Los peligros de la democracia

Actualizado
  • 28/09/2010 02:00
Creado
  • 28/09/2010 02:00
La democracia en América Latina, como sistema político, aún transita en medio de serios riesgos y amenazas. Sus enemigos y los peligros ...

La democracia en América Latina, como sistema político, aún transita en medio de serios riesgos y amenazas. Sus enemigos y los peligros cambian con las nuevas formas y el entramado de intereses que surgen en el tiempo. Antes, fueron intereses políticos que se encubrían como movimientos sociales, iglesias, medios de comunicación y hasta con la fachada de organizaciones de la sociedad civil.

Hoy en día es, por ejemplo, el narcotráfico y el crimen organizado, que penetran no sólo las organizaciones políticas, sino también las estructuras financieras, empresariales, policiales y jurídicas. Tenemos que admitir que este poderoso mal ha penetrado el tejido social en América Latina y corrompido instituciones de nuestros Estados.

La violencia e inseguridad que genera el narcotráfico constituyen amenazas para la convivencia pacífica y democrática de nuestra región.

El doloroso drama social que genera cobra miles de vidas humanas y a veces nos hace olvidar otros dos elementos que, a mi juicio, están interrelacionados y que también son parte de las nuevas amenazas a nuestras democracias latinoamericanas.

Me refiero, primero, a la débil institucionalidad democrática que, en muchos casos, proviene de la actuación de los propios políticos y los partidos; y, segundo, que además hay quienes, bajo el disfraz de anti-políticos, se dedican a la descalificación de la política.

Se desconoce así que la institucionalidad y la política son insustituibles para la existencia misma del estado democrático.

Con frecuencia, en nuestros países el tema del deterioro de la política, los partidos y los sistemas políticos está asociado a la idea de que en nuestro Continente se vive un constante proceso degenerativo de la política.

Y la verdad es que estos señalamientos no han surgido sin sustento. Sin pretender justificar a los partidos y a nosotros, los políticos, solo quiero recordar: que los partidos son organizaciones sociales, estructuras vivas que canalizan el rumbo a seguir de una sociedad.

Es cierto que, en el ejercicio político, los partidos pasan por períodos de crisis, pero también es verdad que ellos son capaces de experimentar etapas de readaptación y relanzamiento.

Su reactualización y resurgimiento depende de la capacidad que posean de adecuarse a los cambios sociales, culturales, económicos y políticos que viven nuestros pueblos, y a las nuevas exigencias y desafíos de un mundo que cambia todos los días.

Si estos cambios pasan desapercibidos para los dirigentes y partidos políticos, éstos terminan perdiendo representatividad y confianza ante la sociedad.

Por eso, cuando aparecen nuevos actores desde fuera del sistema político establecido —y que incluso desplazan del poder a nuestros partidos—, surgen muchas preguntas como: ¿Dónde fue que nos perdimos? ¿Qué nos impulsó a mirar más al interior de nuestras organizaciones, en lugar de enfocarnos en lo que ocurre a nuestro alrededor? ¿Qué hicimos para desilusionar a nuestros electores al punto que perdieron la confianza en la democracia misma?

Y lo más importante: ¿Qué debemos y tenemos que hacer para recuperar esa confianza de nuestros compatriotas y fortalecer la institucionalidad democrática?

Muchas de las respuestas a estas interrogantes son incómodas y motivan debates que no pocas veces provocan luchas internas. ¡Créanme que de eso algo sé!

Permítanme explicarles, para quienes no están en la política, que en la clasificación de los contrincantes, uno primero encuentra a los adversarios, después a los enemigos, y al final nos enfrentamos con los críticos más hostiles que, para asombro de muchos, son los mismos compañeros de nuestros propios partidos.

Aún así, cuando prima el bien común; cuando gana el interés nacional y se propone con honestidad y compromiso un proyecto de país más incluyente, es cuando realmente iniciamos el camino de la recuperación y resurgimiento de nuestras organizaciones políticas, y el de nuestras naciones.

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