Otro punto donde el crecimiento no se ve

Actualizado
  • 25/03/2012 01:00
Creado
  • 25/03/2012 01:00
PANAMÁ. Aquí, en Utivé, a 45 minutos de la ciudad de Panamá, en un punto deslucido del mapa del corregimiento de Pacora, con un nombre ...

PANAMÁ. Aquí, en Utivé, a 45 minutos de la ciudad de Panamá, en un punto deslucido del mapa del corregimiento de Pacora, con un nombre indígena que nadie sabe descifrar, una historia desconocida y un presente que mira burlón, dicen que el diablo dejó la chancleta.

Lo dicen los habitantes y lo dirían los demás, los que viven en zonas urbanas si conocieran este sitio. Porque está escondido y lejos de la capital, sí. Y también porque la metáfora popular podría aplicarse a la realidad completa. Es que cuando uno recorre Utivé, con las calles desoladas, el clima que desanima, la falta de transporte y la sed de agua, cree que todo esto es obra de un espíritu maligno.

¿Habrá sido el diablo, que gusta y promueve olvidos, quien borró los rastros de la historia de Utivé? No hay ni quedan leyendas sobre este páramo entre llanos y montañas, alimentado por el caudaloso río que tiene el mismo nombre y que le da de beber a su gente. Pocos saben quién fue Utivé, no hay precisión que identifique el tributo a su nombre.

La realidad muestra un rostro incuestionable. El que comparte con los pueblos interioranos de un país que crece al 10%, pero deja fuera del desarrollo a una dolorosa mayoría de panameños.

SIN AGUA

Este pueblo, formado principalmente por gente interiorana de las provincias de Los Santos y Veraguas, que llegaron atraídos por la promesa de mejores tierras, es un paraje más que campestre. Hay cercas de madera a lo largo de la carretera, amplios terrenos con herbazales y sin vacas, y unos pocos terratenientes. Las casas son de concreto, madera y hojas de zinc. Algunas apenas se asoman entre las sombras de los árboles.

Un pintoresco paisaje descubierto por pocos, con colinas en líneas de tonos azules y verdes, que padece de los mismos síntomas que la mayoría de los pueblos que están lejos o cerquita de la capital: deteriorado sistema de acueducto, el agua potable no llega a todos y, encima, con un tanque de almacenamiento viejo. Los vecinos dependen de una toma de agua construida por ellos mismos en 1979, hace 33 años.

Tanta es la desesperación para los que aquí viven, que hasta han instalado un puesto para vender el agua. Algo que no debería tener precio.

Doña Martina, de 73 años, compra cada tres días un tanque de 25 galones a 50 centésimos para cocinar y bañarse. No puede llegar al río, como otros, para buscar la cantidad necesaria porque sus rodillas no dan más y tiene problemas para caminar. Está sola, es viuda y su única hija vive distante. Entonces la compra y un niño de 9 años se gana 25 centavos por trasladarla hasta su casa.

SIN TRANSPORTE

Otro mal del pueblo es que no hay transporte colectivo interno que traslade a la gente desde la 24 de Diciembre hasta sus hogares.

En la entrada del pueblo está el cementerio municipal, en diagonal a un puesto de vigilancia de la Policía Nacional. Hay un ingreso en forma de ‘‘Y’’ que indica el punto donde los utiveños tienen que bajarse del bus, porque ahí termina la calle.

O sea: la entrada es a la vez el último punto transitable para el transporte público.

Aquí, una mujer se baja del bus. Como si quedara varada en medio de un desierto, espera un taxi que la lleve a su morada.

Unos pasos más atrás, Florencio, con guayabera blanca y sombrero pintado, se dispone a caminar 45 minutos para llegar a su casa. Humberto vive un calvario similar, a diario: ‘Tenemos dos opciones, tomar un taxi que nos cobra un ojo de la cara ($2) o caminar hasta encontrar un alma de dios que se apiade del caminante desgraciado’, cuenta, y aclara que prefiere andar a pie, porque la situación no está como para consumir $4 dólares por día.

Los moradores piden con insistencia a las autoridades que les consigan una chiva. Varios se la prometieron, sobre todo en tiempos de campaña. Y esa es otra imagen constante en la sucesión de fotogramas de una película que para muchos es de terror: los vaticinios electorales que nunca se concretan. Hace diez años un político de bandera roja, amarilla y morado, les prometió un transporte. Cuando ganó la puso a funcionar un año y, después, la chiva desapareció.

SIN CALLES

La calle hasta la entrada está en buenas condiciones, pero solo una parte, porque para llegar hasta el final donde está el taque de reserva del pueblo, la carretera es de piedra, angosta y en tiempos de lluvia no hay carro que pueda pasar.

En la cola del pueblo hay muchas fincas, algunas sin uso porque sus dueños eran campesinos que no tienen recursos para comprar reses y mejor se dedicaban a sembrar la tierra. Algunos de ellos, por necesidad, vendieron parte de sus lotes a foráneos. Fue el caso de Don Chelo, uno de los más viejos del lugar. Ya no recuerda quién fue su comprador, pero en su mente aún conserva imágenes de aquel pueblo unido y luchador.

SIN PASADO

Es curioso cómo al intentar escarbar en el pasado, conocer la historia, no aparece ni una pista que delinee la postal. Ilda Cárdenas, una líder comunitaria de 59 años, aseguró que lo único que escuchó mencionar de su abuelo fue que Utivé era un cacique del piel cobriza que habitó esas montañas.

Los utiveños no conocen la anécdota. Ni esa ni otras. No se sabe nada, no hay leyenda del pueblo, no hay libros que cuenten su génesis.

La primera reseña que tuvieron los lugareños se hizo hace dos años para la escuelita primaria, justo cuando la fiebre política estaba en su apogeo. ‘Necesitamos levantar al pueblo, darle una identidad y que la gente se preocupe por lo que pasa’, expresaron los vecinos.

Cárdenas es una mujer de canas, con años de experiencia en el trabajo comunitario. Hija de padres santeños, recuerda que en 1970 la comunidad no tenía alumbrado eléctrico y que su familia, junto a los primeros lugareños, se organizó para conseguir los postes de tendido eléctrico.

No había teléfono público y no tenían cómo comunicarse. El caballo era su medio de transporte. La entristece que a estas alturas aún no haya un transporte interno para los utiveños: ‘Hace muchos años pasaba un bus a las 6:00 a.m. y recogía a los trabajadores y estudiantes que iban para la escuela, pero ahora no lo vemos’, cuenta. Esta mujer de a pie alienta a dejar de esperar y actuar: ‘Si no nos organizamos, nunca podremos saber por qué luchamos’.

¿SIN FUTURO?

En medio de una espera que duele y a veces se hace insoportable, muchos jóvenes sienten que deben ponerle un fin a ese devenir resignado. El quiebre, creen, está en mudarse. Por eso son cada vez más los que abandonan un interior que desde el Estado se debería fortalecer.

Delfia Matews tiene 20 años de vivir en la comunidad que ve bonita y quiere preservar. Con un grupo de mujeres pretende activar a la nueva generación de jóvenes del pueblo para que se interesen por mejorar la toma de agua y los tanques de reserva.

Dicen que están muy viejas como para dedicarle tiempo a pelear por un transporte y un sistema de acueducto y alcantarillados. Que no pueden dejar morir el lugar. Que hay que organizarse y pelear. ‘Los jóvenes deben luchar para conseguir las cosas en colectividad, no se puede seguir esperando la ayuda de los ‘volveremos’, ‘Sí se puede’ y ‘los locos’, porque ellos solo están para burlarse del pueblo y utilizarlos en las campañas políticas’, apuntan.

Mientras, las calles quedan en silencio y solo retumban los pasos que van o vienen al río. En Utivé, parece, solo queda la chancleta del diablo.

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