• 11/08/2022 00:00

Ricaurte Soler y el proyecto nacional

El pensamiento de Soler nos anima a seguir debatiendo nuestro pasado, no como un cúmulo de hechos pretéritos, sino cómo estos nos iluminan el camino para diseñar el país que queremos

Este año, el 11 de agosto, se celebran los noventa años del nacimiento de Ricaurte Soler, uno de los más grandes pensadores que hemos tenido. Aún no hemos agotado su pensamiento, y sus investigaciones sobre nuestro acontecer nacional que siguen teniendo una vibrante actualidad.

Un supuesto que podríamos extraer de su obra es que existe una relación entre el proyecto nacional y las “relaciones capitalistas”. Es importante conocer nuestra especificidad histórica, para comprender por qué nuestro proyecto nacional no se ha realizado a plenitud. Una de las razones inmediatas podría estar asociada a la existencia de una burguesía predominantemente antinacional y entreguista a intereses externos. Soler no pensaba en términos mecanicistas.

En lo concreto, se desarrolló lo que Marco Gandásegui hijo llamó la “burguesía rentista”, quienes se han beneficiado son aquellos sectores funcionales al modelo económico neoliberal, que a su vez excluye a amplios sectores de la sociedad. Esto ha traído como consecuencia las alarmantes desigualdades. Panamá en ese sentido va de crisis en crisis sin solucionar los problemas de raíz.

Olmedo Beluche, en una reciente intervención en el Seminario-Taller: Ricaurte Soler y las Humanidades, que hemos organizado en celebración de los noventa años del nacimiento de nuestro más circunspecto pensador, ha puesto sobre la mesa un conjunto de consideraciones teóricas e históricas que Soler plasmó en Idea y cuestión nacional latinoamericana (1980). Es de suma importancia subrayarlas para ubicarnos en la discusión sobre el proyecto nacional.

Me refiero a la presencia de naciones previas al capitalismo, como lo expresó Samir Amin, y a la existencia de “lumpennaciones”, como lo planteó André Gunder Frank. Soler busca una trocha propia para no reproducir a su juicio ciertos equívocos en estas concepciones. Primero, no compaginará con la idea de naciones milenarias, como tampoco del mecanicismo que las naciones estén causalmente ligadas al capitalismo, ya que este sería un fenómeno que no corresponde a nuestras realidades de países subdesarrollados. Como tampoco le parecerá adecuado el concepto de “lumpennaciones” de Gunder Frank, el cual le parece “grotesco” y mecánico, ya que no le podemos trasmitir una condición subjetiva o de clase a una totalidad social como lo sería una nación.

Estos debates muestran a un Soler en diálogo con grandiosos pensadores como Amin y Gunder Frank, sobre los grandes problemas y cómo desde nuestro pequeño país nos podíamos entender en la enrevesada realidad periférica del moderno sistema mundial capitalista.

Teniendo en cuenta estos ávidos debates, nos percataremos de una realidad poco halagadora: la escasa o nula discusión teórica en nuestro hábitat intelectual. En el mejor de los casos, nos topamos con alguna buena descripción de lo que está pasando o una medición de algún fenómeno coyuntural. Sin mayor enjundia para definir los derroteros de nuestra colectividad. El maestro Soler decía en alguno de sus textos: “La comunidad nacional panameña, como hemos visto, es el resultado de una historia, no de una coyuntura”.

Valorar este debate al calor de nuestra realidad, nos lleva a reflexionar sobre una de las experiencias, no solo del proyecto nacional, sino también de lo popular. La cual es, sin duda, el proceso encabezado por el general Omar Torrijos. No hay que ser torrijista para valorar objetivamente su papel en la modernización del Estado desde lo nacional popular, lo cual Soler inmortalizó como “bonapartismo y nacionalismo revolucionario” en su obra clásica Panamá: Nación y oligarquía 1925-1975. Hoy, los grupos de poder y la partidocracia, incluso dentro del mismo partido PRD que fundó Torrijos, se empeñan en enterrar lo poco que sobrevive de ese proyecto nacional popular.

Soler fue escudriñando en nuestra historia, aquellas experiencias de construcción y perfeccionamiento del proyecto nacional. Así, él le estampa ese rol a la “burguesía comercial [en el siglo XIX]y la pequeña burguesía”. Pero luego sería más de lo mismo, antinacional y entreguista. Y, sucesivamente Soler irá estudiando nuestro devenir e irá identificando a quienes asuman ese compromiso histórico.

Como señaló Soler en su obra Panamá: historia de una crisis: “La cuestión política se zanjó a partir de una restructuración original y sin precedentes de sectores del aparato estatal”, como por ejemplo: “la nueva constitución de 1972[…]la elección directa, sin mediación de los partidos políticos, de 505 representantes de los 505 corregimientos […]”, esto suponía una “estructura de poder popular originales” (p.82). Aunado “la aprobación del nuevo Código del Trabajo que implicó notables avances para el proletariado panameño, particularmente en lo que concierne a la estabilidad laboral y a la sindicalización” (p.83), además, varias empresas pasaron al sector estatal.

Pero lo más sustantivo del proceso torrijista, según Soler, fue el “avance real en la tarea histórica de consolidar el Estado Nacional panameño” (p.90). Todo esto se ha menguado, de lo nacional popular queda muy poco, siempre bajo amenaza de ser aniquilado en su totalidad. Aún quedan tareas pendientes como la descolonización del pensamiento, pero sin duda fue un paso decisivo.

Todo para lo cual Soler habría dedicado su existencia, como me lo reafirmara Miguel Montiel-Guevara, uno de sus amigos y discípulos más cercanos, fue para poner fin al enclave colonial y fundamentar un “bolivarismo socialista” para nuestra América.

Así como están las cosas, bajo la permanente amenaza de aniquilar todo lo nacional popular, y con contradicciones que de momentos parece irrealizable cualquiera alternativa. El pensamiento de Soler nos anima a seguir debatiendo nuestro pasado, no como un cúmulo de hechos pretéritos, sino cómo estos nos iluminan el camino para diseñar el país que queremos. 

El autor es doctor en filosofía
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