Según el comunicado de la ANA, los billetes y monedas encontrados corresponden a denominaciones de los países de Brasil, Cuba, Turquía, entre otros.

- 19/08/2025 23:00
María, con sus dos hijas de la mano, se detiene frente a la sección de lácteos del supermercado. En el anaquel, varios envases exhiben vasos con leche y en las neveras los quesos amarillos tipo americano son promesas de calcio. Sabe que las niñas necesitan leche por el mineral y la misma proteína, pero un dolor de cabeza conocido se aproxima. ¿Cuál de todos es el producto de leche de vaca y cuál es la que solo la imita?
La pregunta de María es la misma que se hace la industria láctea nacional, que pide con urgencia la revisión de la Ley 113 de 2019, que exige a los supermercados identificar con letreros la procedencia y naturaleza de los productos alimenticios. Para las industrias, la norma se queda corta y requiere de una revisión. Aseguran que la confusión actual no solo afecta a los consumidores, sino que golpea directamente al sector lácteo panameño en general.
Natzare Bermúdez, presidenta de la Asociación Nacional de Procesadores de Leche (Anaprole), advierte que la situación es más compleja que los letreros y los sucedáneos son parte del problema, pero no es toda la situación. Si bien la Ley 113 busca informar al consumidor, la realidad es que el problema es más profundo y severo.
“El tema de los sucedáneos es parte del problema, no el problema en sí”, explicó Bermúdez a La Estrella de Panamá. “Estamos apelando a una revisión completa del sector, que incluya a productores, procesadores, sector privado y varias instancias del Gobierno”.
La presidenta de Anaprole también se refirió a las distintas clases de sucedáneos en el mercado. Hay productos 100 % vegetales con grasas poco saludables como aceite de palma y otras bebidas que, si bien no son leche, usan la materia prima del producto nacional, como es el caso de las bebidas lácteas.
“Hay que dejar de satanizar los sucedáneos. Lo que buscamos es claridad”, dice Melissa Miranda, directora ejecutiva del Sindicato de Industriales de Panamá (SIP), quien asegura que el problema central reside en la falta de una normativa clara que defina qué es un sucedáneo y qué no lo es. “La confusión va desde el nombre hasta el empaque. Si un alimento no es leche, no debe llamarse así ni usar imágenes que lleven al consumidor a pensar lo contrario, como una vaca en la etiqueta”, enfatizó.
El problema del etiquetado es tan grave que muchos productos importados llegan al país con etiquetas en otros idiomas, confundiendo al consumidor, que quizás por ahorrarse algo de dinero, al igual que María, por años se inclina por el precio y no si el producto es el original. La industria nacional, que sí trabaja con leche panameña, se ve directamente afectada.
La nutricionista y dietista Sara Saldarriaga es enfática en su análisis. Un sucedáneo lácteo, por definición, busca reemplazar la leche, y aunque sea fortificado con vitaminas, su base suele ser de aceites vegetales y azúcares, lo que los convierte en alimentos ultraprocesados.
“Aunque se fortifiquen, nunca tendrán los mismos nutrientes que la leche, que es una fuente natural de calcio y proteína de alto valor biológico”, explicó la especialista. Para ella, el consumo a largo plazo de estos productos puede traer consecuencias negativas, como el exceso de sodio, que afecta a los hipertensos, y grasas como las de soja o palma, que elevan el colesterol y los triglicéridos.
Mientras tanto, para María, que busca lo mejor para sus hijas, el panorama es abrumador. Con cada paso que da en los pasillos de lácteos y refrigeradoras, se enfrenta a una decisión llena de dudas. No obstante, la nutricionista Saldarriaga le da una luz de esperanza: la clave es la educación nutricional.
“El consumidor debe leer los ingredientes y la tabla nutricional. Lo ideal es optar por productos nacionales, porque suelen ser más frescos, seguros y con mejores controles de calidad. Además de ofrecer valor nutricional, apoyar la producción del país”, aconseja Saldarriaga.
Para las representantes de la Anaprole y el SIP, la solución es clara: la revisión de la Ley 113 de 2019, la creación de una norma armonizada para todo el etiquetado y una campaña de comunicación que enseñe a los consumidores a leer lo que compran. Hasta que eso ocurra o llegue otra alternativa, María tratará de descifrar la verdad detrás de las etiquetas. El engaño, al final, no solo se siente en el anaquel, sino también en el bolsillo y la salud de las familias panameñas.