El jueves 18 de diciembre de 2025, falleció mi amigo y colega Nicolás Espinosa. Compartimos la mayoría de las clases en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Panamá hace ya muchos lustros. Se dedicó al periodismo deportivo. Hablamos hace poco. Se le va a extrañar.
Si todo el mes de noviembre se ha convertido en una gran fiesta patriótica, nuestra sociedad no ha madurado lo suficiente para evaluar la invasión del 20 de diciembre de 1989 y honorarlo con la solemnidad generalizada como debe ser, igual o similar a lo que se vive en noviembre. Cada año se aleja más de esa posibilidad de madurez política, social e histórica. He actualizado algunas idease publicadas anteriormente sobre este crucial evento en el marco social que vivimos.
En entregas anteriores señalé que: “A mucho pesar, Panamá no es más que un lugar en donde vive gente. Una población que piensa y funciona en el presente vago; ayudado por los medios: con la fabricación de figuras artificiales y vacías que no agregan valor a lo sucedido en las últimas décadas del siglo pasado de eventos que costaron vidas por la defensa de la dignidad nacional y la recuperación e integración del territorio panameño”. Tener momentos de recordación de hechos tan traumáticos para el conjunto de la sociedad, parece no ser primordial, mucho menos tan cerca de una fiesta en donde la algarabía y el consumismo es lo primordial y divertido”.
A pesar de los múltiples señalamientos sobre el rumbo social que lleva el país, pocos ciudadanos se tomaron un tiempo para honrar la memoria de los caídos del 20 de diciembre. Muy pocos recordarán que aún no sabemos cuántos muertos y desaparecidos realmente hubo.
Ese momento de ruina debió ser el catalizador para que nuestros ciudadanos tomaran el control de su futuro y trabajaran afanosamente en la construcción de una mejor sociedad; eso no se ha logrado. Si las enormes moles de cemento, acero y vidrio de la avenida Balboa, el Dorado y Costa de Este son ejemplos de progreso, entonces hemos avanzado. Pero la realidad indica que estamos lejos, muy lejos de tener la plataforma social, cultural y mucho menos política para enfrentar las amenazas globales como el narcotráfico y la violencia organizada, mucho menos las milenarias como el analfabetismo, las enfermedades endémicas y el abuso del hombre contra el hombre.
Se supone que todos los sectores involucrados en el quehacer del país trabajan, de una u otra manera, en beneficio del bien común. El proceso político que ha prevalecido durante estos 36 años no parece encaminado a ofrecernos un futuro alentador, todo parece ir en retroceso.
Cada cinco años desde la invasión de 1989 ha sido una nueva oportunidad para mejorar las posibilidades de desarrollo de los más necesitados. Cada cinco años, desde aquella violación a la soberanía nacional, hemos tenido la oportunidad de elegir un gobierno para que trabaje afanosamente en el establecimiento de un proceso educativo que nos ayude a elevar el nivel intelectual y educativo del país, para que la mayoría pueda contribuir en la construcción de una mejor sociedad.
Siete veces en los últimos 36 años, viviendo en democracia, hemos tenido la oportunidad de elegir la mejor propuesta electoral que tenga a bien promover la cultura y el desarrollo de las artes y las expresiones artísticas para que las generaciones que han crecido en este período conozcan la riqueza cultural de todas nuestras etnias y de todos los grupos humanos que habitamos este pedazo de tierra.
El escenario actual, en del sábado pasado en donde hubo fiestas y celebraciones a pesar de la fecha, no solo incomoda: molesta. Es cierto, durante los 21 años en que los militares estuvieron en el poder, también hubo muertes y desapariciones que aún no han sido esclarecidas. La llamada “democracia” se retomó tan o más violentamente como aquel octubre de 1968: los muertos no han sido contabilizados a satisfacción de los familiares e interesados y casi todos eran de los barrios más pobres y humildes de este país.
Pero hay un aspecto que creo hace falta investigar y analizar: estamos siendo testigos de uno de los periodos más perversos de la vida nacional. El nivel de corrupción y de robo de los dineros del Estado es, sino extraordinario, sorprendente. Esto, en “democracia”, se ha dado sistemáticamente durante las últimas dos décadas. La investigación consiste en cuantificar los muertos por falta de medicamentos, operaciones postergadas, insumos o reactivos necesarios para los laboratorios, desnutrición, insalubridad, atención médica preventiva, etc. Vidas que se pierden en los ríos por falta de puentes y caminos seguros. En las áreas rurales y apartadas. ¿Cuántos muertos son?
En democracia los gobiernos han sido tan crueles y perversos. Con tanto crecimiento económico, desarrollo industrial, inversión en infraestructuras, calificaciones positivas de los organismos financieros internacionales, etc., los menos favorecidos no deberían estar muriendo por las fallas de un sistema que “en democracia” para pocos funciona.
Entre fiestas y centros comerciales repletos, Dos generaciones han alcanzado la mayoría de edad sin conocer este doloroso capítulo de la historia panameña. Otros, quieren que se olvide. Son 36 años sin que los familiares y amigos hayan visto sus rostros, escuchado sus voces. Sin saber a dónde están.