En Venezuela hay 1,905 detenidos considerados como “presos políticos”, 38 más que la semana pasada, cuando se computaron 1.867 personas privadas de libertad...
- 15/09/2024 00:00
- 14/09/2024 18:03
La reciente tensión electoral en Venezuela dejó en evidencia una idea que hace décadas recorre los pasillos de las cancillerías de América Latina y el Caribe: la Organización de Estados Americanos (OEA) no funciona para resolver los problemas de la región.
El más estrepitoso fiasco tuvo lugar a finales de julio pasado. La resolución que pretendía solicitar a Caracas la publicación de los resultados de las elecciones presidenciales del 28 de julio pasado, que dieron ganador al actual presidente del país, Nicolás Maduro, en medio de reclamos de fraude por la oposición, fracasó. Tanto la resolución, como el rol de la OEA en el conflicto, naufragaron.
Esa reunión urgente convocada concluyó con 17 votos a favor, 11 abstenciones y cinco ausencias. No consiguió la mayoría para sacar adelante el documento y dejó desnudo a un organismo que, se suponía, al menos en el papel, un espacio de construcción de consensos.
La escena no es nueva para el bloque con sede en Washington. Entre 2014 y 2019 hubo al menos seis intentos en su Consejo Permanente o en sesiones ordinarias, de acoger la situación venezolana, provocando en la mayoría de las ocasiones lo contrario, divisiones en la región y denuncias de Caracas por injerencias, una queja que acompaña a la OEA desde su creación.
Para el jurista y exembajador de Panamá ante la OEA, Guillermo Cochez, estos fracasos tienen que ver con una “estrategia” de los gobiernos de izquierda, para así evitar ser cuestionados en su política interna.
“A Nicaragua no le interesa que la OEA critique sus violaciones a los derechos humanos y Venezuela lo mismo, con el Ecuador de (el expresidente) Rafael Correa igual (...) eso ha hecho que la OEA no tenga el mismo poder que tenía antes cuando todo el mundo opinaba lo mismo por que estaban comprometido con los principios democráticos”, manifestó el también abogado, que en su opinión la OEA debería tener mayor “poder coercitivo”, similar al Consejo de Seguridad de la ONU.
La idea de expulsar manu miltari a Maduro y su grupo no es nueva. Desde el sector más radical de la oposición, al mando de la líder antichavista María Corina Machado, se agitó con entusiasmo la posibilidad de una intervención armada por vía del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), un vetusto pacto militar firmado en 1947 entre los Estados americanos. El mismo permite a los países miembros -18 actualmente- acciones de fuerza ante una “situación que pueda poner en peligro la paz de América”.
Un interpretación controvertida del TIAR, que no prosperó ante el rechazo generalizado, desde los gobierno de izquierda como la de derecha en el continente. Hasta los Estados Unidos, bajo la administración de Donald Trump y su postura de “todas las opciones sobre la mesa” con Venezuela, tomó distancia de una aventura militar con consecuencias catastróficas y posibilidades de devenir en un conflicto regional.
¿Pero es suficiente el “lobby” La Habana-Caracas-Managua para desestabilizar al organismo de integración más antiguo del continente? En opinión del catedrático universitario e internacionalista Euclides Tapia, aunque ciertamente desde 2005 Venezuela influye en el Caribe, como resultado de PetroCaribe -un programa de venta de crudo a precios preferenciales a los países insulares de esa subregión-, esa política no dejó de enmarcarse dentro de la lógica de bloques a lo interno de la OEA.
Aunque en su mayoría las naciones caribeñas han sido históricamente ninguneadas por el organismo, al momento de las votaciones han sido clave para cambiar la correlación de fuerzas. Pero no es suficiente para explicar la debacle de la OEA.
En cambio, el profesor de la Universidad de Panamá, destacó que la postura alternativa de países con peso poblacional y geopolítico importantes como México, Brasil y Colombia, sí podría ser un desafío real para el organismo. “Ese fenómeno de estos tres países puede crear un precedente en la organización, a largo plazo, que la podría afectar (...) sin mencionar a otros grupos que son contestatarios a la OEA”, sostuvo Tapia.
Si bien el académico no ve un colapso inmediato del organismo, en particular por la estructura construida con sus organismos especializados como la Organización Panamericana de la Salud y otros mecanismos de intercambio que mantienen vigencia, remarcó que todos esos fracasos políticos erosionan la credibilidad de la OEA.
“La OEA no servirá políticamente, pero en otros ámbitos como la cultura, educación, salud o el derecho a la mujer, tienen estructuras representativas; no sería tan fácil desbancarla”, dijo.
Ocurre, además, que los cuestionamientos a la OEA no son patrimonio exclusivo de la izquierda. Gobiernos como el de Panamá o de Nayib Bukele de El Salvador, ambos de derechas, han sido duros críticos del bloque. El mandatario salvadoreño llegó afirmar que esta “no tenía razón de ser” y fustigó a su secretario general, Luis Almagro, figura a quien también se le atribuye la deriva del liderazgo de la OEA.
“Cuando la OEA aprueba una resolución que beneficia a la derecha es lo máximo y la izquierda lo cuestiona, pero si toma una postura que favorece a la izquierda entonces la derecha lo critica (...) las posturas de los gobiernos van dependiendo si les afecta o no”, dijo Tapia.
Si bien existen otros problemas en el organismo que tienen que ver con la disposición interna de los recursos, la recaudación de la cuotas por país, burocracia innecesaria y señalamientos de malos manejos internos, el problema de fondo tiene que ver con lo geopolítico: la pérdida del peso de los Estados Unidos en la región.
Así lo ve Juan Gabriel Tokatlian, sociólogo e internacionalista de la Universidad Torcuato Di Tella, quien considera que la crisis de la OEA es expresión de la pérdida de hegemonía estadounidense en el mundo, tomando en cuenta que el organismo nació bajo la dirección del Departamento de Estado.
Fundada en 1948 durante los albores de la Guerra Fría, la OEA se constituyó bajo la sombra estadounidense, que orientó su construcción con el resto de países americanos como furgón de cola, para ser el muro de contención que frenara la influencia del “socialismo real” de la extinta Unión Soviética. Una contienda internacional que sirvió de telón de fondo -y excusa- de Washington para garantizar sus intereses geopolíticos y económicos en la región.
Para 1954, la OEA era el indiscutible foro para ventilar los problemas americanos. Ese año ocurre un golpe de Estado contra el presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz, en la lista negra de la Estados Unidos por sus políticas de redistribución de la riqueza en un país donde menos del 2% controlaba el 70% de la tierra cultivable. El impulso de una reforma agraria, recibida con alegría entre los campesinos pobres guatemaltecos, vio una feroz resistencia entre las élites latifundistas del país, pero encontró un enemigo mayor: la United Fruit Company.
La todopoderosa multinacional estadounidense que dominó la producción y el comercio de frutas en Centromaérica y Colombia durante el siglo XX, operaba como una colonia sobre Guatemala, siendo su influencia clave para acabar con Arbenz por vía de la CIA y su director Allen Dulles. Su hermano, John Foster Dulles, secretario de Estado de Estados Unidos, mantenía acciones en la United Fruit Company.
Documentos desclasificados de la CIA en 1997, confirmaron la conspiración que fue bautizada como Operación PBSUCCESS, con la autorización del presidente Dwight D. Eisenhower. El golpe a Arbenz, acusado sin pruebas de ser comunista, dio paso a la sanguinaria dictadura de Carlos Castillo Armas y abrió un periodo de inestabilidad política que dejó al menos 200 mil muertos y desaparecidos de acuerdo a la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala. Hoy la nación centroamericana se ubica entre los cincos más pobres de la región según datos del Banco Mundial.
¿Qué tiene que ver la OEA con esto? Pues, un mes antes del golpe, la Décima Conferencia Interamericana se reunión y aprobó una resolución que pavimentó el camino que justificaría el derrocamiento de Arbenz.
Algo parecido ocurriría en 1965, con la creación de la infame Fuerza Interamericana de Paz, un organismo que sirvió como fachada para que más de 42 mil tropas estadounidenses junto a otros países latinoamericanos, invadieran República Dominicana tras el derrocamiento del gobierno de Juan Bosch y así evitar una “nueva Cuba” en la región con un saldo estimado, según fuentes dominicanas, de más de 2,500 muertos.
“El rol de Estados Unidos ha venido disminuyendo drásticamente, ya no controla la OEA como lo hacía antes, de eso no hay duda. Es una realidad, independiente de las postura ideológica de cada quien”, coincide Tapia con Tokatlian.
Para el profesor todavía no existe en la región un organismo con la estructura y peso que pueda competir con la OEA, pero considera que de no haber reformas, los días del organismo podrían estar contados.