La interconexión eléctrica entre Panamá y Colombia es una prioridad bilateral, y la oposición de las autoridades comarcales no frenará el proyecto.

- 23/06/2025 00:00
Parecía impensable que sucediera tan pronto, pero que Tel aviv y Washington hayan iniciado una guerra contra Irán de mal pronóstico para ambos y de consecuencias alarmantes para la humanidad, podría estar apuntando al final del imperialismo estadounidense.
El desarrollo de los acontecimientos y el momento escogido para un conflicto que rebasa el odio étnico y el antagonismo religioso cuando la guerra de Ucrania pudo acorralarse dentro de determinados límites para no cruzar la línea roja nuclear, muestran un grado de desesperación de quienes están detrás de Benjamín Netanyahu y de Donald Trump, que solo lo justifica la admisión de un fracaso estratégico.
Es evidente que el globo del MAGA se desinfla y hasta los aliados que le echaron aire al costo de miles de millones de dólares, se dan cuenta de que el regreso a la hegemonía de un unilateralismo trasnochado es una aberración que está llevando a Estados Unidos a la quiebra. Irán y Yemen están advirtiéndole a uno y otro que la política del miedo no camina, y menos aún la del poderío nuclear.
Trump abrió el saco y metió allí todas sus amenazas: una política antimigratoria de raíz fascista con razzia contra los migrantes y multitudinarias manifestaciones populares brutalmente reprimidas, mantener la guerra en Ucrania después de prometer que la acabaría, convertir en antagónicas discrepancias entre el poder económico y el político al dar participación al capital privado en las cosas del gobierno, son signos muy importantes de descomposición orgánica del sistema democrático.
Si se observa todo de conjunto, desde los hechos militares hasta los económicos y políticos, es difícil negar que algo está muy mal en los cimientos de esa sociedad y ya la superestructura gobierno-capital privado, se resiente.
Trump escogió el peor camino para enfrentar un fenómeno que no se puede solucionar mediante el enfrentamiento, sino el diálogo: la agresión económica y comercial, y la acción militar.
Regresó a las reglas del fascismo como último recurso in extremis por la incapacidad del sistema imperial de responder a las del cambio de época que se están imponiendo contra las cuales el poder nuclear no es más que una forma egoísta y alucinadora de suicidio, pero de connotación masiva. No es justo que la seguridad física del planeta esté a expensa de dos tipos descerebrados como Trump y Netanyahu.
Como indica la dialéctica, todo lo nuevo nace con su contrario dentro, y así sucedió con el nuevo sistema socioeconómico surgido de un modo de producción capitalista, que concentró en pocas manos el poder financiero y la exportación de capitales, profundizando así las divisiones geopolíticas en una inédita repartición geográfica del mundo sobre una base militar compartida con una ideología afín. Elon Musk y sus multimillonarios son hijos de esa falla sistémica.
Como le sucedió al imperio romano de occidente, el estadounidense comenzó a inclinarse por el empuje de factores internos en Estados Unidos como la pérdida del espíritu innovador que caracterizó al país desde el final de la II Guerra Mundial, y una dependencia cada vez mayor de la mano de obra barata importada.
El MAGA, como Trump, es consecuencia de esa descomposición de un régimen socioeconómico que acaba de admitir con la locura contra Irán que su enfermedad es terminal, lo cual no significa –aunque parezca estar en capilla ardiente- que muera mañana mismo si los pueblos de Estados Unidos e Israel no usan sus manos en el sacramento para suministrarle los santos óleos.
Tampoco es posible asegurar que lo que venga sea mejor o peor de lo que ahora tenemos. Pero de que hay que cambiarlo, no hay dudas.
Pero sí pueden desaparecer mañana mismo las esbirras cabezas visibles de Trump y Netanyahu si la humanidad se constituyera en tribunal internacional y los condenara por genocidio, crímenes de lesa humanidad y de lesa cultura, y los sancionara como el Tribunal de Núremberg a los nazifascistas de Hitler.
No lo perdamos de vista ni nos confundamos. En Estados Unidos hay una crisis única global que contiene a todas las demás: la económica, la social, la política, y arrastran a las del pensamiento filosófico, la ideológica, la cultural, la climática, la de principios éticos y morales, la del espíritu, todas exacerbadas por un presidente indolente que hunde al país y con él a un sistema sociopolítico que marcha hacia su destrucción.
Ese deterioro del sistema tiene las causas más visibles en un gigantismo exagerado de la expansión imperialista hacia todos los continentes, las guerras propiciadas para mantenerla con gastos enormes que agravaron las crisis financiera sistémicas, la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, corrupción en las altas instancias del gobierno y una crisis de liderazgo que está conduciendo al caos político.
Trump, primer presidente convicto por delitos penales graves que llega a la Casa Blanca, abrió de par en par las puertas a lo que muy bien se podría comparar con la tetrarquía del imperio romano, al aceptar una conjunción del poder del capital privado con el político, y ceder liderato en el gobierno a un grupo grande de multimillonarios encabezados por Musk (ahora aparentemente su adversario, pero igual genocida que él) para comprar votos y voluntades y asegurar una victoria relativamente fácil propiciada por las debilidades y serios errores de Joe Biden, y no tanto por su senilidad.
De tal manera, Trump regresó con un poder multiplicado gracias al hastío de los electores de una administración demócrata incumplidora de sus promesas que se esmeró en hacer todo lo contrario a lo que prometió en su campaña, y a contrapelo de la opinión de la gran mayoría de ciudadanos mantener una guerra sin futuro, apoyando a Zelinsky, un payaso sin escrúpulos, a pesar de los estragos a la economía nacional y a la imagen del país.
Con su política migratoria fascista, Trump dejó al capital productivo del campo y la ciudad sin la mano de obra imprescindible para trabajar, y con la guerra arancelaria imposible de ganarla a una China que tiene en sus puños todas las cadenas de suministro construidas a lo largo de muchos años, afectó en primer lugar las empresas de Elon Musk y de sus colegas, quienes le dieron todo el dinero que requirió hacerlo presidente.
Cuando Trump les tocó sus bolsillos y los empezó a vaciar para llenar los suyos, empezaron a retirarle el apoyo.
La peligrosa decisión del sionista Netanyahu contra Irán y el acuerdo de Trump, se toma en ese contexto interno tan negativo para el magnate inmobiliario quien intenta sepultar en la vorágine desatada por Israel, la represión a las manifestaciones contra las deportaciones, y la posibilidad de que las acusaciones de pedófilo y mucho más, lo conduzcan a un juicio político que debería terminar en su renuncia a la presidencia de Estados Unidos.
Pero lo importante de todo, y no se puede perder de vista, es que el imperialismo como sistema ha entrado en una crisis que, aunque se personalice en Trump, es del modo de producción en decadencia, y ya no es un pronóstico la aseveración de que está en curso la caída irreversible del imperio, aunque no se pueda precisar tiempo.
Trump representa, en buena lid, esa caída imperial como el Rómulo Augústulo del siglo XXI, último emperador de Roma, aunque, por supuesto, Musk no es, ni se le debe permitir intentarlo, el Odoacro, rey de los hérulos, que lo derrocará. Esa es una tarea histórica del pueblo estadounidense.
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