El pensamiento de Bolívar y las nuevas tendencias

Actualizado
  • 27/11/2018 01:00
Creado
  • 27/11/2018 01:00
Dificultades que la unidad de la lengua, costumbre y religión debería propiciar, no podían ser superadas

En La Carta de Jamaica, uno de los documentos icónicos por la riqueza interpretativa y conocimiento de la realidad americana, escrita en octubre de 1816, hace poco más de dos siglos, por el libertador Simón Bolívar en respuesta a Sir Henry Cullen, gobernador de esa isla caribeña, advierte las dificultades inherentes a la consolidación de un Estado Nacional resultado de la gran cruzada independentista que se proponía realizar en las colonias españolas. Dificultades que la unidad de la lengua, costumbre y religión debería propiciar, no podían ser superadas ‘porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América'. Pero acto seguido, en el mismo párrafo exclama: ‘¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuera para nosotros lo que el Corinto para los griegos!'. El libertador, conocedor de la histórica vocación del Istmo como sitio de tránsito y su disposición para la actividad comercial y comunicación entre los pueblos, lo eleva a la categoría de núcleo de identificación cultural, sitio de discernimiento para las diferencias regionales y epicentro de convivencia pacífica para los pueblos americanos. Visión que comprometería a nuestro país a una profunda reflexión sobre nuestra identidad ontológica y a diseñar una singular relación con el resto del mundo, tarea que no hemos emprendido con la seriedad y profundidad que amerita.

El historiador Alfredo Castillero Calvo calificó, en un valioso ensayo sobre el proceso de construcción nacional, la disposición ‘transitista' del Ismo como suma de la actividad migratoria entre las dos grandes masas continentales desde la época precolombina y definida por la actividad comercial, que desde la colonia, marca la dinámica del quehacer económico del país con sus períodos de auge y sus cíclicas recesiones. El advenimiento del siglo XXI, con el diseño de nuevos modelos económicos de incorporación global y la celeridad en las comunicaciones y medios de transporte, ha demandado y demanda de nuestro país innovadoras formas de participación que han puesto a prueba nuestra capacidad de gestión y de iniciativas, para mantenernos en el plano de competencia que esta nueva realidad demanda. Los indicadores económicos nos sitúan como un país competitivo en el plano de las economías regionales y las proyecciones que se derivan de la amplificación de la actividad comercial con otras partes del mundo son sumamente atractivas para el comercio mundial.

Esto se ha reflejado en el panorama del crecimiento urbano, las grandes obras de infraestructura y las promisorias oportunidades de inversión para nacionales y extranjeros. Pero ese ‘transitismo' que ha dominado la historia social y económica del país localizado un eje vertical y cuyos extremos son las ciudades terminales, ha funcionado como el epicentro que moviliza y absorbe la economía del país, en detrimento del ‘país profundo', horizontal y rezagado, que se extiende desde las riberas del Atrato hasta las montañas chiricanas, en palabras de Carlos Manuel Gasteazoro, y que ha motivado las asimetrías, desigualdades y distorsiones que desde hace un siglo viene padeciendo la nación y que parecen agravarse con nuestra incorporación a un modelo económico para el cual nuestro medio rural se extraña preparado.

Los evidentes signos de crisis que van desde los molestos cierres de calles hasta la manifestaciones que a diario nos muestran los medios de comunicación: la obsolescencia de un modelo político que a pesar de su falta de efectividad está reacio a una transformación sustancial; la incapacidad de respuesta de las instituciones frente a las cambiantes realidades: los escándalos de corrupción que a diario encabezan los titulares; la falta de respuestas oportunas de las necesidades públicas y los equívocos en las políticas gubernamentales nos sitúan ante un panorama que ya ensombrece a otros países de la región. Escenarios similares prohijaron que el noble pueblo venezolano escogiera el camino que hoy lo tiene situado en la encrucijada más dolorosa de su historia; contribuyeron a que la hermana nación colombiana padeciera medio siglo de guerras intestinas y se enfrente hoy a una precaria paz negociada; que naciones que comparten nuestros mismos ideales se encuentre hoy padeciendo interminables crisis políticas y económicas y soportando regímenes con proyectos ideológicos ya superados. Ese sueño bolivariano que visualizaba al Istmo de Panamá en un sitio en que se concitarían a ‘un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios, a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra' pareciera alejarse cada día más para dejar paso a la terrible pesadilla de la disolución social.

El drama que vive el país, cuyos indicadores no es accesorio enumerarlos aquí, debe llevarnos a reflexionar de cuán lejos estamos del Istmo de Corinto imaginado por Bolívar y cuán cerca estamos de una debacle social promovida por la falta de políticas coherentes que impulsaran el desarrollo del país a la par de su crecimiento económico. El pesimismo que vive gran parte de los panameños y panameñas, y cuyas frustraciones y rendiciones se pulsan a diario en los periódicos y redes sociales no son producto de simples deliberaciones teóricas, son muestras del cansancio y la desolación que deja una lucha en un país en donde el rumbo se ha perdido en una marejada de irracionalidad y apasionamientos ancestrales.

No es mi propósito examinar aquí las falencias y vicisitudes que atraviesa nuestra vida política y la forma como ha impregnado el resto de las actividades y formas de convivencia de nuestra preocupación por el destino de la nación, y de las cuales tengo la seguridad son igual motivo de vuestros propios pensamientos y deliberaciones frente al qué hacer ante una realidad caótica y lacerante, tienen como propósito hacer ese llamado de atención tan necesario en estos momentos de efervescencia política. Por eso, con el convencimiento que la Cámara de Comercio de Panamá es un cuerpo colegiado con indiscutible imprenta en las decisiones que afectan el destino del país, externalizo estas aprehensiones con la seguridad que no caerán en oídos sordos y servirán como acicate en la difícil tarea de recuperación que urgentemente demanda al país. Organismos como la Cámara de Comercio, con su tradición histórica y prestigio acumulado, debe salir a insuflar a esta nación sumida en la desesperación nuevas esperanzas. No podemos contemplar pacientemente que nuestro país, como un navío desgarrado por el iceberg de la corrupción y a punto de partirse en dos, se precipite inerme hasta tocar fondo. Hay que mantener en alto nuestra bandera de lucha porque todavía quedan hombres y, como dijera Edmund Buker: ‘La maldad triunfa sólo cuando los hombres buenos no hacen nada'..

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