¿Por qué la calificación soberana importa más de lo que parece?

  • 18/08/2025 00:00
Que un país mantenga su estatus como emisor confiable ante los mercados internacionales tiene implicaciones concretas que van más allá del ámbito financiero

Hace pocos días, Moody’s reafirmó la calificación Baa3 para Panamá, manteniéndola dentro del rango de grado de inversión. Esta decisión refleja una institucionalidad que, pese a diversos desafíos, ha logrado preservar la estabilidad macroeconómica en un entorno complejo. En un contexto regional caracterizado por desequilibrios fiscales crecientes, tensiones sociales y vulnerabilidades estructurales, este resultado no es menor. De hecho, a pesar de la perspectiva negativa, Panamá continúa, en términos técnicos, siendo uno de los pocos emisores soberanos de América Latina que ha mantenido de forma ininterrumpida el grado de inversión desde 2010, lo que refuerza su perfil de resiliencia relativa frente a sus pares.

A primera vista, este tipo de anuncios puede parecer relevante únicamente para inversionistas o analistas financieros. Sin embargo, que un país mantenga su estatus como emisor confiable ante los mercados internacionales tiene implicaciones concretas que van más allá del ámbito financiero y generan beneficios tangibles para toda la ciudadanía, desde un menor costo de financiamiento público hasta mayores oportunidades de inversión, empleo e infraestructura.

Mantener el grado de inversión permite al Estado acceder a financiamiento internacional en condiciones más favorables y previsibles. Esto se traduce en una menor carga por intereses y en la posibilidad de desarrollar infraestructura pública esencial, como escuelas, hospitales y sistemas de transporte, sin recurrir a aumentos abruptos de impuestos ni comprometer programas sociales prioritarios.

Además, una calificación sólida transmite confianza al sistema financiero local. Esta estabilidad crediticia contribuye a mantener condiciones más favorables y previsibles para préstamos personales, hipotecas o créditos para pequeñas empresas. Para muchas familias, esto significa cuotas manejables y una mayor capacidad para planificar su economía sin sobresaltos financieros.

Asimismo, el grado de inversión tiene un impacto directo sobre el sector productivo y la generación de empleo. Al actuar como “techo” para el riesgo corporativo, una calificación soberana sólida permite que las empresas accedan a financiamiento en mejores condiciones, reduciendo el costo del crédito y facilitando inversiones que dinamizan la economía y crean nuevos empleos formales. Al mismo tiempo, es un filtro clave para inversionistas institucionales y multinacionales que consideran esta calificación un requisito para establecer operaciones.

El no tenerla, explícitamente, no les permite poder invertir en el país. Por ello, su mantenimiento posiciona a Panamá como un destino elegible para atraer inversión extranjera directa de alto valor, particularmente en sectores como logística, servicios compartidos y nearshoring. Cada nueva inversión genera empleo formal, fortalece las cadenas productivas locales, impulsa la capacitación laboral y fomenta la movilidad social.

Un beneficio menos visible, pero cada vez más relevante, es el acceso preferencial a flujos de capital orientados a criterios ESG (ambiental, social y de gobernanza). Mantener el grado de inversión permite al país atraer financiamiento para proyectos sostenibles, desde energías renovables hasta programas de inclusión y eficiencia fiscal.

El grado de inversión no debe entenderse como un fin en sí mismo, sino como un instrumento estratégico de política económica. No constituye un certificado de éxito, sino una plataforma que abre oportunidades relevantes y conlleva, al mismo tiempo, una elevada responsabilidad institucional. Su preservación fortalece la reputación internacional de Panamá, reduce el costo del financiamiento, atrae capital responsable y amplía el margen fiscal para impulsar políticas públicas que impacten positivamente la vida de las personas. Su verdadero valor se manifiesta cuando se gestiona con disciplina y se acompaña de una agenda de acciones que transformen esa estabilidad en crecimiento inclusivo, reducción de desigualdades y mayor resiliencia a largo plazo. El desafío central para las autoridades es convertir esta ventaja financiera en un motor sostenible de desarrollo económico que genere valor tangible y duradero para toda la población.

Mantener el grado de inversión permite al Estado acceder a financiamiento internacional en condiciones más favorables y previsibles. Esto se traduce en una menor carga por intereses y en la posibilidad de desarrollar infraestructura pública esencial, como escuelas, hospitales y sistemas de transporte, sin recurrir a aumentos abruptos de impuestos ni comprometer programas sociales prioritarios”.
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