La pérdida de la inocencia

Actualizado
  • 06/12/2009 01:00
Creado
  • 06/12/2009 01:00
Yo tenía 10 años aquella navidad en que llovieron bombas y, a falta de regalos, jugamos a armar barricadas en la esquina de casa. Por to...

Yo tenía 10 años aquella navidad en que llovieron bombas y, a falta de regalos, jugamos a armar barricadas en la esquina de casa. Por toda explicación nos dijeron que Santa no llegó porque los gringos le avisaron que siguiera de largo: Panamá estaba en llamas. Pero todo estuvo bien, porque además de no entender qué era lo que pasaba, estábamos entretenidos con el guión de guerra que fracturó la insípida rutina instalando soldados rubios que conquistaban nuestros barrios sobre sus tanquetas y una horda de compatriotas que ganó la calle al grito de “¡saqueo!”

La goma moral vino después. Comenzó al volver al colegio y contabilizar los compañeritos que faltaban. Recuerdo a Jaime, por ejemplo. Como yo, era de los pocos chicos que usaba anteojos en toda la primaria. Era muy gracioso y dibujaba muy bien, quería ser caricaturista. Luego del 20 no lo volví a ver. “Fue la invasión”, se dijo en el aula, como si esas tres palabras al pronunciarse juntas justificasen el vacío, el silencio y la nada. ¿Se fue con los gringos? ¿Era del bando de Noriega? Imposible saber. En el 89 nos burlábamos juntos del maestro Tomáximo, que era batallonero y una vez me amonestó y llamó a mi vieja porque me pilló repartiendo calcomanías de “Endara Presidente”. “Mire en qué anda metido el niño, señora”, le dijo, sin saber que fue ella quien me pasó la propaganda. Qué curioso: Tomáximo sí volvió al año siguiente y creo que aún sigue siendo maestro. Pero a Jaime se lo tragó la invasión.

La nostalgia duró lo que tardó en sonar el timbre del recreo. No teníamos loncheras nuevas, pero sí tesoros de guerra para pifiar. Como todos, tenía varias fotos posando sobre los tanques yanquis. Pero a la hora de comentar lo logrado en el saqueo, mentí olímpicamente e inventé incursiones maravillosas a las mejores tiendas, por no confesar que mi viejo no quiso robar. “Nosotros no”, dijo.

Un año después cayó la Guerra del Golfo Pérsico y todos la vimos por TV. Pese a la distancia, había algo tan cercano en esas imágenes. El narrador cada tanto afirmaba que el armamento había sido probado en la invasión a Panamá. “Así nos dieron”, fue la obviedad que pensamos todos, sospechando que así como veíamos a los iraquíes correr con el control remoto en la mano, otros nos vieron a nosotros. Crecimos y 20 años después yo siento culpa y rabia, y muchos de mi generación también. Anhelamos la caída de la dictadura militar y siendo solo unos niños nos pusimos el suéter que decía Just Cause -¿quién los hizo, que ya estaban listos y repartidos antes que agarraran a Noriega?-. Fuimos parte del juego y celebramos ingenuamente, sin saber que éramos nosotros los que habíamos perdido.

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