• 07/10/2008 02:00

Los juegos de antaño

Recién ayer recibí un correo sobre el currículo del escultor colombiano Héctor Lombana. Algo realmente impresionante. Un artista de reno...

Recién ayer recibí un correo sobre el currículo del escultor colombiano Héctor Lombana. Algo realmente impresionante. Un artista de renombre internacional, cuyas obras forman parte de la riqueza cultural del mundo.

Con motivo de la Cumbre de los 21 países Iberoamericanos, Lombana, inaugura en Panamá su obra “Los Juegos de Antaño”. Era una hermosa y monumental estructura de 180 figuras en la que se destacaban la de 21 niños en alegoría a los iguales presidentes que estuvieron presentes, encabezados por el rey de España, antiguo compañero de clases del artista Lombana. Impresionó tanto a algunos de ellos que el presidente de Venezuela lo contrató para erigir en su país el monumento más grande del continente dedicado a la histórica figura del Libertador Simón Bolívar.

No voy a ponderar si alguien utilizó el encargo para hacerse de unos mal habidos dólares, o quiso impresionar a tan destacados visitantes. No me interesa si después alguien consideró que tal obra afeaba el edificio que la albergaba o sencillamente se quería eliminar todo vestigio de la anterior administración. Lo cierto es que “Los Juegos de Antaño” formaban parte del acerbo cultural de la humanidad y de nuestro patrimonio.

Alguien decidió arrancarlos de sus cimientos y lanzarlos a la oscuridad de un depósito. No escuché a ninguno de los escudriñadores de pecados protestar o siquiera preguntar “¿dónde fueron a parar las esculturas?”. Nuestros artistas, siempre llenos de escrúpulos e hipersensibilidad callaron. Nadie se levantó indignado a demandar una reparación ante tamaña barbaridad. Hasta una vez me pregunté: “¿Será que eran tan feas que había que retirarlas de la vista?”. Pero bastó la noticia de un periódico malévolo para que el pudor y la “vergüenza” de la sociedad civil saliera de la modorra y exclamara llena de estupor que los niños habían desaparecidos y sido entregados a la furia de secretas fundidoras, las mismas que impunemente convierten en metal líquido kilómetros de cables subterráneos, alcantarillas, medidores, placas conmemorativas, y, a saber Dios, otras cosas que aún desconocemos.

“Los Juegos de Antaño” han pasado a formar parte del arsenal de propaganda política de la oposición para centrar la atención en un delito contra un bien del Estado. Estoy de acuerdo con el presidente que llamó a castigar tamaña barbaridad sin importar quién sea el responsable. Pero causa dolor ver que nadie se haya interesado en condenar la destrucción de un patrimonio cultural de la Nación, de una creación artística de impacto internacional. Es el mismo silencio cómplice que encontramos cuando la voracidad del capital acaba con nuestra historia, arrasa el centro antiguo de la ciudad, saquea los tesoros enterrados de nuestros ancestros y tolera la pérdida de nuestro patrimonio nacional, todo en aras de la supuesta modernidad. Yo condenaría a la eternidad a quienes cometieron el delito y con igual rigor a quienes por ignorancia, soberbia y prepotencia lo toleraron. Pero creo que es la ocasión para demandar de las autoridades una verdadera política de recuperación, protección y defensa de lo nuestro para impedir que se repita un hecho que nos convierte ante la comunidad internacional en una país sin cariño y orgullo por todas las cosas que nos debieran identificar como nación.

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