A cuidar nuestra democracia

Actualizado
  • 01/10/2010 02:00
Creado
  • 01/10/2010 02:00
H ay que rehacer o refundar las instituciones para que la democracia recobre vigor y cumpla sus tareas —para dejar atrás el clientelismo...

H ay que rehacer o refundar las instituciones para que la democracia recobre vigor y cumpla sus tareas —para dejar atrás el clientelismo que ha deformado a los instrumentos de la política y a los órganos del Estado—. Solo así se podrá contar con instituciones capaces de recuperar la credibilidad de nuestros compatriotas y sumar a este esfuerzo a las organizaciones sociales, y a las organizaciones no gubernamentales, que al calor de las deficiencias manifiestas han contribuido a enrumbar las preocupaciones ciudadanas, que muchas veces han sido minimizadas por quienes hemos tenido la responsabilidad de gobernar.

Soy un convencido de que dentro de una democracia pluralista hay espacio para todos, que el continente no tiene por qué dividirse según signos ideológicos, sino más bien unirse para superar las adversidades comunes, donde podremos encontrar más espacios para la convergencia que para la divergencia.

Que a todos nos conviene una América Latina donde impere el estado de derecho, se respeten los derechos humanos, donde la esperanza de una región autosostenible sea más que un anhelo, donde la institucionalidad funcione por encima de los individuos, donde la democracia se fortalezca con la aplicación de verdaderos métodos democráticos.

De allí que a mis colegas de la tribu política les reitero que debemos estar preparados para ganar esta batalla con honestidad, para demostrar que efectivamente nuestros países y su institucionalidad democrática están más seguros en las manos de políticos con capacidad, sensibilidad y profesionalismo, que en manos de aventureros capaces de anteponer sus intereses al bien común. Y, sobre todo, hagámoslo con una gran capacidad para ser autocríticos ya que, sin duda, en muchos de nuestros países la política no transitaba, ni transita todavía, por un mar de virtudes.

Por eso, insisto en que nuestras discusiones no deben reducirse a la búsqueda de culpables, sino enfocarse en conocer de manera seria y fundamentada las nuevas inquietudes y demandas de nuestras sociedades. Y nuestra preocupación ha de ser el conjunto de propuestas más adecuadas y factibles para resolverlas. Por eso el dilema del fortalecimiento de la institucionalidad política es readecuarnos y renovarnos, o perder relevancia y desaparecer ante otras opciones. Entre ellas, algunas que ponen en riesgo la convivencia democrática. Tanto es así, que no pocas veces ganar puede ser más fácil que gobernar, aunque después resulta que gobernar sin claridad de rumbo es más costoso que perder.

Recordemos que la democracia no es por definición solo lo contrario a las dictaduras o al autoritarismo. La democracia debe facilitar a nuestros pueblos a escoger a quienes ellos piensen que tienen un proyecto de país justo y con oportunidades para todos, y asimismo facilitarles la oportunidad de castigarnos cuando los defraudamos, y su derecho a hacernos corregir el rumbo. Debemos estar atentos para que las instituciones que administran nuestras democracias no se anquilosen ni pierdan su razón de ser.

A veces ciertas instituciones caen en la rutina de velar más por los intereses de sus integrantes, y los de quienes las administran, que por cumplir con la responsabilidad social para las cuales fueron creadas. De allí que es fácil asociar corrupción y burocracia a los mal llamados males de la democracia.

En fin, a los viejos retos de nuestro sistema democrático se le han sumado nuevos motivos de preocupación, que demandan nuestra reflexión y nuestra acción. No hay duda de que en el siglo pasado los avances democráticos fueron enormes, y tampoco de que en este nuevo siglo todos estaremos a la altura de lo que las circunstancias demanden, a fin de asegurar que seguiremos viviendo en paz, en libertad y en progreso, bajo regímenes democráticos comprometidos con las mejores causas sociales.

Siento que seremos capaces de emprender una renovación que impregne a todo el tejido social de optimismo, y así estimular a los actores sociales para que, en sintonía con las nuevas formas de hacer política, jueguen su rol, también renovado, en beneficio de nuestras democracias y de nuestros pueblos.

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