. Escucho quejidos. Llantos. Alguien reza una oración. Otros cantan canciones desconocidas para mí. La brisa está fresca, aunque el sol no me deja abrir bien los ojos. Veo el cielo azul con nubes blancas que pasan veloces como si fueran de prisa a una fiesta.

Pero, cómo, desde cuándo y por qué estoy aquí, me pregunto desubicado, si no hace mucho miraba el techo desvencijado del cuarto donde había permanecido encerrado por días, meses. Perdí la cuenta. ¿Dónde estoy? ¿Para dónde voy? Recuerdo que había estado reunido con mis amigos celebrando la terminación de mi tesis que presentaría la próxima semana. Era la antesala a mi graduación para obtener mi máster. A ese trabajo le dediqué muchas noches de insomnio y meses en la búsqueda de información, allí abordaba y profundizaba el tema sobre el pensamiento crítico y su influencia en nuestra sociedad. Enfatizaba que la banalidad y la frivolidad prevalecen como valores fundamentales en la sociedad en que vivimos. Mis amigos, en son de broma, organizaron para celebrarlo lo que ellos llamaron el jolgorio, eso sí, sin pensamiento crítico, decían entre bromas y risas.

Temprano, esa mañana me apresuré en ir a la imprenta para empastarla. Me fui caminando por la avenida que a esa hora estaba despejada. Una fresca brisa matinal hacía el trayecto más agradable. Pocos automóviles circulaban. Varios amigos me ofrecieron llevarme y preferí aprovechar la mañana para hacer mi carrera habitual. Iba imaginando mi graduación, la toga, la emoción de mis padres y las palabras que me correspondía pronunciar por obtener el mayor índice académico.

Imbuido estaba en estos pensamientos felices cuando de pronto escucho alarmado una algarabía: hombres, jóvenes y adultos corrían asustados, gritando, con lenguaje incomprensible para mí. La mayoría de estatura alta, con el cabello ensortijado, con su piel oscura y sus grandes ojos de mirada quemante, me envolvieron y arrastraron en su carrera. Imposible zafarme, no tenía para adonde huir. Si no corría, me podría caer y terminar aplastado. Me llevaban casi alzado. Mi instinto me dijo que era mejor seguir. Atrás escuchaba el pito de los policías y los disparos de las armas.

Una ola de terror me invadió, pasamos frente a la librería y pude ver a mis amigos que miraban a través de las ventanas la carrera, con sorpresa. Ninguno me vio, ni se percataron de mis gritos ni de mis miradas de auxilio. Más adelante, un inmenso muro de piedra detuvo la persecución y amontonados fuimos asediados por la policía que repartía golpes e increpaba sin hacer distinción alguna.

Traté de enseñar mis documentos y los papeles que llevaba, los cuales, sin verlos, fueron enviados a la basura. Miré con estupor cómo las hojas de mi tesis volaban por los aires, sin respeto al pensamiento crítico que tantas horas trasnochadas me había costado. Pronuncié palabras que nadie escuchó. Grité y supliqué en vano. ….

Yo soy de aquí, estudio en la Universidad. Esta semana presento mi tesis. Llamen a mis profesores. Mis padres viven aquí. No tengo nada que ver con esta gente. Trotaba tranquilo y me enredaron en la carrera. Pueden hablar con mis amigos o con mis padres. Les doy mis direcciones. Nací en esta ciudad. Vivo aquí.

Un fulminante cállate, que sonó como una bofetada, fue la respuesta y me hicieron caminar hasta una celda donde nos amontonaron. Allí permanecimos varios días con hambre, apretujados, rodeado de gente extraña, de rostros hostiles. Yo seguía sin comprender su lenguaje ni lo que sucedía.

Transcurrieron los días y nadie acudía a buscarme. La consternación y el desamparo me abrumaron. Al pasar frente al espejo que había en el lugar, me miré. Reconocí mis ojos color aceituna, mi cabello ensortijado, mi piel mestiza, mi cuerpo de brazos y piernas largas. Me miré y los miré. Me volví a mirar. Qué parecidos somos. Cómo no confundirme. Cómo no parecerme a los que vienen de ese lejano y a la vez cercano país. Descubro, asombrado, que soy uno de ellos sin ser uno de ellos.

Recordé mi casa. Mis queridos padres. Entrañables y perfectos con esos ojos azules que inspiraban. Yo era diferente. No nos parecíamos. Era obvio. Me contaron que fui adoptado, desde los seis meses, de una pareja, muy pobre, procedente de otro país. Mi madre tenía matriz infantil y por eso no podía concebir.

—Desde el primer momento en que te vimos, sabíamos que eres el hijo que tanto buscamos y que tanto queremos —decían con frecuencia.

Conocía la historia, pero no me afectaba. Ellos eran mi todo, mi universo, donde cabía todo lo bueno. Tenía una patria, una familia, hogar, amigos y un mundo ideal que me rodeaba y que consideraba perfecto. No conocía otro. Los que hacían bromas con la diferencia siempre decían que nos parecíamos, porque éramos la familia perfecta. Mamá era una profesora de literatura. Alta, blanca, hermosa, de ojos grises. Sencilla, cálida, siempre recta. Hablaba varios idiomas. Papá era el hombre jovial, profesor, amigo, lector incansable. El consejero del barrio. En el vecindario siempre nos trataron con cariño, a algunos les extrañaba, pero les agradaba la apreciable diferencia.

Vimos cómo llegaban a nuestra ciudad, por diversas vías, unos por el mar en barcazas, otros por caminos inimaginables, grupos que levantaban sus toldas y se acomodaban en lugares abandonados. Buscaban refugio. Trabajo, comida. Huían de la persecución el hambre y la miseria de sus países, aunque sin darse cuenta caminaban hacia otras miserias, otras soledades. Nos fuimos acostumbrando y mis padres trataban de ayudar a través de las organizaciones sociales de la comunidad. En la casa teníamos a una señora que nos ayudaba con el aseo aunque no sabía nuestro idioma. Poco a poco fueron formando parte del hábitat, aunque en la noche aparecían más y más. Rostros en la búsqueda de algo. Recordando infancias, calles o senderos conocidos, imágenes fijadas en la memoria que hablaban del ayer o de familias, de amigos, de los días en la escuela, del juego en el patio… El sentido de la vida.

Pero aquí estoy. Entre ellos, en medio de esta extraña cárcel. Muchas veces no comprendía qué hablaban en su lenguaje, ni entendía lo que decían entre sí. Los más amables me indicaban por señas lo que debía hacer. No me quedaba más remedio que seguirlos en las rutinas de aquel lugar desconocido. Intuía, por sus movimientos, que algo extraño pasaba y se tramaba en silencio a pesar de que éramos vigilados, noche y día. Cansado observaba desde mi esquina cómo iban recogiendo lo poco que tenían y lo metían en viejas bolsas de papel. Muy silenciosos, pero conspirativos. Me di cuenta que planeaban escapar. Un día, de manera inesperada, vi cómo rompían las puertas y sentí que me empujaban violentamente para que saliera. Rápidamente sometían a los sorprendidos policías. Me hicieron salir corriendo en medio de la noche. Llegamos al embarcadero y donde nos esperaba una barcaza oculta. Me empujaron para que subiera. Me llevaban, me alzaban, me hacían correr, subir, llegar. Sentí un doloroso golpe en mi cuerpo al caer sobre la superficie del barco. Caí desvanecido por el fuerte impacto.

Ahora despierto. Siento mucha tranquilidad a mi alrededor. Contemplo los rostros que miran impasibles y silenciosos la lejanía. ¿Cuántas horas, días, llevamos aquí? Busco el horizonte y no lo veo. La inmensidad del cielo me tranquiliza, pero los semblantes que están cerca de mí, siguen imperturbables. Transcurren los días en esta enorme barcaza. Ya no quiero mirar hacia atrás, no quiero pensar en mi infancia, ni en la casa solariega en donde todo parecía perfecto. Ni en la universidad donde el pensamiento crítico solía quedarse celosamente guardado en su sagrado recinto. Solo recuerdo las hojas de mi tesis volando por los aires, a merced del viento. Trato de recordar a mis padres, mi familia, mi universidad, pero ahora siento que soy otro, que pertenezco a este país extraño, que se mueve, que no sabe hacia dónde va. Yo soy ellos, soy yo. Presiento y siento que lo añoraba, quería recuperar mi historia, las ausencias, aquellas cosas que percibí en el vientre materno. Capto. Voy entendiendo su idioma. Mi idioma. Repito sus oraciones. Canto sus, ¿mis? hermosas y tristes canciones. Ya me miran como si fuese uno de ellos. Me sonríen, En sus ojos hay entendimiento, solidaridad, complicidad. Me dan la bienvenida. Estamos, entre el mar y la tierra. El viento a veces acaricia, otras golpea. La inmensidad está aquí, miro las nubes cómo bailan y me parece que conversan entre sí, tímidamente las estrellas se van asomando. En la lejanía, la luna aparece sigilosamente, expandiendo poco a poco su amarillenta luz, el barco se mece, las olas nos arrullan.

Ya nada es como fue. Este es mi país sin fronteras. No hay brújula. No es necesaria. No hay futuros. No son necesarios. Y, seguimos aquí, meciéndonos, con lo nuestro, con lo que nadie nos puede quitar, el cielo, el aire, el mar. Aquí estoy, en este nuevo país sin nombre persiguiendo tenazmente el horizonte, que persiste en seguir siendo horizonte, a merced de las olas.

AUTORA

‘Trato de recordar a mis padres, mi familia, mi universidad, pero ahora siento que soy otro, que pertenezco a este país extraño, que se mueve, que no sabe hacia dónde va. Yo soy ellos, soy yo...'

GRISELDA LÓPEZ

Periodista y escritora

Nació en Guararé, Los Santos. Magíster en Ciencias de la Comunicación con Especialización en Periodismo. Realizó estudios en Panamá, México, Ecuador y Japón.

Ha sido docente y directora de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Panamá; jefa del Departamento de Letras (INAC); y fundadora y directora de Canal Once. También fue coeditora de la revista El pez original y sus cuentos han sido incluidos en antologías nacionales y extranjeras.

Entre sus libros están: Piel adentro (1986), Sueño recurrente (1989), Género, comunicación y periodismo (2017) y Las capas del tiempo (2018).

El cuento ‘A merced de las olas' es inédito.

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