Abogados tras el náufrago

Actualizado
  • 23/05/2012 02:00
Creado
  • 23/05/2012 02:00
PANAMÁ. —¿Santi?. —Hola, Sabi...

PANAMÁ. —¿Santi?

—Hola, Sabi...

A Nilza De La Cruz, mejor conocida como ‘Sabi’ en el pueblo de Río Hato Sur, le bastó con escuchar dos palabras para reconocer a su hijo Adrián ‘Santi’ Vásquez como la persona que estaba al otro lado del teléfono. No había escuchado su voz en 27 días, desde aquel viernes por la tarde en la que él y sus compañeros Elvis Oropesa y Fernando Osorio se hicieron a la mar a bordo de la panga ‘Fifty Cents’.

Eran las 4:00 p.m. del 23 de marzo. Dos horas antes, ‘Santi’, un joven aficionado a los gallos y sin mucha experiencia como pescador, fue rescatado por el barco atunero ‘Duarte V’ en las cercanías de las Islas Galápagos. Era el único sobreviviente del grupo, el único que retornaría a casa luego de que su bote flotara a la deriva en las aguas del Pacífico, sin motor que les permitiera retornar a tierra.

LLAMADA DESDE EL MAR

A bordo del ‘Duarte V’, ‘Santi’ se duchó y se preparó para llamar a Panamá. Su estado de salud era deplorable. Durante la última semana que pasó solo en la pequeña embarcación —tras el fallecimiento de Elvis y Fernando— tuvo que alimentarse con pescado crudo. Presentaba quemaduras en su piel, producto de las horas bajo el sol abrasador. También exhibía síntomas de deshidratación. A bordo de otro barco ecuatoriano le administraron suero intravenoso. Los marinos le dijeron que no ‘hubiera aguantado dos días más en el mar’.

Al parecer, ‘Santi’ también mostraba problemas de memoria. Le fue imposible recordar los celulares de su madre y sus familiares. El único número que evocaba con claridad era el de Yamasín, una amiga que tenía en su pueblo, cuenta su madre Nilza, a quien sus hijos llaman ‘Sabi’ en honor de su abuela Sabina.

Mientras conversaba con su hijo, el ‘Náufrago’ de Río Hato, en casa de Yamasín la llamada se cortó abruptamente. Esto la dejó tan alterada que tuvieron que inyectarla y darle pastillas para el estrés.

‘ Santi’ y ‘Sabi’ continuarían hablando por teléfono los próximos días. El esperado reencuentro entre madre e hijo tuvo lugar finalmente el 26 de marzo, a las 5:21 p.m., cuando el avión que lo trasladaba de Ecuador aterrizó en la pista del Aeropuerto Internacional de Tocumen. Ese día Arnaldo Vásquez había llevado a la familia a la terminal aérea en un Coaster que le prestaron en el hotel Decameron, donde trabaja como chofer.

Una vez en casa, en Río Hato Sur, ‘Santi’ reunió a todos su primos para contarles la azarosa historia que le tocó vivir en las aguas del Pacífico. Fue una catarsis, una forma de romper un silencio forjado a sal y llanto, en la inmensidad sin tregua del océano.

ACECHO EN TIERRA

‘Ya viene la abogada’, exclama ‘Santi’ mientras entra a su casa por la puerta trasera. Segundos después, una 4x4 se estaciona frente a la morada. Edna Ramos, abogada de Adrián Vásquez y Elvis Oropesa, se baja del automóvil último modelo. Su presencia parece estresar a ‘Santi’, quien frunce el ceño. Tanto él como sus familiares han recibido instrucciones de no conversar con los medios de comunicación.

Si en el mar la panga donde viajaba ‘Santi’ era asediada por los tiburones, en tierra firme el joven se ha visto acosado por los abogados. De acuerdo con su madre, a su puerta se han presentado, hasta el momento, ‘tres abogados gringos, acompañados por panameños’. Uno de ellos fue Manuel Epelbaum, del bufete estadounidense Dickman, Epelbaum & Dickman. El primero de mayo la firma de abogados presentó una demanda ante un tribunal del condado de Miami-Dade, en el estado de Florida, contra la compañía de cruceros norteamericana Princess Cruise Lines.

En el documento, al que tuvo acceso La Estrella, se acusa a la empresa de ‘negligencia marítima general’ y de una ‘acción intencional de agravio’ por no haber rescatado a Adrián Vásquez y a sus compañeros cuando tres pasajeros del crucero ‘Star Princess’ comunicaron a la tripulación del avistamiento del bote averiado en alta mar, el 10 de marzo pasado.

De llegar la demanda a los tribunales de Florida, Adrián deberá viajar junto a su madre y su amiga Yasamín a los Estados Unidos a declarar.

Mientras tanto, ‘Santi’ se prepara para retornar a la escuela y terminar la secundaria, gracias a una beca que, según su madre, le otorgó el Club Rotario de Panamá.

Las heridas de las quemaduras ya desaparecieron de su piel, pero en su mente prevalecen otras que serán más difíciles de borrar: las huellas del horror, que sólo sanarán con el tiempo. Aún así su vida nunca será la misma. Su historia no sólo es conocida en su pueblo, sino fuera de Panamá.

Siempre será un náufrago en un pueblo de pescadores, el muchacho inexperto al que el océano perdonó.

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