• 03/07/2010 02:00

Lluvias, inundaciones y viviendas

Han comenzado las lluvias y cíclicamente las imágenes de las tragedias anunciadas van pasando en nuestras pantallas en medio de las friv...

Han comenzado las lluvias y cíclicamente las imágenes de las tragedias anunciadas van pasando en nuestras pantallas en medio de las frivolidades de la farándula, las trivialidades de los deportes y uno que otro escándalo de nuestros políticos, hasta que las nuevas lluvias corran cerro abajo, descolgando viviendas y sueños o ya en los llanos el nivel de las aguas ascienda más allá de esa marca que en el pasado dejó tras la puerta, cuando las camas y sus colchones flotaron en medio de un espeso lodo que dañó, además del nuevo equipo de sonido, el viejo televisor de la abuela y se engulló el precario mercado olvidado.

Deslizamientos silenciosos que con un agónico quejido apenas avisan; terrones fofos y piedras duras, raíces añosas de otrora frondosos árboles talados para dar paso al urbanismo precario, desordenado —casi caótico— en que nos desenvolvemos tanto formal como informalmente; aguas negras y basura que bajan por abiertas cañadas o en medio de las insinuantes vías y calles; niños mocosos ateridos y hambrientos, huérfanos y olvidados en su forma violenta de vivir de cada día, llorosos y asustados por los truenos, ignorantes y osados por el azar que buscan en su inocencia ya no la próxima comida, la que no importa porque ya se han acostumbrado a ayunar, sino un lugar seguro y seco para dormir y soñar con un mejor mañana.

Las imágenes vistas a diario y las recientes inundaciones con pérdida de vidas y bienes, simplemente son el reflejo de que poco o nada se ha hecho desde el desastre de Prados del Este, pero mañana o pasado pueden ser nuevamente las de los ríos, las de nuestras ciudades en sus áreas más sofisticadas o de cualquier otro lugar de nuestra geografía.

Porque, pese a las víctimas de todos los años, al dolor y al llanto, el hombre sigue arrasando su entorno, sigue vertiendo basura y desaguando en lugares prohibidos, y ante la tragedia claman solidaridad los medios de comunicación y se autonombran redentores con campañas de recogida de fondos, frazadas y alimentos, tratando de suplir a los Gobiernos de turno que no previenen y poco enmiendan.

¿Cuántos damnificados y muertos serán necesarios para que las autoridades nacionales y municipales dejen de echarle la culpa al ‘General Invierno’? Y mejor reconozcan que buena parte de la responsabilidad es de ellos y de quienes los precedieron en sus cargos, por no haber tenido la suficiente autoridad para proteger y preservar las fuentes de ríos y quebradas, por no hacer cumplir las normas mínimas y permitir que se construya y contaminen por no hacer los elementales mantenimientos y saneamientos en los tiempos oportunos y no luego con el agua al cuello.

Pérdidas cuantiosas que cíclicamente van aumentando se le sindican siempre al General Invierno, como si fuera algún insurgente que además de talar selvas se dedicara a desviar cauces, a urbanizar en donde no es debido, a arrojar heces y escombros. Basta ya, reconozcamos nuestra culpa en justicia y reparación, antes de que nos afecte el olvido, como en el caso de la extinción de monos, lagartos y elefantes o, lo que es peor, acostumbrarnos a un espacio público invadido.

La apatía y la falta de autoridad han sido y no deben seguir siendo la causa de muchos daños que año a año se repiten; reforestemos en ríos y cañadas, reubiquemos a aquellos que viven en zona de riesgo, que motivados por la pobreza contaminan y siempre son las víctimas; generemos mapas de riesgo de deslizamientos y de riesgo de inundaciones en el territorio nacional que sirvan para determinar las posibilidades de utilización de terrenos en forma segura y de acuerdo a normas adecuadas de urbanismo; eduquemos y formemos al hombre del mañana para que no deban luego ellos seguir acusando al pobre General, que anda perdido en su laberinto.

*ARQUITECTO, INGENIERO CIVIL Y CATEDRÁTICO UNIVERSITARIO.

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