Decimocuarta entrega

Actualizado
  • 14/12/2009 01:00
Creado
  • 14/12/2009 01:00
El avance de las tropas norteamericanas por tierra solo sucedía luego de los ataques aéreos. Avanzaban protegidos por l...

El avance de las tropas norteamericanas por tierra solo sucedía luego de los ataques aéreos. Avanzaban protegidos por la oscuridad de la noche y escoltados por helicópteros. El fuego de artillería pesada también estaba disponible. En el ataque al Chorrillo, desde la cima del Cerro Ancón, cuatro tanques Sheridan dejaban llover sus proyectiles sobre la Comandancia.

En Tocumen, esos mismos tanques, literalmente llovieron del cielo. Fueron lanzados desde el aire dentro de contenedores junto con carros de combate, armamento pesado y decenas de motos.

Más de 700 paracaidistas acompañaban la caída escoltados por el fuego de los AC- 130. Los soldados cargaban consigo municiones y comida para tres días de combate. Cada unidad llevaba lanzagranadas, minas antitanque, M-16, armas cortas y cuchillos.

Aunque en el aeropuerto encontraron algo de resistencia de las fuerzas panameñas, el principal contratiempo que tuvieron que superar fue otro. Los pasajeros de dos vuelos que habían llegado demorados se encontraron en el tránsito de la guerra. Los turistas desesperados corrían para todos lados mientras los soldados norteamericanos, advertidos de que las Fuerzas de Defensa habían ordenado a sus hombres vestir de civil, los detuvieron a todos.

Los paracaidistas que cayeron en las costas de Panamá viejo también encontraron problemas inesperados. No contaban con que allí no había arena, sino fango. La violencia del descenso sumado al peso que cargaban los hacía hundirse hasta la mitad del cuerpo. Se convertían así en blancos fijos para las fuerzas panameñas que les disparaban desde posiciones seguras. Los helicópteros actuaron de inmediato evitando una masacre.

La costa del Pacífico pareció maldita esa noche. Al aeropuerto de Paitilla los norteamericanos llegaron en bote y por mar. Un equipo formado por comandos SEALS, hombres entrenados para luchar en el mar, en el aire y en la tierra, debía destruir el Jet de Noriega. Aunque conforman la elite de las fuerzas especiales del ejército norteamericano, algo salió mal. Fueron descubiertos al pisar tierra por un guardia panameño que alertó a sus compañeros. Al entrar al predio el fuego cruzado de ametralladoras los sorprendió sin resguardo. Seis recibieron impactos mortales y otros nueve diversas heridas. Pidieron ayuda pero esta vez los helicópteros no podían salvarlos: los panameños estaban tan cerca que si hacían fuegos desde el aire, podían también darle a ellos. Se reagruparon detrás del tren de aterrizaje de un avión y barrieron la zona con granadas y lanzamisiles portátiles. El Jet de Noriega quedó inservible, con un agujero en su fuselaje.

Luego de los ataques, esperaban la rendición del enemigo. Sólo entonces –o ante su ausencia- comenzaba la limpieza de los edificios. Entraban con granadas y barrían cada pasillo, cada cuarto, cada baño, capturando a los sobrevivientes hasta tomar por completo el control de las bases de las Fuerzas de Defensa. Uno de los objetivos principales era la captura de los archivos de información, sobre todo en las instalaciones ligadas a Noriega. El material de inteligencia era un prioridad de Washington. Decenas de cajas con carpetas viajaron a Estados Unidos de regreso con los soldados.

También se hacían del armamento, muchas veces sin utilizar, incluso de paquete. Sobre todo UZIs y AK 47. Según fuentes del ejército norteamericano, con las armas decomisadas en Panamá, podía armarse una guerrilla de 60 mil hombres.

Los ataques también incluían operaciones destinadas a resguardar edificios estratégicos. Tomaron control de la Antena de Canal 2 donde el régimen solía emitir sus mensajes. Pusieron al aire el logo del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.

Para proteger el Canal de Panamá, evaluaron que lo mejor era cerrarlo. Por primera vez en su historia, después de atravesar la Segunda Guerra Mundial -donde incluso fue atacado por un submarino kamikaze japonés que fue detenido antes de llegar al objetivo- mantendría sus exclusas cerradas por dos días. Aseguraron sus posiciones alrededor de la represa Madden y también en Chilibre mientras tomaron las carreteras adyacentes a la vía interoceánica. Hasta tenían buzos patrullando las aguas y poniendo cargas explosivas en las embarcaciones de la marina panameña.

Hacia las cinco de la madrugada la mayoría de los objetivos de la Operación Causa Justa estaban cumplidos.

Desde el bunker de Quarry Heights Thurman volvió a comunicarse con el Pentágono. Les actualizó las novedades. Las operaciones se desarrollaban según lo planeado y los objetivos se estaban alcanzando. Powell no se dejó seducir por Thurman y le contestó con una pregunta:

-¿Y Noriega?.

Parecía que al panameño se lo había tragado la tierra. Thurman recordó que desde el golpe de octubre habían aumentado la cantidad de hombres en el equipo que se encargaba de monitorear sus movimientos. Agentes de inteligencia infiltrados en la ciudad con equipos de última generación lo seguían a sol y sombra. El martes 19 habían podido comprobar su estadía en Colón, el regreso de la comitiva hacia la ciudad pero, en algún punto del camino, Noriega se les había escapado. Suponían que se había quedado en el Caribe.

Luego del inició de Causa Justa, a lo largo de la madrugada, habían realizado más de 40 intentos por ubicar a Noriega. En Colón atacaron alguna de las casas que solía utilizar, sin encontrar ni siquiera rastros. En Farallón, donde Noriega tenía una casa de playa, tampoco había nadie. No estaba en Amador, ni en la Comandancia, ni en Tinajitas, ni en Panamá Viejo. Los hombres de inteligencia trabajaban sin cesar tratando de rastrear comunicaciones que les permitieran descifrar su paradero. Necesitaban tiempo para interrogar a los militares detenidos. Decenas de comandos Deltas de Operaciones especiales desperdigados en la ciudad estaban en condiciones de actuar ante el menor indicio. Podían llegar en minutos a cualquier parte.

Al amanecer comenzaron a temer que Noriega hubiese logrado escapar hacia Chiriquí, o lo que era peor, hacia Cuba o Nicaragua. Descartaban que estuviese en alguna embajada. Sabían que su familia estaba en la de Cuba pero de él no había rastros.

Para la Casa Blanca su captura era una prioridad. Bush no podía permitirse dejarlo escapar. Los militares a su vez confiaban en que una captura veloz de Noriega, acabaría con cualquier intención de sus hombres de organizarse.

A las 7 de la mañana Bush le habló al pueblo norteamericano. Comunicó que había ordenado una acción militar en Panamá y enumeró las causas: proteger a los ciudadanos norteamericanos, restaurar la democracia y capturar a Noriega. Se comprometía públicamente a velar por el cumplimiento de los Tratados. “Solo lo hice, cuando comprendí que no había otra salida”, se justificó.

Dick Cheney y Colin Powell se pasaron el día haciendo declaraciones. “No sabemos dónde está Noriega”, explicaba Powell, que veía como crecía la presión en los medios por la captura del panameño. “En la práctica hemos decapitado la dictadura de Panamá. Noriega ahora es sólo un fugitivo y será tratado como tal”.

Al caer la noche, sin novedades luego de nuevos rastrillajes, el Departamento de Estado realizó un anunció que reprodujeron las cadenas internacionales: una recompensa de un millón de dólares a cualquier persona que diera pistas que condujeran al arresto del líder panameño. Manuel Antonio Noriega se había convertido en el enemigo público N°1 de los Estados Unidos de América.

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