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'Lo más alto a que yo aspiraba era que me hicieran Honorary Fellow de College'
- 17/07/2020 00:00
- 17/07/2020 00:00
José Manuel 'Mel' Fábrega ha logrado el sueño de su vida: ser honrado como médico latinoamericano en el Honorary Fellow del American College of Surgeons. Una corona que alcanza a los 75 años de edad y después de pasar más de la mitad de su vida entre bisturíes y pasillos de hospitales. Ahora vuelve la mirada a aquellos años pedregosos, los más difíciles de su formación en los que tuvo pagar sus estudios en Estados Unidos con una fila de préstamos debido a las carencias económicas familiares. Su crianza, aferrada a principios morales muy estrictos inculcados por sus padres, le dieron la fuerza y persistencia para alcanzar sus objetivos. Con mucho esfuerzo permaneció en Estados Unidos por 16 años y después volvió a casa para compensar a quienes también se sacrificaron por él mientras estudiaba lejos de su país y los suyos. Su padre, Adolfo Fábrega, tenía un taller de mecánica en la avenida Cuba, tal vez el mejor del país; un negocio que daba para el día a día de los gastos, y en él, vivía debajo de los carros y llegaba a casa con las uñas negras. Su madre, Benilda Sosa, al quedar viuda hizo todo lo necesario para que Mel no frustrara su sueño de estudiar en Estados Unidos.
Mel, como le conocen sus colegas y su círculo social, nos cuenta su historia, la forma en que se ha forjado a sí mismo y a varios de sus colegas con los métodos aprendidos y los avances que se aplican en la materia.
Es cierto. Mi apellido no refleja lo difícil que fue para nuestra familia darme la educación que me dieron, y por lo tanto, si algo podemos sacar de esta entrevista para todo tipo de clases, es que sí se puede. Nací en una familia donde los valores eran muy estrictos, morales y éticos. Mi papá fue mecánico, tal vez de los mejores. Se metía debajo de los carros, con aquella tablita con rueditas, y llegaba a la casa con las uñas llenas de aceite, y vivíamos día a día de lo que daba el negocio de la mecánica. Desgraciadamente murió muy joven, fumaba, y en ese tiempo los frenos de los carros se hacían de asbesto, que él aspiraba a diario. Así me pudo ingresar al colegio Javier en Panamá y fue ahí donde aprendí con grandes maestros, que es muy difícil que hoy los hagan igual. Los considero grandes maestros que nos enseñaron química, álgebra y matemática de primera. Eso me sirvió para aplicar a las escuelas de premedicina en Estados Unidos. Yo sabía que quería ser médico. Mi segundo padre fue el doctor Eduardo De Alba; él fue quien me dirigió en realidad a ir a premedicina y luego a medicina.
Fue un paso muy difícil, porque una vez que mi padre murió, quedamos con deudas enormes. Debíamos un monto que hoy sería de unos $100,000; y tratar de pagar una escuela de premedicina en Estados Unidos, en la Universidad de Notre Dame donde la hice, fue muy difícil. Para eso, mi madre, mi hermana y yo tuvimos que mudarnos y hacer un pequeñito apartamento en el garaje de la casa para poder alquilar la casa de arriba –que era de nosotros– y la de mi abuelo que estaba al lado. Con eso pudimos, muy a la brava, pagar algo de la deuda financiera y el resto lo tuve que hacer con trabajos míos en la universidad. Definitivamente fue muy difícil.
Eso fue muy importante porque mi madre era muy amiga de personas que podían ayudar si había necesidad financiera, y uno de los que más nos ayudó fue un tío, Samuel Boyd; le dijo que si yo necesitaba ayuda, él podía hacerlo con un préstamo y después se le pagaba. Eso por un lado; por otro, algo que hoy día es imposible ver, que siendo panameño en Estados Unidos tuve que entrar en unos préstamos de urgencia del estado que hoy en día es prácticamente imposible. Esos préstamos los pagué una vez que empecé a trabajar, todo fue de préstamo en préstamo. En un momento dado, cuando mi padre murió yo vine a Panamá porque iba a seguir en la escuela de medicina en Panamá, pero prefería seguir la carrera en Estados Unidos.
En ese tiempo que Paitilla iniciaba su labores, en 1975, se requería de los 50 miembros fundadores que pusieran un capital de alrededor de $100 mil de entrada. Este dinero se buscaba entre los miembros con un bono de $10 mil dólares para cada uno. Era un requisito para los fundadores. Lo bueno que tenía el bono era que la persona que compraba el bono tenía un privilegio de entrar en Paitilla, así que la familia consiguió 10 bonos de $10 mil cada uno para conseguir el valor de $100 mil. En ese tiempo era un hospital joven que iniciaba con buenos médicos. Aunque fue difícil, se logró conseguir a los donadores. Así fue como pude entrar al Centro Médico Paitilla, aunque yo no tenía plata propia para hacerlo porque en ese tiempo ganaba $400 mensuales en el internado.
En esos tiempos venía de Nueva York, Estados Unidos, después de casi 16 años de estudio y venía especializado en cirugía general y cirugía oncológica en la Universidad de Cornell. En ese país, cuando estaba empezando a entrenarme, lo interesante era que entre mejor era la universidad donde estudiabas, menos te pagaban. Cuando llegué hubo un cambio y nos empezaron a pagar $900 mensuales; para Nueva York eso era prácticamente nada, yo estaba casado y vivíamos en un apartamentito del tamaño de un closet, con una nevera chiquita, de esas que se usan en las oficinas para guardar agua en las oficinas. Cuando volví a Panamá, tuve que hacer el año de internado en el interior del país y ganaba $500 mensuales. Aquí debo hacer un punto. La actuación de dos grandes personas chiricanas que me llevaron a la provincia de Chiriquí, el doctor Samuel Cattán y el doctor Jorge Abadía. Ambos hitos de la provincia que deben tener lo que todos, estatuas. Ahí operé casi a la mitad de la provincia por $400 al mes, por la deducción de impuestos, y trabajaba de 7:00 de la mañana a las 9:00 de la noche. Llegué a hacer cirugías muy grandes; recuerdo a una joven ngäbe-buglé que tenía un tumor en el diafragma que prácticamente le invadía el hígado, una cirugía que tomó 18 horas, pero salió.
Considero que he logrado con este reconocimiento lo máximo que quería lograr como cirujano y cirujano oncólogo. De manera que estoy muy satisfecho de lo que he logrado. No solo he logrado que mi alma máter, Cornell University, me considere un exalumno meritorio, sino también que al recibirlo, estoy en un grupo élite de cirugía, que era mi sueño desde que inicié mi carrera en 1969. Estoy muy lleno de logros, y no solo eso, sino también en mi país, a pesar de que es muy difícil regresar a tu país cuando es más fácil quedarte en Estados Unidos logrando las cosas con más reconocimiento mundialmente. En Panamá me siento muy completo; la Asamblea Nacional me reconoció como ciudadano ejemplar y meritorio. Y no solo eso, sino que la Presidencia de la República me llamó para anunciarme que me darán la orden Vasco Núñez de Balboa, el próximo 31 de julio. Tengo reconocimientos de la más alta sociedad o colegio americano de Estados Unidos y del mundo, y las de mi país. Me siento muy complacido.
Mi plan futuro es seguir aportando todo lo que yo pueda a mi país en el avance de la cirugía. Panamá tiene uno de los mejores programas de cirugía, tanto de docencia en la universidad como práctica de medicina. Mis pacientes, aproximadamente el 60% o 70% viajan a Estados Unidos para segundas y terceras opiniones, y hasta ahora, en ningún caso se ha cambiado nada de lo que hemos hecho en Panamá. Eso me da mucho orgullo y espero que sigamos igual en un futuro, porque yo me siento muy bien, con ganas de seguir.
Eso es muy importante. Me entrenaron en la escuela vieja, y tuve la gran suerte de prepararme en la George Washington University, lo llaman allá Alfa, Omega Alfa, que es la sociedad de honor de medicina de Estados Unidos; pude entrar a Cornell que es una vieja universidad en Estados Unidos, de las mejores. Al entrar ahí tuve que competir con los mejores del mundo, solo 16 entramos a cirugía y era piramidal, iban quitando a los aspirantes hasta dejar solo a dos, y yo pude entrar. Lo que le quiero decir es que, en mi opinión personal, entre más tiempo estés en el hospital y más grande sea, más se aprende. Ahora hay la tendencia de que se deben trabajar de 40 a 60 horas en el hospital. Eso, en mi opinión, es completamente fallido. Claro que cuando estás cansado vas a aprender menos, pero aprendes. Yo les digo a los residentes y estudiantes que estén en el hospital el mayor tiempo posible, y entre más grande sea el hospital, más se aprende y mejor preparado se sale a la calle.
Los avances en la cirugía y medicina en general son paulatinos, se registran cada cierto tiempo por el periodo que se requiere para innovar algo.
La ventaja de venir de centros grandes fue poder traer innovaciones a Panamá, entre ellas, el uso de las grapas o autosuturas; en el tiempo de antes había que poner punto por punto cada vez que se empataba el intestino o cortar ciertas cosas, hoy eso se hace prácticamente con autosuturas. Ese es un avance grande en el tiempo operatorio y saneamiento de las heridas. En Panamá también usamos la laparoscopía, su introducción la hicimos en Panamá. Lo más importante que pude inyectar a Panamá fue la disciplina y el tipo de enseñanza al residente y al actual cirujano en cuanto a la escuela de Estados Unidos, de Hopkins, por ejemplo. Así pudimos introducir cosas como la laparoscopía que luego avanzó a la cirugía robótica, que es una gran ventaja. Ahora, hay que tener mucho cuidado, porque no puedes extrapolar de grandes universidades donde hay centros que te hacen cinco casos robóticos al día, a nuestros países en cierto desarrollo donde los volúmenes son menores. Así es que hay que tener cuidado; hay que practicar este tipo de cirugías bajo protocolos muy cuidadosos y que produzcan los mismos resultados que la cirugía tradicional abierta. Obviamente que el progreso viene, pero es mucho más lento en países como nosotros, donde hay menos volúmenes de casos o ciertos países de Europa donde es mayor. Pero el avance es claro, es la medicina del futuro.
Es correcto, obviamente que todos estos adelantos implican que los instrumentos que se utilizan son más caros y las cirugías más caras, pero el beneficio del paciente es mayor. Por ejemplo, yo me entrené en remover las vesículas de forma abierta, el paciente se quedaba en el hospital internado, con tubos en la nariz, drenajes en el abdomen. Hoy se hace con solamente una noche internado y a veces puede ser ambulatoria. Los beneficios versus el costo en nuestro medio, para el paciente en hospitalización es menor, se ponen en una balanza y es mucho más que racional el cambio que tenemos.
Yo tengo en medicina alrededor de 50 años y jamás había visto, ni he estado expuesto a una situación como la actual en el mundo entero. Esto hace que tengamos que practicar una medicina en cirugía muy distinta y más incómoda, porque tienes que cuidarte de todo tipo de formas con protectores de cara, además de las mascarillas y lo hace muy engorroso. Además, en mi práctica hago muchas traqueostomías, un procedimiento en el que más he estado expuesto, además de las de cabeza y cuello. Estoy casi seguro de que ya estuve expuesto a eso, aunque todavía no ha habido prueba.
El sueño de mi vida fue ser cirujano, al lograrlo hice todo lo posible por meter al American College of Surgeons en Panamá. Lo más alto que yo tenía en mi carrera era que me hicieran Honorary Fellow del College. Solo hay 487 en el mundo entero y ahí estoy yo con un grupo de cirujanos pioneros que francamente no considero que estoy a la par de estos gigantes de la cirugía. Es un honor para mí, sobre todo que mi universidad, Cornell, me ha invitado y soy el único exalumno de la universidad que va tener esa distinción. Así que para mí era totalmente inesperado, enseñé en el Seguro Social por 20 años a muchos de los cirujanos actuales, entre ellos al que es mi asistente, el doctor Herber García, que es un excelente cirujano y a quien le debo mucho de los éxitos que yo he tenido. Así es que es un reconocimiento que no tengo palabras para definirlo.